Como todos sabemos, Wolfgang Amadeus Mozart es una de las figuras más trascendentales de la historia de la música centroeuropea de los últimos cinco siglos. Nacido en Salzburgo en 1756, fue un niño prodigio que desde temprana edad demostró un talento fuera de lo común para la composición y la interpretación musical. A lo largo de su corta vida compuso más de 600 obras que abarcan todos los géneros musicales de su época: óperas, sinfonías, conciertos, sonatas y obras religiosas. Su genialidad, versatilidad y sensibilidad lo han convertido en un referente obligado para todo amante de la música clásica.
Por otra parte, y no todos lo sabemos lamentablemente, la Semana Santa es una celebración religiosa cristiana que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De origen remoto, esta festividad se fue consolidando en la Edad Media con rituales y ceremonias que involucran procesiones, dramatizaciones y música sacra. En diversas culturas, representa un tiempo de recogimiento espiritual y reflexión, y ha influido notablemente en las manifestaciones artísticas a lo largo de los siglos.
En el contexto de la Semana Santa, la música ha desempeñado un papel esencial. Desde los cantos gregorianos hasta las grandes obras sinfónico-corales, la expresión musical se ha usado como medio para canalizar el dolor, la esperanza y la devoción de los fieles. Las composiciones religiosas de Bach, Haendel, Palestrina y el propio Mozart son ejemplos de cómo la música se convierte en una experiencia espiritual profunda. En Venezuela, entre otras maravillosas obras sacras, tenemos nuestro magnífico “Popule Meus”, de José Ángel Lamas, infaltable en la Semana Santa.
En 1770, con solo 14 años, Mozart viajó a Italia junto a su padre, Leopold. Durante la Semana Santa de ese año, ambos asistieron a los oficios religiosos en la Capilla Sixtina, en Roma. Allí se interpretaba una obra que despertaba enorme curiosidad entre los músicos europeos: el "Miserere mei, Deus", una obra compuesta para ser interpretada por dos coros simultáneamente, intrincada pieza del sacerdote italiano Gregorio Allegri, un destacado compositor del Renacimiento y, no menos relevante, maestro de capilla de la prestigiosa Capilla Sixtina.
Pero esta pieza tenía, además de su belleza, algo muy particular: era celosamente guardada por el Vaticano. El "Miserere" se había convertido en una especie de joya secreta. Solo podía interpretarse durante el “Tenebrae” en la Capilla Sixtina, y su transcripción y divulgación estaba estrictamente prohibida. El papa Clemente IX, en 1662, había dictado una norma que prohibía la copia o difusión de la obra, bajo amenaza de excomunión. Esta exclusividad aumentaba el misticismo que rodeaba la pieza. Dato curioso: en términos litúrgicos, “Tenebrae” implica el “Oficio de tinieblas”, una combinación de maitines y laudes, que son oraciones del ciclo diario de la Liturgia de las Horas que, en este caso, se realizan los Miércoles y Viernes Santos. Es decir, solo dos veces en Semana Santa. Durante este rito, se van apagando paulatinamente las velas de un candelabro llamado “tenebrario”, hasta quedar en completa oscuridad, en señal de duelo por la muerte de Cristo.
Mozart escuchó el "Miserere" por primera vez ese Miércoles Santo de 1770, año de nacimiento de Beethoven, por cierto. El joven Wolfgang quedó tan impresionado por su belleza que, al regresar a su hospedaje, la transcribió completamente de memoria. A los dos días, es decir, Viernes Santo, la escuchó de nuevo para verificar algunos pasajes, y corrigió los detalles que le faltaban. Había hecho lo que nadie antes se había atrevido: capturar una obra sagrada prohibida con su prodigiosa memoria musical.
La copia de Mozart comenzó a circular y tal escándalo no tardó en llegar a oídos del Vaticano. Mas, lo que podría haber sido motivo de castigo, se convirtió en una oportunidad para reconocer su talento. El papa Clemente XIV, lejos de reprenderlo, lo llamó a audiencia privada y, para sorpresa de todos, lo felicitó calurosamente por su hazaña.
En un gesto inusual, el Papa le otorgó a Mozart la "Orden de la Espuela de Oro", un título honorífico reservado a personajes de alto prestigio. Así, el joven Wolfgang no solo evitó la temida excomunión, sino que fue honrado por su genialidad y por haber demostrado un talento musical casi milagroso.
Esta anécdota se ha convertido en parte del imaginario clásico-musical, y es frecuentemente recordada como un ejemplo de cómo el genio puede vencer incluso las barreras impuestas por la autoridad. La historia de Mozart y el "Miserere" revela no solo su memoria y precocidad, sino también su pasión por el conocimiento musical.
La composición de Allegri es, desde entonces, una de las más populares piezas del repertorio sacro. Gracias a Mozart, la obra pudo llegar a nuevos oídos y convertirse en un clásico de la Semana Santa en muchas partes del mundo. Su transcripción del "Miserere" contribuyó a democratizar el acceso a una pieza que antes era privilegio de unos pocos.
Curiosamente, este episodio también nos muestra el lado humano de la institución eclesiástica, que supo reconocer el valor artístico por encima del dogma. En una época donde las reglas eran estrictas, la historia de Mozart se alza como un canto a la inteligencia, la belleza y la libertad del arte.
Hoy en día, muchas interpretaciones del "Miserere" se inspiran en la versión que se transcribió a partir de la memoria de aquel adolescente prodigioso. Y así, cada Semana Santa, cuando se escucha esta música celestial, se recuerda también la travesura sagrada de un joven llamado Wolfgang Amadeus Mozart.
Este es el Miserere mei, Deus de Gregorio Allegri, una obra que Mozart transcribió de memoria tras escucharla únicamente en dos ocasiones. Esta versión está a cargo de la reconocida agrupación Tenebrae Choir, dirigida por Nigel Short: https://www.youtube.com/watch?v=H3v9unphfi0