MAR DE LETRAS

Una mirada al mundo de la literatura, con sus obras, autores y anécdotas, desde una perspectiva cercana y fresca

¿Qué se siente escribir un libro?

Siempre tuve a la mano la opción de recurrir a las formas digitales de publicación de mi libro, pero me negué en una jugada quizás muy idealista y poco sensata

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Este fin de semana fui a buscar un lote de ejemplares de mi primer libro —una obra autopublicada, por supuesto—. Ya acá, con la caja a mi lado y algo de claridad en la mente, considero interesante indagar en un hecho que la sociedad ha enaltecido, quizás sin razón.

Y lo digo porque desde un principio había asumido la idea de que el texto no estaba terminado hasta verlo impreso; por lo tanto, ahora sí considero haber escrito un libro. Francamente, al margen de las emociones positivas que resguardo en la intimidad de mis pensamientos, no siento haber cambiado en nada. Ni siquiera me siento un escritor como tal; solo soy un muchacho que tecleó durante algunas noches de 2021 hasta conseguir un manuscrito que intentó perfeccionar desde entonces, con un trabajo de edición externo incluido. Quizás para cualquier persona esto sea una obviedad, pero ya varios amigos me han dicho aquello de que en la vida “hay que escribir un libro, tener un hijo y sembrar un árbol” —cliché en el que reconozco algo de cariño por su parte, pero que no deja de generarme repulsión—. La ciencia de la literatura no se encuentra en la vanidad de saberse —o pensarse— escritor, sino en el deseo de llevar lo que se escribe hasta las últimas consecuencias: en darle cuerpo y vigor a los párrafos.

Por cierto, una curiosidad que sí creo que puedo acotar de este proceso es que imprimir genera mucha inseguridad. Uno toma los ejemplares, los revisa un poco y no puede parar de encontrar pasajes que se pudieron haber escrito mejor, diálogos que pudieron haber sonado más realistas y adjetivos que se debieron haber omitido. Supongo que es normal, pero lo menciono porque habitualmente solo se deja ver esa emoción, ese sentido de “grandeza” que transpiran los nuevos autores.

Otro aspecto que sí tiene su magia es el de tener el producto en físico, especialmente para aquellos que nos consideramos románticos de los formatos impresos. Yo, por ejemplo, siempre tuve a la mano la opción de recurrir a las formas digitales de publicación, pero me negué en una jugada quizás muy idealista y poco sensata. No obstante, tocar, oler y sentir las páginas en las que se han plasmado las mismas letras que uno alguna vez ideó es un acto cargado de magia.

Tampoco es mi intención mentir: sí que se viven emociones estimulantes y positivas, pero como ya mencioné, creo que lo mejor es que queden en lo más profundo de la individualidad. De aquello de lo que se puede hablar sin pudor, me quedo con la satisfacción y la gratitud hacia quienes brindan apoyo en el proceso.

A mí, en lo particular, todavía me falta el hecho de “publicar”, pero eso es otra vivencia y muy probablemente será otro tema del que hablaremos otro lunes.

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