Pararse de frente a una obra como El amor en los tiempos del cólera no es sencillo para una persona que creció en pleno siglo XXI. No hacen falta demasiados estudios para entender lo mucho que ha cambiado el mundo en tan poco tiempo; las generaciones anteriores a la mía han sentado las bases para el abandono gradual de algunas prácticas antiguas que no pueden pasar la más flexible de las pruebas morales.
Los prejuicios abundan sobre esta obra y ese es el primer tema que considero digno de tratar, no por ser lo más destacable del texto, sino por ir en consonancia con los tiempos que se viven. Este es un libro en el que la pedofilia está presente. Hay que decirlo así, sin rodeos. Sin embargo, como mencioné hace varias semanas, la distancia entre un escritor y lo que dicen sus libros es mucho mayor a lo que la gente cree.
En general, la historia se puede sintetizar en el desarrollo de un amor imposible por parte de Florentino Ariza —un hombre joven, sombrío y misterioso, de clase media e hijo de una comerciante que ejercía de prestamista— hacia Fermina Daza, cuando ella apenas entraba a la adolescencia.
En un principio, la niña correspondió el afecto de Florentino con cartas inocentes, hasta que Lorenzo Daza, su padre, se enteró del amago amoroso de ambos. Tras intentar mediar en la situación y constatar que corría peligro su sueño de casar a su hija con un hombre poderoso, Lorenzo tomó la decisión de mudar a su familia a otra ciudad.
Florentino había estado ligado durante sus primeros años de adultez al oficio de los telégrafos, lo que le permitió mantenerse en contacto con su amada. Las síntesis de la obra usualmente llegan hasta acá: un telegrafista que se enamora de una niña y la “persigue” a la distancia para no dejar morir su relación. Sin embargo, lo más relevante es lo que se desarrolla después.
Luego de llegar del viaje, ya a las puertas de la mayoría de edad, Fermina continúa brevemente su correspondencia con Florentino, hasta que un día decide rechazarlo. Este es el cimiento a partir del que García Márquez teje su visión particular de un amor imposible, que atormentará a sus protagonistas durante el resto de sus extensas vidas, marcadas a fuego por el sufrimiento que imprime Latinoamérica a sus hijos a finales del siglo XIX e inicios del XX.
Florentino nunca logra superar a su enamorada, por la que está dispuesto a esperar hasta la víspera de su muerte en caso de ser necesario. Durante esos años, se acuesta con una infinidad de mujeres sin desarrollar un estrecho vínculo con ninguna, bajo una extraña concepción de un juramento de fidelidad que alguna vez le hizo a la hija de Lorenzo.
Por su parte, Fermina conoce a Juvenal Urbino, un doctor honrado y reconocido en todo el Caribe, quien termina por enamorarse de ella, pedirle matrimonio y darle una vida de comodidades y de lujos.
La existencia de Florentino, entonces, se resume en simplemente esperar, hasta el punto de darse cuenta de que para consumar su amor tendrá que ver enviudar a la ahora señora de Urbino, si es que en algún momento el destino le da un espaldarazo.
El amor en los tiempos del cólera es, además, el nombre perfecto para una obra que explora una forma de querer extraña, espontánea, dilatada en el tiempo y sin un norte realista, más allá de la promesa de un beso que perfectamente podría no llegar.
Fermina es un personaje complejo, que no olvida a aquel hombre que la cautivó durante su adolescencia, pero que sabe anteponer los intereses de su propia vida para intentar garantizar esa solvencia económica y esa estabilidad que necesita, aunque no la hagan feliz.
A pesar de que en el imaginario colectivo esta relación sea condenable —y sí, efectivamente, cualquier intento de cortejar a una menor de edad es digno de ser repudiado—, el verdadero problema viene unos años después. La realidad es que los dos personajes principales nunca llegan a pasar de cartas inocentes. No obstante, cuando Florentino es un hombre ya entrado en años, desarrolla una conexión un tanto grotesca con América Vicuña, quien apenas recién entraba en la adolescencia.
No puedo negar que, visto con los ojos de la modernidad, el desarrollo de sus interacciones resulta tremendamente incómodo, y la forma en la que concluye su relación es también desconcertante. No obstante, y sin ánimos de volver sobre el camino andado en otras columnas, es un recurso narrativo con varias intenciones, que no es representativo de la moral propia del autor, como no lo es ninguna de las decisiones de los personajes de la literatura en general.
Yo, que soy poco asiduo de los libros de amor, especialmente los contemporáneos, disfruté mucho a este Gabo más contenido en el entorno realista de una obra extensa. No lo considero mejor ni peor, solo diferente. Es una obra de arte, como casi todo lo que hizo en vida el hombre de Aracataca.