La semana pasada tuve la oportunidad de tocar en un recital instrumental de música latinoamericana, luego de cuatro años inactivo en tarima. Reitero: En tarima, pues no he abandonado para nada la música. Como lo dije en otro momento, me siento más músico que nunca: arreglo, compongo y doy clases on line a diario. Solo que tenía mucho tiempo sin tocar en vivo. Fue una experiencia por demás emocionante, cargada de energía, de esa esencia latente de lo que implica hacer música y con un público reducido pero muy querido. Pocas cosas en la vida son más forjadoras que el omnipresente miedo escénico a vencer, y nada más reparador que el eco alentador de los aplausos. Sobre el escenario se vive entre la fragilidad de los dedos y el poder de la emoción, al mostrar con cierto pudor el alma desnuda frente a la audiencia, con la esperanza de que cada sonido conecte, inspire o conmueva. Fue un lindo momento, y más al celebrar que hace cuarenta años comenzó mi travesía artística, contando desde aquella primera vez en que gané algo de dinero tocando para una boda.
Me acompañaba un selecto grupo de talentosos músicos: Francisco Duque en el bajo y mandolina, Alexander Morillo con el cuatro venezolano, Andrés Martine (sí, sin "Z" al final ni tilde) en la guitarra. Como solistas brillaron Douglas Juárez en la flauta y Jesús Nucette, anfitrión y organizador, ejecutando magistralmente el violín. Tuve la responsabilidad de, además de tocar el piano, hacer los arreglos y llevar la dirección musical. Fue un hermoso reencuentro con la magia de hacer música viva.
Mientras tocaba el piano, buscaba señales en los rostros del público, calibrando emociones, leyendo la reacción íntima de cada semblante presente. A la vez, volvía la mirada hacia mis compañeros, buscando ese hilo invisible que confirma la sintonía emocional y espiritual que solo la música puede tejer entre nosotros. A pesar de la sinergia emergente, cada uno “estaba en lo suyo”, y recordé aquella graciosa hipótesis que una vez comenté en el cafetín del caraqueño IUDEM: “La personalidad de los músicos se puede clasificar de acuerdo a los instrumentos que ejecutan”. Recuerdo que, al comentarlo, mis compañeros reían, pero coincidían con mi mediocre suposición. Mas, en perspectiva, observo que el tiempo ha dado la razón.
Quienes leen esto y son músicos -sobre todo miembros de orquestas sinfónicas- me darán la razón en que hay cierta semejanza en la personalidad de los instrumentistas. ¿Ejemplos? La mayoría de los flautistas son reservados, tímidos, calculadores, tranquilos; los clarinetistas, buscan pasar por desapercibidos, evitar contacto humano, hacer lo que hay que hacer y punto; los trompetistas son los chistosos de la orquesta; los trombonistas, inconformes; los violinistas, vedettes; los violistas, disruptivos aunque les cueste un poco; los violoncellistas, extravagantes, quejosos, casi que con una copa de vermouth en la mano; contrabajistas, jueces de la orquesta; pianistas, se creen centros del universo, son conflictivos, en eterna batalla por estar y no estar en una orquesta. Y así, una larga y muy subjetiva lista.
Puede que haya dos teorías, una más pirata que la otra: La primera, al entrar al clan de los “___istas”, te metamorfoseas inconscientemente, para ser aceptado en la pandilla. Tu grupo de amigos-compañeros-competencia-referencia, te influye en tus posturas emocionales, espirituales, políticas y hasta corporales.
La otra, un poco más extensa, merece una acotación: En las carreras universitarias tradicionales, existe un grupo de unos sesenta o setenta profesores que te convierten en médico, abogado, ingeniero, contador, educador, veterinario, comunicador social, biólogo… a veces persiguiendo sueños, a veces perseguidos a la fuerza. Aunque siempre hay un profesor que, a lo largo de tu carrera te impactó y te hizo ser la persona que eres, siempre, en teoría, todo son equitativos y equivalentes.
Pero en el caso de la carrera del músico, existe una diferencia, sobre todo en los ejecutantes instrumentales. Existe “el Maestro”, quien te forma, te inspira, te nutre, te destruye y te vuelve a construir. Constituye tu sol en tu sistema solar. Las demás materias: Historia de la música, teoría, armonía, contrapunto, estética, musicología, análisis, entre otras, son pequeños planetas y satélites que giran en torno a tu principal instrumento. Por ende, tu vida se centra en tu instrumento, y tu maestro, en tu semidiós. Tu inspiración. Quizás por ello, no es que los violinistas son así, o los flautistas son de cierta manera, o los cantantes son característicos… Es que el maestro del instrumento, quizá el mismo de todos, los hizo sin querer a su imagen y semejanza.
Ahora, en este instante, se me ocurre una tercera hipótesis: Muchos músicos comparten filas en orquestas. Es mucho más lo que cuchichean que lo que tocan realmente, secreto a voces. Eso se contagia, inevitablemente, y más si hay admiración entre ellos: la personalidad del músico se moldea a lo largo del tiempo a través de la práctica en común, el trabajo en equipo y la interacción humana constante.
Termino aclarando que hay pocos pero serios estudios al respecto, mas no totalmente concluyentes. Se inclinan más hacia la personalidad del ejecutante y su instrumento / repertorio. O tal vez con el timbre del artefacto sonoro en sí. Para mí, y lo digo basándome en un simple sentido común y mi inevitable observación subjetiva: el alumno imita a su maestro ídolo, o sencillamente quiere ser aceptado en el clan. ¿Me explico?