La utopía concreta conecta el deseo de una vida más bella con las posibilidades liberadoras reprimidas por el presente, tal y como hacen los movimientos de emancipación. Su meta es transformar la realidad, no evadirse de ella.
—Francisco Martorell Campos
Utopía (Del gr. οὐ, no, y τόπος, lugar: lugar que no existe, DRAE). Utopía es lo radicalmente otro. Lo que no tendría nada que ver con este “Valle de lágrimas” presente, sino con la anhelada “Tierra de Gracia"; el Reino de la miel y de la leche… Nos preguntamos: ¿Resulta obligatorio seguir llamando utopías a cambios políticos o ideas de nuestro país bien ordenado que abrigamos? Esas ideas de los ciudadanos que deben sostenerse sin abandonar el compromiso con la realidad. Aflora entonces un no como respuesta. Pero bien sabemos el gusto por ciertas palabras, y lo difícil de desprenderse de ideas caducas: “Utopías concretas”, o el ¿oxímoron? “Utopías realistas”.
La utopía conlleva una extensa y ardua discusión y exige permanente reformulación para cada planteamiento. Los cambios producidos en el terreno político histórico, sociológico y filosófico de fin de siglo XX obligaron una revisión de este concepto especialmente a propósito de la proclama del fin de las ideologías, del fin de la historia, (recordemos F. Fukuyama) entre otros fines. La utopía, como pensamiento de lo que no es en ninguna parte, puede ser ubicada en las reflexiones de Platón, pero reaparece en la modernidad inscripta en la reflexión política inglesa, dentro de la convulsión producida por el enfrentamiento político-religioso durante el siglo XVI, permaneciendo en el marco ideológico de aquel Renacimiento. Tomás Moro entregó en 1515 un manuscrito con el nombre de «Nusquam», que significa ninguna parte, a su amigo Erasmo de Rotterdam (quien le había dedicado su obra Elogio de la locura) y este lo publicó al año siguiente en Lovaina bajo el título de La nueva isla de Utopía.
Hemos vivido cinco lustros cancelando un futuro mejor, influenciados por el pesado yunque de un régimen distópico que por su condición totalitaria supo propiciar el fatalismo del «no hay nada que hacer», o el funesto mantra de que «no hay alternativa». Cuando el ciudadano de a pie oye la palabra utopía lo primero que piensa es que se trata de algo irrealizable, “vapores de la fantasía” o un asunto peligroso. Esta asociación de ideas es recurrente en el tiempo.
Un imaginario de la irreversibilidad e invencibilidad del régimen, lo que nos hace ver que cualquier opción de cambio está totalmente cerrada. Nuestra sociedad está especialmente necesitada de momentos de sosiego, de ilusión y de esperanza. Pero si la esperanza es arrebatada la sociedad queda inerme y desamparada, sin porvenir
El concepto «utopía» funciona, en este sentido, como un disparate, un absurdo camusiano inconcebible y así lo sintieron en carne propia aquellos quijotescos ilustrados que proponían la educación universal, los sindicalistas que apoyaban la jornada laboral de ocho horas y las vacaciones pagas, y las mujeres que reclamaban el derecho a votar. Mas recientemente lo experimentamos con la ejecución de la Primaria y con la hazaña del imborrable 28/07.
La utopía está latente ahí, en la encrucijada entre el malestar del presente y el anhelo de un país mejor y la esperanza de que algún día tal anhelo se realice. Nos dice la Inteligencia Artificial que llevar la utopía a la realidad implica transformar una idea o visión ideal, a menudo considerada inaccesible, en algo tangible y práctico. Esto se puede lograr a través de la acción, la innovación, y la colaboración, buscando la manera de implementar las aspiraciones utópicas en el mundo real.
Cuando se proyecta un país y una sociedad alternativos, este espacio de alteridad creado en el imaginario puede ser construido partiendo de elementos tangibles de nuestra realidad social y política, interviniendo simultáneamente en el espacio de lo real. En tal sentido, la utopía se plantea a partir de los límites entre lo real y lo irreal, entre los hechos y la invención. Paul Ruyer, en L'idéologie et l’utopie, define la labor del utopista como un trompe–l'oeil axiológico, reconociendo allí una de las estrategias de la utopía, aquella que juega con nuestras categorías de lo real. La utopía desestabiliza nuestras jerarquías entre lo real y lo imaginario, mostrándonos el carácter extraño de toda realidad.
Así las cosas, se puede afirmar que uno de los efectos de la utopía tiene que ver con mostrarnos a la sociedad del momento como un modelo entre una multiplicidad de posibilidades. El potencial de cambio de la utopía pareciera estar en la renovación de nuestra percepción de lo real, gracias al aporte de una mirada nueva. Y parodiando a Ernst Bloch, podríamos concluir afirmando que la utopía no es, pues, ensueño de un mundo imposible sino anhelo y esperanza de lo aún-no-advenido.
Y parodiando a Ernst Bloch, podríamos concluir afirmando que la utopía no es, pues, ensueño de un mundo imposible sino el anhelo y esperanza de lo aún-no-advenido.