Falta media hora para salir. Ya es costumbre que mi estómago se convierta en una maraña incontrolable de retorcijones y me den muchas ganas de llorar. La sensación es lo más parecido a un niño pequeño que hace pataletas para obtener lo que quiere… y no lo logra. Todo esto soy yo cuando estoy parada en la línea de salida de una carrera importante.
Alguna vez escuché “si te da nervios es porque te importa” y a muchos les encanta ese sustico que se siente cuando estás a punto de hacer algo que has visualizado por meses, a veces años. Sin embargo, a mi no me gusta; es desagradable y solo espero que finalice el conteo regresivo y apretar el botón de “iniciar actividad” en mi reloj, para que desaparezca por completo.
Ya hace tiempo entendí que todo ese espectáculo de sensaciones es simplemente el miedo mostrándome sus diferentes formas. Llanto, malestar, dolor de estómago… toda su gama de excusas se presentan minutos antes de salir para ver si con alguna, le hacemos caso y decidimos desistir.
¿Y a quién no le da miedo ponerse a prueba? En cualquier faceta de la vida, los retos que nos exigen dar lo mejor de nosotros mismos ¡aterran! y la única manera de evitarlo es que deje de importarte.
El miedo puede buscar alejarnos incluso del éxito. Nos pone en bandeja de plata todas las excusas para no hacer lo que estamos seguros que tenemos que hacer, sin embargo, hay un riesgo a fallar, un riesgo al rechazo, un riesgo a no ser capaz, en fin, todo eso que no queremos sentir y que se vuelve una posibilidad en el momento en que damos ese primer paso.
Ese niño que hace pataletas en mi cabeza y me alborota el estómago, es el mismo que luego aparece cuando las cosas no van bien. Me intensifica los dolores, me acentúa las dudas, me hace pensar demasiado y me sacude el ego. Se disfraza de cualquier idea para frenar mis pasos. Pocas veces lo ha logrado.
Al miedo tengo mucho que agradecerle. Me ayuda a entender mi por qué, me devela quién soy en realidad y me ha llevado a donde nunca me creí capaz de llegar. Estoy segura que cuando lo logro, él aplaude. Tal como ese padre que te enseña a caminar y luego te suelta la mano cuando sabes que ya puedes avanzar tú sola.