La clave de la constancia me la enseñó el entrenamiento para correr en montaña. Muchos pensarán que, ¡claro! ¿Quién no aprende a ser constante después de una ruta de tantas horas en terrenos irregulares, con subidas, etcétera?… pero la verdad es que no hace falta ser un ultramaratonista para aprender que la constancia se logra con algo tan simple como vivir el presente. 

Te pongo un ejemplo sencillo. Hoy me tocó un entrenamiento en cuestas y había una subida de dos kilómetros que teníamos que hacer a un ritmo “constante”. A medida que iba subiendo, la inclinación era mayor pero la tarea era NO PARAR. En mi cabeza surgió el mismo pensamiento al que recurro en cada competencia: “No pienses en cuánto te falta, concéntrate en cada paso”. 

Las cosas que requieren constancia; crear un nuevo hábito, ahorrar, hacer ejercicio, comer sano, leer un libro, incluso algo tan sencillo como tomar agua, se logran más fácilmente si nos enfocamos en el ahora y evitamos pensar en cuánto nos falta para alcanzar el objetivo final.

Si la mente insiste en buscar un final, plantéate metas cortas. Volviendo al ejemplo de las subidas, no vayas tan lejos; simplemente ve hacia el siguiente poste de luz, ahora pasa el auto que está más adelante, luego llega a esa casa que se ve en la siguiente cuadra… y así sucesivamente irás avanzando sin detenerte. 

Lo mismo puedes aplicarlo en tu vida diaria. Deja de mirar cuántas páginas te faltan por leer de ese libro. Hoy leerás sólo una, mañana dos y sin pensar en cuánto falta, estarás disfrutando lo que decidiste hacer ¡leer! 

La constancia no es una competencia, es una compañera que te obliga a disfrutar el presente y entender que lo que somos no está definido por un antes o un después, sino por un aquí y ahora.