"Nunca se da tanto, como cuando se dan esperanzas"._
*Anatole France*
_“Mis oraciones en estos tiempos no tan fáciles y que nuestro señor les llene de esperanza y les acompañe siempre”._
*León XIV*
El saludo es una fórmula de cortesía que le permite a una persona hacer notar a otra su presencia o a través del cual puede entablar una conversación. Resulta muy coloquial en nuestro país utilizar expresiones como epa, épale, qué más, qué hubo o simplemente "hola" entre amigos y en contexto informal, hasta el aceptado sin remilgos: ¿Y cómo está la vaina?
Sin embargo, desde hace ya bastante tiempo, esas simpáticas expresiones que destacaban nuestra particular forma de comunicarnos se han ido desfigurando en frases dubitativas, cargadas de angustia, de incertidumbre, hasta de temor.
Es común el ¿Adónde iremos a parar? ¿Supiste que apresaron a ...? ¿Te enteraste que …murió de mengua o bien... ¿Hasta cuándo?Lo anterior puede ser considerado un recurso retórico, pero se nos hace vinculante ¿acaso alguien duda de la realidad de estas interrogantes que dejaron muy atrás al común ¿cómo te va?
La sociedad venezolana está aquejada de una delicada enfermedad -tal vez más grave que la anomia-: un permanente proceso de descomposición moral.
No se puede augurar éxito a ningún proceso de reconstrucción si este no comienza con la reconstitución de los valores éticos del cuerpo social.
Ya son más de cinco lustros de ver desmembrarse aquella imperfecta pero perfectible democracia bajo el peso insostenible de disparate tras disparate, de interminables chácharas gubernamentales que no solo mienten sino que han pretendido utilizar la amenaza, el ataque, la sempiterna agresión, con la expresa finalidad de implantar el miedo y controlar las conductas ciudadanas; cercenando espacios y libertades a una ciudadanía sometida, que aunque extenuada y temerosa, mantiene latente su fe y su esperanza; que con temple, compromiso y coraje sabrá tomar la indeclinable posición contra tantos y tan nefastos desmanes y sabrá asumirla aun cuando no se esté plenamente seguros de nada, considerando lo que afirma el catedrático de la Universidad de Madrid, Rafael del Águila: " _... Un hombre civilizado es quien se atreve a arriesgarse por cosas que considera cruciales, aun cuando tenga dudas sobre ellas... Importa lo pequeño, los cambios y rebeldías locales, las disidencias puntuales, la solución de los problemas reales, las resistencias a lo intolerable. La consecución de un mundo, si no completamente justo y perfecto, al menos decente"._
Sin esperanza en lograr ese país que anhelamos y merecemos, no habrá acción motivadora. Si no tenemos fe en que lograremos salir de este marasmo, lo único que haremos será quejarnos y buscar excusas. No pensemos en la esperanza solo como un sentimiento o una emoción; el poder de la esperanza es mucho más que eso.
Pensemos en la fuerza que tiene la esperanza para canalizar nuestras energías hacia metas alcanzables en este proceso de cambio hacia la democracia. Saludemos con esperanza un porvenir que se avizora sin intolerancia, sin opresiones y discriminaciones por ideas políticas; sin presos políticos y sin tiranos ni tiranías marginados.
La esperanza que prevalezca más que la condición de pueblo, el concepto de ciudadano, ese ser que logre la plena conciencia de sus deberes y derechos, lo que le permitiría exigir la sana independencia y autonomía de los poderes públicos, la transparente rendición de cuentas de sus gobernantes.
Saludemos la esperanza de lograr un país con oportunidades de trabajo digno, en el cual se garantice la seguridad ciudadana, así como una educación de calidad y accesible. Y por qué no, la esperanza de contar con buena atención de salud, agua potable y energía eléctrica propia de un país petrolero. El país surgirá de la actitud de sus ciudadanos. Es lo que su gente anhela y aspira.