"Una sociedad decadente es víctima del enorme peso del poder en provecho de su permanencia. Por eso la decadencia articula sus manifiestos donde el juego de la política se presenta"
—Antonio José Monagas.
Si bien hace pocos días –con motivo del aniversario de Valencia– recordábamos a José Rafael Pocaterra por esa maravillosa pieza literaria con lo que vino a más que a ofrendar, a despedirse de su ciudad natal, sin duda alguna que el ensayo “Memorias de un venezolano de la decadencia” fue su obra más resaltante, no solo por la crueldad impresa en cada papelito de cigarrillo cargado de testimonio de las más perversas injusticias; denuncias escritas con sangre propia y ajena; sino por su comprobada vigencia; así, tomemos al voleo una aguda sentencia: …“Los tipos más plebeyos, menos intelectuales y excesivamente pedantescos se encentran entre estas dotaciones militares de nuestras fortalezas y en las sesiones de las cámaras del Congreso. ¡Dios mío! ¡Qué de chalecos estrafalarios! ¡Qué de jetas abominables! ¡Cuánta torpeza y estultez!”
¿Acaso este pasaje no podría anotarse hoy?
Tan sólo tendríamos que cambiar el título por La decadencia en la memoria del venezolano.
El porqué es bien sabido, sin embargo, tratemos de justificarlo.
La decadencia es el principio de la ruina total; es la entrada en la declinación acompañada por un proceso de deterioro a través del cual las condiciones comienzan a empeorar.
Un signo muy característico de una sociedad en decadencia es que las emociones salen del ámbito personal e íntimo y pasan a arbitrar las relaciones sociales, como son síntomas claros de tal desgracia, el abandono moral y la desidia por avanzar solidariamente.
Es propio de la decadencia de un sistema el enmascarar los daños que provoca, el postergar los correctivos ineludibles, el adulterar la verdad y, sobre todo, el corromper el espíritu del ciudadano.
Desde aquellos tiempos de samanes y juramentos, en los cuales juraron acabar con la corrupción, ahora vuelven con lo mismo, pero ya la ciudadanía se cansó de tantos desafinados cantos de sirenas.
La descomposición del régimen es tan evidente que hace tambalear los pocos principios democráticos y ciudadanos que nos van quedando. Que estamos ante un gobierno decadente ya era una noticia que dejó de serlo hace mucho.
Pero también se evidencia la decadencia en la actitud aquiescente y hasta despreocupada de cuantos no creen en la posibilidad de cambios, o creen en cambios gatopardianos; esos individuos que aceptan sin discusiones lo ocurrido el 28/07, y se aprestan, a sabiendas de lo que significa el próximo proceso electoral, a participar en tal charada.
Otro de los claros ejemplos de la decadencia es la metástasis del cáncer de la corrupción que propició la creación de una nueva clase social, que ha sido denominada como “Los enhufados”.
Nadie, en su sano juicio, pone en duda que el despelote de lo que nos va quedando de país se nos presenta como un cuadro dantesco; hasta los tozudos simpatizantes del régimen aceptan que estamos envueltos en tremendo berenjenal, en un peligroso marasmo que no solo arrasará con un efímero sueño de grandeza –similar a aquel Reich de los Mil Años– sino que pondrá el porvenir de toda nuestra Nación en una irresponsable posición de atraso y desventaja, impidiendo a las futuras generaciones su anhelado y merecido ingreso al Siglo XXI.
Han transcurrido 25 penosos años de lamentable transcurrir, en los cuales, por ese dañino modelaje, se enseñó a buena parte de la sociedad a aplaudir a los violentos y a los tramposos y a burlarse de los honestos, porque lograron instalar la cultura de la ilegalidad. Recordemos que una sociedad es inmoral cuando aprecia mal los valores éticos y se desmoraliza cuando, por experiencias frustrantes, no encuentran modelos, razones, motivaciones ni estímulos para obrar correctamente.
Entre todos los males que nos han ocurrido, son los actos contra la ley, masificados hasta el extremo, los responsables de la degradación moral. Ese es el origen y la causa de todos los graves problemas del país.
Desconocemos la manera de cambiar el carácter de nuestro pueblo, su forma de entender la vida y de llevarla, no que la entiendan por él... y se la lleven, pues es momento de salir de ese perverso espacio de la manipulación y los sentimientos manipulados. Pero sí es cierto que como mínimo, nuestra sociedad necesita aún muchas dosis de educación, sensatez y cordura. Educación, por cierto, que, en su decadencia, está, en todos sus niveles, aniquilando el régimen.
Tendremos un país, sano, un país confiable, un país del siglo XXI ese día en el cual, además de la estabilidad política, contemos con una institucionalidad que vaya más allá de la claridad y de la permanencia de sus reglas, la probidad de su sistema jurídico y el respeto irrestricto de los derechos individuales garantizados por la Constitución. Si no buscamos la manera de reconstruir los valores perdidos en nuestra sociedad, no habrá futuro que valga.