Tras algunas semanas de ausencia, por fin volvemos a navegar estas aguas. Mar de Letras no había salido a la luz nuevamente por un buen motivo: la presentación de mi libro, “Los inmortales del Verde Rojas”, en la isla de Margarita.
Precisamente, de esos días del viaje recuerdo uno en el que me sentí víctima de los algoritmos de redes sociales —cosa que ocurre con más frecuencia de lo que me gustaría admitir—. Mientras bajaba en Instagram, me topé con un hombre que prometía una especie de curso para enseñar a publicar una obra en un plazo de dos meses.
Se veía bastante joven así que decidí entrar a su perfil. Allí, aseguraba haber escrito y publicado casi un centenar de títulos, además de haber ayudado a otros tantos autores en sus procesos creativos.
Debo confesar que este “hallazgo” en particular, que tiene poco de novedoso, me causó cierta indignación. A día de hoy hay muchos gurús de menos de 40 años que se dedican a lo mismo, sin embargo, pocas veces había visto tanta frivolidad a la hora de tratar este tema. Para ellos, la literatura no es un arte, sino una forma de producción destinada al consumo masivo.
Por momentos también he considerado que este fenómeno se debe a la idea popular de que todo el mundo tiene que hacer un libro antes de morir. De repente, escribir se convirtió en algo “instagrameable” que cualquiera puede hacer sin amor al arte y sin una mínima formación previa. Ni siquiera es necesario experimentar con formas narrativas, porque siempre se puede publicar algún mamotreto sobre cómo ser exitoso o alguna autobiografía con tintes fantásticos.
En la mayoría de los casos, a estos autores no les interesa realmente aprender el oficio, sino poder llenar su ego con la irrebatible etiqueta de haber publicado algo. Algunos —los más adinerados— incluso pagan a escritores fantasma para ahorrarse todo el trabajo.
Lo peor de este caso es que, además, los gurús están buscando formas de adaptar la escritura al ritmo de recompensas inmediatas de la actualidad. Ellos no solo te van a enseñar sin necesidad de que hayas leído algo decente antes, sino que lo van a hacer en unas pocas semanas. Sí, así es, la ilusión de autosuficiencia de esta generación te va a permitir adelantar a aquellos que han dedicado una vida entera a esto, o al menos eso es lo que vas a sentir.
Mi intención no es tampoco la de sacralizar la figura del “verdadero autor”, sino criticar legítimamente la mediocridad en la que derivarán estas supuestas formaciones. Esos libros, puestos en las estanterías, aumentan la competencia en el mercado editorial de una forma casi desleal; un influencer podría opacar a un artista con años de trabajo encima, solo por su arrastre mediático, y en muchos casos sin haber tocado una tecla.
La mejor manera de combatir esto es erradicar aquella noción ya mencionada de que todo el mundo tiene que escribir un libro. Si bien es cierto que cualquiera puede y tiene derecho a intentarlo, no se trata de un deber cívico. Tampoco es una forma de cura ante la muerte, como algunos llegan a pensar, porque una publicación escueta no garantiza dejar un legado.
Aquellos que de verdad quieran incursionar en este arte, sea cual sea su profesión, deben hacerlo con cariño y con respeto. La realidad es que no somos nadie y aceptar eso es un buen primer paso para aprender de quienes sí dejaron una huella. Lo de escribir viene después.