Recuerdo la primera vez que vi algo escrito por ti. Era El sueño del celta, en unos estantes de la biblioteca de mi abuela; ella estaba entusiasmada con la historia y me la entregó para leerla.
Mi percepción sobre los libros por aquel entonces era que debían ser un instrumento de diversión, supongo que por la edad. Por eso, cuando me adentré en este texto naturalmente más complejo que el resto de novelas que había leído, me sentí un poco vulnerado, incómodo.
Nunca lo terminé. Sin embargo, con ese intento hubo algo que cambió en mí como lector; comprendí que la literatura va más allá de lo que se puede ver a simple vista. Unos años después le di una oportunidad a La tía Julia y el escribidor. Recuerdo cómo las ficciones del escribidor eran influenciadas por lo que ocurría en el mundo real, hasta crear un entorno enrevesado y difícil de comprender. Nuevamente, no era un disfrute vacío, me ayudabas a forjar mi criterio como lector.
Luego vinieron Los cachorros y los jefes, La casa verde, Lituma en los Andes —que busqué por años—, Cartas a un joven novelista, los artículos de prensa, las charlas subidas a YouTube que escuché durante horas... Te convertiste en uno de mis escritores favoritos, uno al que le he dedicado muchísimo tiempo.
Porque tu obra no solo representaba para mí una fuente inagotable de inspiración, sino que se volvió, además, un punto de encuentro literario con Maye, mi abuela. Leíamos los textos, primero uno y luego el otro, y después los comentábamos. A veces era yo el que adoptaba el rol de bibliotecario y se los traía a ella tras haberlos devorado.
Ayer, cuando me enteré de tu muerte, no pude evitar sentirme triste. Uno desarrolla una relación entrañable con sus autores favoritos; quizás porque ellos muestran al mundo la intimidad de su pensamiento al escribir o quizás por la cantidad de horas que uno pasa junto a ellos en los universos que han creado.
Eras, Mario, el único bastión que quedaba en pie de una era dorada para la literatura latinoamericana, el último hijo del Boom. Todavía recordabas con cariño aquella época en la que ser escritor era un oficio admirado y en la que creaste una leyenda junto a varios de tus compañeros; ustedes pusieron de moda los buenos libros por aquel entonces, lo cual representa un logro de dimensiones desproporcionadas. Diría que incluso me has hecho sentir nostalgia por esos días que no llegué a vivir.
Tu pérdida es una tragedia para el continente, aunque tus familiares se sentirán satisfechos de que hayas vivido una larga vida y una vejez memorable, digna, como muchos de tus colegas no tuvieron oportunidad.
Si hay otro mundo después de este, espero que estés viendo cómo hay tanta gente que te quiere y te admira; mucha más que la que se afanaba en criticarte por haber "traicionado" aquellos ideales políticos que te identificaban en la juventud, por haber hecho una pregunta inoportuna a Borges durante una entrevista o por ser, a veces, demasiado capitalista.
Hasta siempre y gracias, amigo.