Coronada con un altísimo tocado que acentuaba su níveo vestido armado en crinolina, profusamente bordado en plumas y con una cascada de cristales de Swarovski, Emma Coronel desfilaba bajo el ornamentado techo del Palazzo Serbelloni, durante la semana de la moda de Milán.
Bendecida y afortunada, la esposa de Joaquín “El Chapo” Guzmán se muestra determinada a reescribir su historia valiéndose del hipnotizante glamour de las pasarelas. Así, toma distancia de la reseña policial la Oficina del Sheriff de Alexandria (Virginia, EE.UU.), donde fue arrestada hace tres años vestida con una desteñida blusa de chambray, la cara lavada y el pelo sin platinas.
“La q puede, puede” (sic), escribe entre emoticones de corazones y llamaradas uno de sus casi 300 mil seguidores en Instagram. “Admiración y respeto que elegancia”, pone otro bajo las fotos de su participación en el desfile de la diseñadora April Black Diamond para la temporada primavera-verano 2025. En la cultura y la economía de la atención que han procurado las redes sociales, la hace poco sentenciada por delitos relacionados al narcotráfico y al lavado de dinero se muestra digna de una cándida segunda oportunidad, transformándose para algunos en ejemplo e inspiración.
Baronesas de la droga

No parece ser una novedad que la moda mantenga lazos con organizaciones criminales, y hay quienes han hablado incluso de una especie de mecenazgo velado. En su libro “La conspiración de la moda” publicado en 1988, el ex-presidente del conglomerado editorial Condè Nast Reino Unido, Nicholas Coleridge, documentó el comprometedor comentario de un editor estadounidense: “puede que los franceses no quieran hablar de sus clientes árabes, pero son aún más temblorosos con los sudamericanos. De todas esas baronesas de la droga. Sin cocaína, media docena de casas de alta costura se habrían ido al garete”.
Tampoco es la primera vez que la pasarela unge a un ex-convicto con su efecto halo. Jeremy Meeks, miembro de una banda de delincuentes, ganó fama bajo el apodo “Hot felon” (algo así como “delincuente sexy”), por la foto de su reseña policial. Retratado en toda su gloria morena, de ojos grises y quijada angular, los fanáticos se explayaron en generosos piropos.
Una vez fuera de la cárcel, Meeks firmó contratos de modelaje que lo llevaron a desfilar para diseñadores como Tommy Hilfiger y Philipp Plein, y también a aparecer en revistas tan reputadas como L' Officiel.
Glamourizando el crimen

La historia real de la pareja de criminales Bonnie and Clyde, convertidos en íconos de estilo a través del cine y las revistas de moda. También la banda de adolescentes conocida como “The Bling Ring”, que robó millones de dólares en ropa y joyas de casas como la de Paris Hilton y Orlando Bloom, inspirando una película de Sofía Coppola. Estas historias son demasiado atractivas como para evitar convertirse en productos mediáticos de cualquier tipo y, queriéndolo o no, cometer el señalado vicio de “glamorizar el crimen”.
Un caso más reciente es el de Anna Sorokin. Bajo el seudónimo de la heredera alemana Anna Delvey, convenció a la élite neoyorkina de invertir en un ambicioso proyecto que no tenía fundamentos, hasta que fue puesta en la cárcel.
Luego de inspirar la serie de Netflix “Inventing Anna” y lograr una medida de libertad condicional, Sorokin acaba de terminar una corta participación en el concurso “Dancing with the stars” (Bailando con las estrellas). Sus calculados pasos de baile destellaban por la pedrería que acentuaba su monitor de tobillo. El artefacto de control policial se convierte de nuevo en un accesorio protagónico del que ya han presumido celebridades como Lindsay Lohan, y que parece haber inspirado algunos complementos de Chanel para la temporada primavera-verano 2008.
Sin ánimos de sonar como si fuéramos la policía de la moda, es imposible no darse cuenta de que personajes similares a Emma Coronel, Jeremy Meeks y Anna Sorokin se siguen elevando en la mirada pública, mientras la cultura de la imagen con frecuencia logra eclipsar lo que hay detrás de su aparente éxito. Hoy de nuevo vale la pena preguntarse si la ética es estética.