“ _Un pueblo ilustrado confía sus intereses a hombres instruidos, pero un pueblo ignorante se convierte necesariamente en víctima de los bribones que, ya sea que los adulen, ya sea que los opriman, le hacen instrumento de sus proyectos y víctima de sus intereses.”_ *Condorcet*
Un nuevo episodio de asedio y represión se vivió el pasado miércoles en las puertas de la Universidad Central de Venezuela. El mismo libreto aplicado en todas las manifestaciones que se producen en el país, se puso en práctica. El férreo cerco represivo impidió la legitima protesta. El movimiento Intergremial Universitaria de la UCV tenía como objetivo entregar un pliego petitorio al ministro Ricardo Sánchez con las solicitudes para que se cumplan las medidas que garanticen la calidad educativa en las universidades.
No podemos olvidar que nuestras universidades han dado lo mejor de sí en la construcción y desarrollo de nuestro país, siendo su misión originaria generar y fomentar el conocimiento, formar líderes profesionales e intelectuales -esto es un clamor nacional- y servir, mediante las actividades, programas y proyectos de extensión, a su entorno natural, con el cual cohabita; y algo que no se puede obviar: desempeñan un rol irremplazable en la impostergable tarea de preparar al profesorado que tendrá la responsabilidad de la educación democrática y en valores en los otros niveles educacionales.
Pero, cómo llevar adelante tal misión con un salario que no llega, de acuerdo al economista y presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas (ANCE), Leonardo Vera, a 9 dólares; en tanto que las bonificaciones, apenas pueden alcanzar 130 dólares en bolívares al tipo de cambio oficial, y no inciden en los beneficios laborales.
Lo que exigen las universidades, además de su justa demanda laboral, en lo pertinente al déficit generado por una asignación de recursos muy insuficientes, es que se les permita lograr los niveles de calidad académica acordes con las instituciones de educación superior de los países más avanzados; auspiciando la permanente innovación y el perfeccionamiento, superando los errores y desviaciones, a fin de lograr un desarrollo económico y social eficiente que sustente el progreso de nuestra Nación en todos los órdenes materiales y espirituales.
Resulta un preciso indicador de las tentaciones totalitarias, la tolerancia y el apoyo que muestren los gobiernos hacia la autonomía de sus Universidades. Tal vez en la cultura universitaria, más que en cualquier otro espacio del pensamiento, sea necesario que los ciudadanos con posiciones diferentes concatenen sus ideas, por supuesto, partiendo del principio que la libertad, el respeto y la justicia debe ser la base que soporte las normas del acontecer universitario. Debe ser la Universidad ese magnífico recipiente en el cual se viertan los pensamientos que descubran y promuevan los impostergables senderos que conduzcan a lograr ese país que anhelamos y merecemos los venezolanos de buena voluntad. Debe ser el escenario que por su propia esencia desarrolle la praxis de la convivencia civilizada; esa luz que vence la sombras.
La penuria de nuestra educación es mucho más que un dato estadístico, es un penoso y pesado lastre para el desarrollo y el bienestar de nuestro país y una rémora en las expectativas de porvenir de nuestros muchachos. Hasta ahora no se ha podido localizar alguna señal fiable de balance oficial de la educación.
No resulta un secreto que, a mayor formación, más igualdad de oportunidades, más integración social, más dinamismo económico y también más y mejor empleo. Y se expone en cuanto foro o conferencia se realiza: la única receta para superar tantas amenazas al futuro es la educación. Apostar por el capital y el talento humano, por hombres y mujeres con un valor añadido real, es el mejor Programa de Gobierno posible para el futuro de Venezuela.
No es que creamos que allí radica la solución a tantos problemas que nos agobian como Nación, pero si está lo importante, lo inaplazable, pues la educación es la que posibilita salir de la pobreza; y de su calidad dependerá la verdadera democracia, considerando aquella máxima de Herbert Spencer:” El objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás.”