El espacio de la dignidad del ciudadano

No se trata de una escuálida porción de esta carajeada, angustiada y famélica Nación

“En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle” Mahatma Gandhi.*

La dignidad es lo último que se pierde. Si bien es cierto que importantes estamentos de nuestra sociedad este desmadre la perdió hasta con su vergüenza, se hace obligatorio menester el recordar que la dignidad es el valor propio de cada persona como ser humano, independiente de su condición política, económica, o social. Desde que se inició este régimen, su estrategia política – siguiendo la cartilla cubana – fue la de pisotear la dignidad del ciudadano, con la expresa finalidad de producir miedo porque el miedo incapacita al individuo para la acción y lo lleva sucesivamente a la sumisión, a la aquiescencia y a la pasiva aceptación.

Una vez más - y cada día aparecen y aparecerán más trapisondas y acciones perversas – con las cuales Maduro y sus secuaces emplean toda su maquinaria en disgregar las fuerzas que puedan poner en peligro su poder. Se han dedicado a la fragmentación de cualquier esfuerzo unitario que se pueda producir. Por eso echan mano de la represión y el chantaje para controlar y destruir a cuantos osen oponerse a tantas vilezas y disparates, pero parecen olvidar algo importante: no se trata de una escuálida porción de esta carajeada, angustiada y famélica Nación, se trata del 80 % de su ciudadanía que ya no cree ni comparte tantos desafueros, tanta corrupción y tanta represión.

A pesar de las dificultades, aunque el régimen ponga todo su esfuerzo disuasivo mediante el miedo, la manipulación, las arbitrarias detenciones, el vulgar chantaje, la compra miserable de conciencias que se canjean por claps y la acostumbrada violencia, la sociedad, como un todo, ha decidido dar otro empujón a la historia, abandonando el ropaje del súbdito y colocándose de nuevo las vestimentas de ciudadano.

El ciudadano común no está enchinchorrado, postrado y menos aún acobardado, simplemente se prepara para cumplir con su cívico deber defender lo que queda de su maltrecha democracia. El ciudadano común solo espera ese momento preciso en el cual la prudente pero segura y responsable dirigencia le indique la ruta a seguir para hacer lo que se tenga que hacer y cómo se tenga que hacer.

Un ciudadano comprometido con el futuro de los suyos, que se moverá con la fuerza de sus convicciones y no con la inercia de las circunstancias, pues parece entender que esta compleja crisis que está atravesando nuestro país requiere respuestas inéditas.

Hoy se nos convoca a una participación más directa, comprometida y responsable en todos aquellos ámbitos donde podamos aportar con nuestro apoyo y entusiasmo, con mayor vitalidad y firmeza para lograr el rescate de nuestra democracia y por ende, de nuestro país.

No hacerlo será dejarle el campo abierto al modelo de dominación que nos conduce por tan nefasta ruta. La pérdida de la actitud crítica y de la capacidad de protesta, resulta lo más perjudicial para nuestra Nación. Por eso, de la capacidad de resistencia, de la rebeldía inteligente, de la imaginación crítica, del coraje y la tenacidad, dependerá que logremos el país que todos merecemos.

Ha llegado el momento de darle un viraje a esa sempiterna estafa, a la vulgarización del lenguaje y las costumbres, a la masificación del ciudadano que intenta hacernos desaparecer como individuos.

Ha llegado el momento de recuperar la dignidad y de impedir que la promiscuidad y la ruindad, presentes en sociedad decadentes por procesos totalitarios, sean aceptadas como prácticas comunes, por aquel desgraciado axioma que se dice apareció en boca de un exacerbado colaborador del General Juan Vicente Gómez, a quien se le increpó su innoble actitud y apenas pudo decir “me prostituyo para evitar que mis hijas lo hagan”.

Hoy se siente la generalizada la certeza que se acerca ese momento preciso para que se vuelva a colocar la dignidad del ciudadano en el espacio que le corresponde, pues resulta muy difícil hacer a un hombre miserable mientras sienta que es digno de sí mismo.

Ante esta realidad, no podemos ni debemos conformarnos con lo que lo que hoy se nos presenta como presente y futuro, ya que en ninguna circunstancia, podemos guarecernos bajo el manto de inútiles subterfugios a la espera eterna que un cúmulo de casualidades nos saquen de este indigna trayectoria que hemos venido atravesando.

Manuel Barreto Hernaiz

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Manuel Barreto
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