Franz Schubert, el rumbero

Durante una cena con amigos, escuchó una frase que lo inspiró a escribir un lied y, sin un papel disponible, comenzó a componer en una servilleta de tela

El 31 de enero marca el aniversario del nacimiento de Franz Schubert, uno de los compositores más destacados del Romanticismo y figura fundamental en la historia de la música académica. Nacido en 1797 en Viena, Austria, Schubert creció en un entorno humilde, pero rodeado de música. Ya la tristeza y la desdicha lo acompañaron desde su nacimiento: fue el cuarto hijo sobreviviente del matrimonio entre el profesor Franz Theodore Schubert y su esposa Elisabeth.

Eran trece hermanos, aunque diez de ellos murieron al nacer y otro de ellos murió prematuramente, mientras que su madre falleció en su último parto cuando él tenía apenas quince años. Leí por ahí que “desde entonces, Schubert habitó un mundo atravesado por la ausencia, buscando en la música la redención de un dolor que parecía ser tan eterno como el tiempo mismo”. De niño demostró un talento excepcional, especialmente en el piano, el violín y el canto, habilidades que perfeccionó bajo la guía de su padre y profesores como Antonio Salieri, Michael Holzer y Joseph von Spaun. Como muchos de su época, se le fue arrebatada la vida muy joven, a los 31 años. Su legado musical abarca más de seiscientos lieder, nueve sinfonías -dos de ellas inconclusas y esbozos de una décima-, muchas obras de música de
cámara y centenares de piezas para piano.

Lo que distingue a Schubert no es solo su prolífica producción, sino también la profundidad emocional y la innovación en su obra. Fue un maestro en la capacidad de combinar textos poéticos con melodías cautivadoras, al crear piezas que exploran la alegría, la melancolía y la
introspección humana. Sus obras son extremadamente sentimentales, como lo reflejan su lied Der Erlkönig, una de las obras más célebres de Franz Schubert, basada en el poema homónimo de Johann Wolfgang von Goethe, compuesta en 1815, cuando Schubert tenía apenas 18 años, en el que se combina la música y la poesía para narrar una historia con gran intensidad emocional; y su famoso Ave Maria, melodía que no nació como oración mariana sino como parte de un ciclo de canciones, con otra intención -y cuya historia será para otro
artículo-, son prueba de su habilidad para transmitir sentimientos complejos con una belleza inigualable. A pesar de este talento extraordinario, Schubert vivió gran parte de su vida en relativa oscuridad, luchando con la falta de reconocimiento y dificultades económicas.

Un elemento menos conocido de su vida fue su profunda admiración por Beethoven, a quien consideraba un modelo a seguir. Algunos sostienen que Schubert estaba enamorado del genio sordo. Se sintió siempre a la sombra del gran maestro, pero también encontró en él una fuente de inspiración. Cuando Beethoven murió en 1827, Schubert fue uno de los portadores de antorchas en su funeral, un acto que simboliza su respeto y admiración. La ironía del destino marcó el final de Schubert, quien, víctima de la sífilis derivada de su vida desenfrenada, falleció tan solo un año después. Fue sepultado en el Cementerio Central de Viena, cerca de su admirado ídolo.

Schubert era conocido por escribir música en cualquier cosa que tuviera a la mano. Según una anécdota, durante una cena con amigos, escuchó una frase que lo inspiró a escribir un lied y, sin un papel disponible, comenzó a componer en una servilleta de tela. Su creatividad era tan fluida que no podía esperar a tener una partitura adecuada.

Schubert era rumbero. Un asiduo visitante de tabernas y cafés en Viena. Aunque era tímido, se sentía a gusto en las reuniones con amigos donde la conversación fluía libremente. Su amor por el vino era conocido, al punto de que, en una ocasión, bromeando, dijo que “preferiría ser recordado como un buen bebedor que como un gran compositor”. Otro aspecto interesante de Schubert es su papel como el creador de las Schubertiades, reuniones informales donde sus amigos y él mismo interpretaban sus obras en un íntimo pero divertido y desenfrenado ambiente. Estas reuniones no solo eran un escape de las presiones de la vida cotidiana, sino también un espacio donde Schubert podía experimentar y compartir su música y sus emociones con un público cercano. Muchas de sus composiciones más icónicas, incluidos sus
lieder, debutaron en estas reuniones. En una de estas Schubertiades, tocó un vals tan frenético y animado que un grupo de amigos comenzó a saltar y bailar alrededor del piano. La energía fue tanta que el piano se tambaleó peligrosamente, el piso se resquebrajó, y alguien tuvo que
intervenir para evitar una literal tragedia. Decían que esas fiestas duraban ininterrumpidamente días enteros. Así fue la vida de Franz Schubert, una interminable rumba, diría un venezolano.

La fiesta, el disfrute, la celebración, la farra forma parte habitual de la existencia humana, y más del artista, como si esta supuesta felicidad, la fiesta constante, fuera el verdadero propósito de vivir. Reflexiono y concluyo que, lógicamente, vivir en un jolgorio eterno, en una fiesta interminable, no es para nada saludable. Es como intentar llenar un alma triste con el estruendo de ruidos ajenos, usar desechos como si fueran combustible; esconder bajo carcajadas y aplausos lo que en realidad es una profunda melancolía del espíritu; enmascarar una tristeza profunda con un ruido ensordecedor, alimentar el vacío con restos de cosas sin valor; ocultar detrás de risas y aplausos la desolación que realmente habita en el alma; tapar la tristeza con un manto de ruidos y distracciones, intentar avivar la llama de la vida con combustible de baja calidad... Disfrazar la melancolía con una máscara de alegría y fingir que todo está bien. Quizás, solo quizás, habríamos tenido a un Schubert más longevo si no hubiese sucumbido a los excesos de tanta celebración, tanta rumba. Una rumba que, casualmente, hoy
quieren hasta constitucionalizar, pues rumbeando se tapa la aparente desesperanza.

Aunque Schubert no vivió para ver el impacto de su obra, la posteridad ha hecho justicia a su genio. Muchas de sus composiciones permanecieron desconocidas durante años tras su muerte y fueron descubiertas por músicos y estudiosos que se maravillaron ante su profundidad y creatividad. Hoy en día, su música no solo se interpreta en salas de concierto de todo el mundo, sino que también ha influido en generaciones de compositores posteriores, consolidándolo como uno de los pilares del Romanticismo musical.

En este aniversario de su nacimiento, reflexionamos sobre la vida y obra de un hombre cuya música, aunque en muchos casos concebida en condiciones cuestionables, alcanzó las alturas de la grandeza. Schubert nos invita a soñar, a sentir y a vivir la música con toda la intensidad
que su corazón rumbero pero roto, imprimió en cada nota.

A propósito de Franz Schubert, y a cargo de Ian Bostridge, tenor y Mitsuko Uchida al piano, escucharemos “Die Schöne Müllerin” (La Bella Molinera), D. 795, en una interesante edición que mezcla audio, partitura y letra en alemán y su traducción al inglés y al español:

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Franz Schubert, el rumbero

Juan Pablo Correa

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