MAR DE LETRAS

Una mirada al mundo de la literatura, con sus obras, autores y anécdotas, desde una perspectiva cercana y fresca

Escribir narrativa sobre temas poco comunes

Tenía la intención de escribir un libro sobre baloncesto; yo anhelaba contar los primeros años de historia de los Guaiqueríes de Margarita

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Debo confesar que escribir sobre mí o sobre mis experiencias no es algo que me agrade demasiado; quizás me parece de mal gusto intentar exponer situaciones en las que evidentemente no tengo maestría, además del miedo a quedar como varios comunicadores de mi edad que ya se venden como expertos en diversas áreas sin acumular siquiera una década de trabajo.

Aun así, creo que algunas de mis primeras vivencias pueden llegar a aportarme algunos tópicos interesantes para sacar a la luz y debatir, como el caso de los temas que están permitidos abordar desde una óptica literaria.

Cualquier persona con horas de vuelo en este oficio descartaría de inmediato esta inquietud, sin embargo, aprender las obviedades es el primer paso para salir de la condición de principiante en todos los aspectos de la vida.

Por aquel entonces tenía la intención de comenzar a trabajar en un libro sobre baloncesto; yo anhelaba contar los primeros seis años de historia de los Guaiqueríes de Margarita sin caer en análisis estadísticos o recuentos numéricos. No era muy consciente, pero aquello que me motivaba era lo mismo que mueve a todos los escritores del mundo, sean buenos o malos: la necesidad incontenible de narrar algo que marcó mi vida.

Sin embargo, por aquel entonces yo pensaba que la literatura siempre debía abordar temas serios, trascendentes para el espíritu humano, como si la profundidad de un libro viniera empaquetada con su forma y no con su fondo. 

Con el tiempo, las lecturas y las conversaciones con escritores curtidos me trajeron a la realidad; se puede enfrentar a la literatura desde prácticamente cualquier perspectiva. Allí está Kafka, por ejemplo, con sus enfoques y personajes particulares, o el propio García Márquez, que escribió una obra maestra basado en las vivencias ordinarias de un pueblito de Colombia.

Allí me puse manos a la obra. No tenía que seguir ninguna directriz que no fuera lo que me dictara mi instinto. Esta idea, además, la reforcé con la certidumbre de que pagaría un acompañamiento editorial en cuanto pudiera —como efectivamente pude hacer un par de años más tarde.

Hice un primer borrador incluso demasiado artístico, abierto, para ser una crónica literaria. No era perfecto —y nunca lo sería—, pero era parte del proceso. Entendí que un animal, un objeto inanimado o un concepto inexistente pueden llegar a tener una forma robusta sobre el papel, siempre y cuando los ojos y las manos del artista estén preparados para ello —los míos no lo estaban, quizás, pero hice lo mejor que pude.

A día de hoy estoy incluso más convencido de que no hace falta ninguna directriz temática para escribir, paradójicamente, al tiempo que me convenzo de que no soy capaz de definir lo que es la literatura.

Quizás esa es la idea. Cualquier forma de expresión que persiga la rigurosidad y excelencia siempre puede llegar a convertirse en un texto literario.

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