La palabra normalización evoca la ambición de todo régimen de ser aceptado como natural o inevitable, aunque no sea el preferido por los gobernados. Ocurre la normalización cuando, sea por consenso o por imposición, las mayorías dejan de plantearse la posibilidad de un régimen alternativo como algo alcanzable, y lo remiten al mundo de la utopía o de la política-ficción.”
Luis Gómez Calcaño
Regularizar o poner en orden lo que no lo estaba, ordenar, homogeneizar, organizar, encauzar, enderezar, arreglar. Todos estos sinónimos del término normalizar, vienen apareciendo con insistencia en el vocablo reciente del oficialismo, puesto que, a raíz del inocultable resultado del 28/07, el régimen se ha visto obligado a realizar cuanto le sea posible por crear una matriz de opinión que afirme que el país se está normalizando y avanzamos aceleradamente a la superación de la ineludible crisis.
La normalidad y anormalidad no son conceptos fijos, sino que están definidos cultural y socialmente. La normalidad se asocia con lo que es común, frecuente y considerado deseable en un grupo o sociedad, mientras que la anormalidad se refiere a lo que se desvía de esa norma.
La normalización, en sociología, es el proceso mediante el cual ciertos comportamientos e ideas se pretenden considerar "normales" a través de la repetición, la propaganda u otros medios, muchas veces llegando a tal punto que son consideradas naturales y se dan por sentado sin mayores observaciones ni cuestionamientos.
Sostenía el profesor Michel Focault que la normalización de los sistemas de poder basados en la auto idealización se enmarca en la imposición de los mecanismos establecidos, así las cosas, esa pretendida normalización genera como efecto colateral la condicionada tolerancia social a la no exigencia de estándares mejores
En un foro virtual a propósito del riesgo de que la comunidad internacional se deje llevar por la narrativa de normalizar la situación en Venezuela, alertaba el periodista Luis Carlos Diaz: “Hay reacomodos de grupos económicos, sociales y empresariales y de diversos grupos políticos que operan abiertamente a favor de que se normalice la dictadura. Hay lobbies activos para que haya intercambio petrolero sin problemas, para que el Estado venezolano no rinda cuentas sobre el ingreso del petróleo y que venden la narrativa de que, si a Venezuela le entra más dinero, habrá menos migración (…) Hay grupos políticos y también humanitarios (…) Esto lo que haría es blanquear un sistema dictatorial que asesina y encarcela gente…”
Empresas encuestadoras relacionadas con el oficialismo, como Datanálisis, pretenden crear la impresión nacional e internacional que la crisis en Venezuela “se normaliza” y que en principio, la calidad de vida tiende a mejorar; sin embargo la realidad es totalmente opuesta, pues los problemas en nuestro país persisten y se agudizan: Una inflación que incrementa el hambre en millones de hogares, crisis en el servicio eléctrico en todos los estados, sometidos a apagones casi diarios, caos generalizado en el transporte, escasez creciente en el servicio de agua, crisis para la distribución de gasolina y de las bombonas de gas doméstico, escasez de efectivo con la desaparición del bolívar fuerte como moneda de transacción y para completar las ciudades sucias de punta a punta por malas gestiones afectando la salud de la población. En paralelo, la crisis en los sistemas educativo y de salud se extiende y afianza. Con ocho millones de compatriotas que conforman la diáspora, en este momento nos encontramos que el 25% de los venezolanos quisiera irse del país y el 8% tiene planes concretos para irse.
Terrible realidad para nuestra nación, cuya noción de normalidad dista mucho de aquellos buenos y remotos tiempos de los cuales nos queda aquella trillada expresión … “Cuando éramos felices y no lo sabíamos”
Ante tal realidad, que se nos presenta como un desafío moral y existencial: vivamos esta anormalidad, sin perder ni la paciencia ni la dignidad, pero perseverando comprometidamente, hasta alcanzar la verdadera normalidad.