Hace una semana estaba acostada en una tumbona frente a la piscina de un hotel en la isla de Margarita. Esa mañana no salí a entrenar, en cambio me fui a caminar por la playa para ver el amanecer con calma, sin apuros y con toda la paz que ofrecen las costas de la perla del Caribe.
Celebraba el hecho de poder estar allí dándome un merecido descanso, pero más aún celebraba el haber logrado planificar ese descanso y poder tenerlo sin la culpa rondando de haber dejado mis responsabilidades a un lado, o peor aún, llevarlas conmigo para atenderlas con un trasnocho, sin dejar de disfrutar el viaje.
La manera en que logré que esa tranquilidad pasara, tanto en mi vida personal como en la deportiva, fue entendiendo que el descanso no es un premio sino un compromiso más para el que debo abrir un espacio en mi agenda y en mi calendario de competiciones. Dejar de verlo como un premio me hizo identificar esa necesidad absurda de llevarnos al límite para sentirnos “merecedores” de un tiempo de desconexión y placer.
Esos días en Margarita no solo me recargaron de energía físicamente, sino también regresé llena de ideas nuevas, pude aterrizar problemas y encontrarles solución, pude ver en dónde tengo puesta mi atención innecesariamente y en qué otras debo poner más foco, incluso para elegir mejor las próximas metas deportivas, es necesario hacerlo con un cuerpo descansado y repotenciado.
Planificar el descanso, darle la importancia que merece dentro de nuestras responsabilidades y defender ese espacio a capa y espada como un compromiso con nosotros mismos, es la mejor manera de disfrutar unas vacaciones sin culpas ni remordimientos.