Refiriéndose al azaroso momento de empacar maletas improvisadas para huir de la guerra que Rusia declaró en Ucrania, sigue vivo el recuerdo del bolso en forma de bolsa de basura que el diseñador Demna Gvasalia propuso en el desfile de la colección otoño-invierno 2022 de Balenciaga.

Con el bolso que en realidad era de piel de cordero y fue vendido como pan caliente por casi 2000 dólares la unidad, puede que Gvasalia haya esquivado el -por lo menos- cuestionable hecho de capitalizar el drama de una guerra, escudándose en su propia experiencia como refugiado. Al mismo tiempo, pudo haber creado probablemente una de las versiones más virales de una creciente tendencia de la que se puede llamar pionero: las carteras en forma de empaques de uso cotidiano, aparentemente sin valor para el ojo no entrenado.
La blasfemia creativa que caracteriza el trabajo del diseñador de origen georgiano se ha puesto en evidencia muchas otras veces, en forma de carteras inspiradas en la bolsa de compras de Ikea, saco para ir al mercadito y empaques de papel de toda la vida, todo traducido en material de lujo y precios que le combinan.
Del silencio al escondite

En el mundo de la moda, las carteras de diseñador reinan como símbolos de estatus por excelencia. Así, monogramas como los de Louis Vuitton, Gucci o Goyard son tan reconocibles como el sol y la luna. Por años, conglomerados de lujo como LMVH y Kering han alimentado la creciente demanda de estos accesorios, manteniéndose en el tope de la lista de deseos de muchos, a pesar de sus cada vez más elevados precios.
Pero en una escena donde el “lujo silencioso” parece haber despojado a los ricos de sus códigos más sagrados, los productores de estos identificadores visuales parecen esforzarse por reescribir las reglas estéticas de la exclusividad: no es suficiente el recato; hay que esconderse a simple vista.
Para presentar su colección primavera-verano 2025, Bottega Veneta mandó a sus modelos a desfilar sosteniendo lo que parecían humildes bolsas plásticas de supermercado. “Lo desechable se hace precioso”, señalaba Matthieu Blazy, director creativo de la firma. Pero si algo sabemos de la firma de lujo italiana es que de humilde no tiene nada, y que las bolsas que en realidad fueran hechas con seda y detalles en cuero son todo menos desechables.
Imaginario de consumo

Al mismo tiempo que el desuso de las bolsas plásticas de supermercado se estimula como práctica ecológica y su diseño adquiere un tono nostálgico, la costumbre de reutilizar bolsas de regalo y de tiendas conocidas para disimular cualquier tipo de contenido genera una estética que se eleva en pasarela.
La firma Abra, del diseñador español Abraham Ortuño Perez, propone para el próximo verano toda una línea inspirada en la silueta de clásicas bolsas de papel impresas con logotipos de conocidas firmas reinterpretadas en botines, franelas y bolsos.
Mientras la producción frenética de productos de moda satura la capacidad creativa de sus diseñadores, no parece descabellado recurrir al imaginario del consumo, incluso si en algunas ocasiones el resultado final parezca, para algunos, simplemente desechable.