La competencia es una constante para quienes practicamos algún deporte. No necesariamente tiene que ser con algún contrincante, también se compite contra el reloj, contra una marca personal, contra un miedo, contra la necesidad de demostrarnos capaces, incluso competimos a veces contra nuestras propias dudas.

A muchas personas no les gusta la competencia porque la ven como un alimento del ego y pienso que eso solo ocurre cuando competimos solo para ganar y no para crecer en el proceso. En competencia se gana o se pierde un lugar en el podio, una clasificación o un premio, pero todo lo que aprendemos en la preparación para esa prueba, es ganancia y nadie puede restar mérito a quien se atreve a medirse con otros.

Los corredores tenemos una relación amor - odio con nuestro reloj porque es el que nos muestra la realidad más cruda; cuando logramos ese número por el que tanto hemos trabajado o cuando nos muestra lo que no queríamos ver… que no lo logramos.

De igual manera ocurre con los miedos y las dudas. En ocasiones se convierten en nuestro peor enemigo, generando pensamientos autodestructivos. Esa, para mi, es la más difícil de nuestras competencias, pero ¡que necesaria es! Sin los temores acechando y haciéndonos ver y sentir cosas que no solo existen en nuestra mente, no saldría a flote lo mejor de nosotros mismos.

Hay muchas formas de competir y a veces surgen circunstancias que nos obligan a tomar decisiones en las que nuestros valores son determinantes. Detenerse a ayudar a alguien, dejar pasar a quien cometió un error segundos antes de llegar a la meta, entre otras circunstancias en las que los números han pasado a segundo plano para elevar el honor de la calidad humana, han sido eventos de los que más de uno hemos sido testigos y nos dejan claro que la competencia deportiva es tan solo una excusa para convertirnos en mejores seres humanos cada día.