Cristina Santa, mi hermana

Cristina, o Keke, como le decían en su casa, tenía mucho talento para la música. Hicimos un grupo musical con un amigo compositor, Sammy y Félix, un venezolano que yo le presenté y que después fue su novio

Muchas veces he tratado el tema de mi paso por España, pero no he mencionado algo muy grande que me dejó y fue mi amistad con Cristina Santa.

Llegué a Madrid en plena adolescencia, una época difícil. Mi mamá decía que era “mi regalo de quince años”, pero yo lo veía como castigo. Un año era demasiado tiempo para mí. Era dejar atrás a mis amigos, mi colegio, mi vecindario. Gracias a los Santana, unos maracayeros que se convirtieron en nuestra familia, alquilamos un apartamento cerca de ellos en la calle Colombia. A Miguel Ángel lo ubicaron de inmediato, en el “Colegio Academia Colombia”, al lado de nuestro edificio. Era muy pequeñito, solo para primaria, pero a mi mamá le resultaba fabuloso. Siempre decía que el mejor colegio era el que le quedara más cerca de la casa. A mí, en cambio, me buscaron un colegio grande, se veía estupendo, el “Santa Illa”.

El colegio era hermoso, tenía piscina, pero claro, con ese clima helado, siempre estaba vacía. En los recesos, los estudiantes no salían al patio con abrigos, les bastaba un suéter, pero yo sí me abrigaba, incluso me ponía bufanda, el gorro y los guantes. Ahí comenzaban las burlas: “¿Adónde vas esquimal? ¡Que esto no es el Polo Norte!”. Tuve muchos problemas para hacer amigos. Por fin encontré una. Elizabeth Fleta, peruana. Decía que vivía lo mismo que yo y para colmo, era cantante y tocaba guitarra. La dicha duró muy poco. A su papá lo trasladaron a Barcelona.

En un paseo a Toledo, una de las chicas más antipáticas del salón, Cristina Santa, alta, con pinta de alemana, invitó al paseo a una amiga canaria. La muchacha, en contraste, era muy simpática y llevó una guitarra con ella. Pasó todo el camino cantando y yo, desde lejos, estaba feliz, pero no me atrevía ni a voltearme. Ya en Toledo me acerqué. Fue ahí cuando noté que el acento de Cristina no era peninsular, Cristina era canaria y los canarios hablan como nosotros, o más bien, nosotros hablamos como los canarios. Jugamos “béisbol” con lo que encontramos, una rama y una pelota, en una plaza de un país netamente futbolístico, las dos canarias, Debby Lewis, una compañera norteamericana que era muy amiga de Cristina y yo y ahora, de regreso, cantábamos las cuatro. Yo canciones nuestras, venezolanas y ellas canarias, muy divertidas.

Mi amistad con Cristina que comenzó esa tarde toledana, es de las cosas más valiosas que me han pasado en la vida. Cristina, o Keke, como le decían en su casa, tenía mucho talento para la música. Hicimos un grupo musical y un productor nos propuso grabar un disco y hacer presentaciones televisivas. Al fin y al cabo, éramos adolescentes haciendo buena música. Pero Margarita, la amiga de Keke, vivía en Las Palmas de Gran Canaria y tenía que regresar y en unos meses, yo también regresaría a mi tierra. Así que nos limitamos a cantar en el colegio.

Los años pasaron y la amistad se mantuvo intacta, a pesar de que cada carta demoraba un mes en ser contestada, porque demoraba quince días en llegar a su destino, así que, por más rápido que respondiéramos, demoraba un mes. Cuando los Correa Feo regresamos a Madrid, el año setenta y cinco, ahí estaba Keke, con toda su familia, incluyendo a Bosley, la perrita.

Yo estudiaba grafología y ella psicología, además de dirigir la primaria del colegio Santa Illa, en el que estudiamos, ya que su papá era el dueño. Gracias a ella, conseguí trabajo como docente de música. Hicimos un grupo musical con un amigo compositor, Sammy y Félix, un venezolano que yo le presenté y que después fue su novio. Los momentos vividos fueron maravillosos. Y volvimos a despedirnos dos años más tarde. No sé cuánto tiempo pasó, pero pudo venir a Venezuela y fuimos a Mérida, a los médanos de Coro y al Zulia.

Muchos años después me casé con Sergio Ramos y no pudo venir y tuve a mis dos primeros hijos sin que pudiéramos vernos. Luego ella se casó con Juan Manuel Casales y tampoco pude ir. Cuando nació su hija mayor, Ana Cristina, la llamé para felicitarla y me dijo “se llama Ana por ti y Cristina por mí”. Luego llegó mi hijo menor, Juanse y a ella le nació Marta.

En 1995 se casaba Gian Montanari en Italia y nos invitó a Sergio y a mí. Cómo no ir si Gian era un hermano para mí. Eso sí, me propuse ir a ver a Keke a Madrid y lo cumplimos. Por supuesto que no dejó que llegáramos a un hotel. Nos hospedaron en su casa.
El segundo de mi familia que los visitó fue Juan Pablo, mi hermano. Se fue a realizar un postgrado allá y no solo lo hospedaron, no permitieron que se mudara y vivió con ellos mientras duró su curso. Y esa Navidad, mi hermano Toby se fue a pasarla con ellos.
Luego nos hospedaron a “Las Brujas y Zuzón” cuando pasamos por Madrid, que estábamos realizando nuestra primera gira artística. Ana Cristina y Marta, preciosas, pero a Ana se le veía que le gustaba la música. Qué voz tenía.

Miguel Ángel y Lisbeth hicieron su doctorado en Madrid y, las veces que tuvieron que ir a defender sus tesis y luego a graduarse, los Casales Santa los hospedaron, se hubieran ofendido si no llegaban allí. De hecho, Juanma decía que mi hermano era perfecto, si era madridista y taurómaco.

En noviembre de 2006 llamé a su casa y no me contestaron. Cuando insistí, me contestó Ana Cristina me dijo que su madre se había sentido mal. Parece que, dando clases, comenzó a hablar incongruencias. Luego supe que le descubrieron un tumor en el cerebro. Juan Pablo no resistió y se fue a Madrid ese mismo diciembre y compartió con ellos y Juanma tuvo con quién desahogarse.
Dios me dio el regalo de poder ir a Madrid a un congreso de grafología en junio de 2007. Mi maestro Xandró nos hospedó a Sergio y a mí, en el mismo hotel donde se realizaría el congreso, así no molestaríamos a los Casales, pero nos vimos a diario. Su humor no había cambiado, ni el de Juanma. Hablando, se detenía como a pensar qué palabras debía decir, pero ambos hacían parecer todo normal. Incluso bromeaban con esa nueva manera de hablar de Keke.

La última noche nuestra en Madrid, salimos a cenar juntos y luego nos llevaron hasta el hotel. Me despedí de ella con un fuerte abrazo y traté de simular alegría y le dije que ahora le tocaba a ella ir a Venezuela. Cuando salí del carro, me esperaba Juanma y en sus brazos me guindé a llorar, y en minutos, lloramos juntos. Ambos sabíamos que ésa era la última vez que la vería. Dos meses más tarde, el 8 de agosto de 2007, llamaron de Madrid, Cristina Santa había partido con El Señor.

Ana Cristina y Marta son hoy en día dos hermosas mujeres con sus vidas hechas. Pero Ana es artista. Adoptó el nombre de Ana Santa, para homenajear a su madre. Me dice que siente que tiene raíces venezolanas y el cuatro que le regalé una vez a Keke, está entre sus instrumentos queridos.

Anamaría Correa
[email protected]

 

Únete a nuestros canales en Telegram y Whatsapp. También puedes hacer de El Carabobeño tu fuente en Google Noticias.

Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

Newsletters

Recibe lo mejor de El Carabobeño en forma de boletines informativos y de análisis en tu correo electrónico.

Cristina Santa, mi hermana

Anamaría Correa

Activa las notificaciones Lo pensaré