Madre

A ti Madre, que me lees, sigue preparando la habitación de tu hijo exiliado, guarda sus cosas con cuidado, esperando ese amanecer

“A ti te parece que el deber de nosotros es la expatriación, y yo opino lo contrario. Creo que nuestro deber está en quedarnos aquí, para sufrir con todo el corazón la parte que nos corresponde en el dolor de la Patria, para desaparecer con ella, si ella perece; para tener la satisfacción de decir
más tarde, si ella se salva y prospera: yo tengo derecho a este bienestar porque lo compré con mi dolor”.
Rómulo Gallegos, fragmento de Reinaldo Solar.

En Berlín se alza un edificio pequeño que emula la estética de la arquitectura griega la Nue Wache. Este es un lugar verdaderamente conmovedor, empezó en 1818, como un puesto de guardia. Hoy es un memorial al horror de la Guerra y la Tiranía, en el centro de la sala vacía se erige una estatua, absolutamente cruda, la figura de una Madre que sostiene a su hijo muerto, no hay distracciones, ni decoraciones. Sobre la escultura hay un circulo abierto, que expone a la imagen al sol, a la lluvia, a la nieve.

La Madre es victima del clima, de su eterno dolor, la estatua es obra de Kathe Kollwiitz, una artista quien perdió a su hijo e la guerra de 1914. No hay dolor más grande que la pérdida de un hijo, ese circulo que se posa a cielo abierto sobre la escultura, es el recordatorio de la laceración del alma que siente una madre ante la pérdida de un hijo.

Las tiranías son filicidas por naturaleza. Destruyen el amor más puro que existe entre los humanos, el amor de Madre, ese vínculo ha sido roto una y otra vez en nuestra atormentada patria. En aquel 2014, en el cual los venezolanos vimos morir en el asfalto y en el 2017, revivimos el horror de las embestidas de carros de combate contra los jóvenes armados de ilusión y de libertad, niños con escudos de cartón hastiados del hambre. También la crueldad filicida se patentiza en el mar, que no es culpable de los naufragios para llegar a Trinidad escapando del Hambre.

Nuestros hijos son literalmente tragados por el horror del Darién, presa de fieras y de asesinos, expoliados de las fronteras de los Estados Unidos, signados por los países que creíamos hermanos, incapaces de soportar una diáspora bíblica, un éxodo que no es conducido por Moisés, que no los lleva a una tierra donde brota leche y miel. Los lleva a la xenofobia, a la negación de sus vidas en este nuestro país

Con horror aún recuerdo las duras palabras de un compatriota en las frías calles de Madrid, en una librería de Callao, un lugar que me recordaba mi condición de profesor aquí y de nadie allá, las palabras de aquel venezolano, fueron determinantes: “ Debes olvidar todo lo que lograste en Venezuela, sí allá fuiste ponente, profesor, conferencista, académico, aquí eres nadie, debes de aceptar lo que sea, lo que venga”, obviamente la decisión fue volver al terruño, motivado por la conexión con mi Madre, con la Universidad y escapando de la xenofobia, ese monstruo que es la consecuencia de esta pavorosa tiranía.

Confieso, que hay días en los cuales hago el cálculo del exilio, total aquí no está Venezuela. Esto es un ex país, un escombro, un fardo informe, un dolor que se consume al norte del Sur. ¿Cómo nos vino a pasar esto, qué estamos pagando? Lo que sea creo ya lo hemos pagado, no merecemos tanta suma de maldad, tanto repudio, tanto dolor de la madre expoliada, el título de esta dolorosa columna, va en desagravio a las madres que hoy tienden la cama del hijo en el exilio, las madres que enjugan sus lágrimas frente a una tumba, las que lloran en las ergástulas.

En mi condición de católico practicante y formador de sacerdotes entrego vuestro sufrimiento materno, a María lacrimosa, para que con su amor célico interceda ante el padre siendo camino a Jesús. Santa María de Coromoto vuelve tus ojos a esta tu atormentada patria, llévanos a tu hijo, que es la verdad, la luz y la vida.
Mi mamá merece que yo la acompañe hasta sus últimos días, mis alumnos merecen que no los desampare y finalmente yo no les voy a dejar mi país a estos cuatreros.

A ti Madre, que me lees, sigue preparando la habitación de tu hijo exiliado, guarda sus cosas con cuidado, esperando ese amanecer. A ti madre que vives el dolor de la muerte de tu hijo, aguanta bajo el calor de este clima y la lluvia tropical el dolor de esa tu perdida. Estamos seguros que el país se esta pariendo a sí mismo, estamos en las contracciones del parto.

Quizás en el medio de este dolor aparezca el consuelo de la libertad, la posibilidad de reconstruirte Patria mía. Tal vez nos toque el sabor de la derrota, pero note abandonaremos Mamá grande, Venezuela amada. Te vamos a luchar hoy, para tener mañana y al salir de esto, limpiaremos la boca de todos, para asumir el discurso limpio de la libertad.

En Venezuela a los tres días de marzo, del 2025 para encontrarte y salvarte Mamá…
X@carlosnanezr.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Carlos Ñañez
Carlos Ñañez

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