¡Que no te engañen! El deporte no es algo bonito. Aun cuando después se convierta en un estilo de vida maravilloso. En general, sea cual sea la disciplina que practiques, hacer deporte es una escuela de aprendizajes emocionales que van mucho más allá de la condición física, sin importar el nivel, sea que lo hagas por bienestar o como profesión, el deporte siempre nos mostrará una versión de nosotros mismos que solo los valientes se atreven a conocer.
Si atendemos las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, el mínimo de actividad física en un adulto, para reducir los riesgos del sedentarismo, es entre 150 y 300 minutos semanales (más o menos una hora diaria, cinco días a la semana) sin embargo, no basta con moverse para conocer esa otra cara que nos muestra el deporte cuando nos saca de nuestra zona de confort.
Llámelo sufrimiento, llámelo demonios, usted decide cómo llamar a ese instante en el que nuestro instinto de supervivencia nos envía esa señal alerta de “no puedo más” y es justo ese el momento en el que nuestras emociones aparecen para ponerse manos a la obra.
Ciertamente la capacidad física tiene sus límites saludables que hay que saber respetar. Por eso, integrar el conocimiento es tan importante como ir de la mano de un profesional que nos ayude a superar barreras progresivamente. Aun así, las emociones juegan un papel muy individual con el que solo nosotros mismos podemos trabajar y los niveles a dónde pueden llevarnos, son infinitos.
Haciendo deporte identificamos ese “más allá” de cada quien. Ese poquito más que siempre podemos dar y ese último recurso que nuestras emociones nos brindan para superarnos y conocernos realmente. En el deporte podemos encontrar esa escuela que nos enseña a batallar con las adversidades, enfrentar los miedos y descubrir nuestras verdaderas debilidades y fortalezas.
No existe una medida para el valor, el compromiso o la firmeza con la que cada quien asume sus retos personales, pero si hay una gran diferencia entre lo lejos que puede llegar ese individuo que se invita a sí mismo a conocer sus propios demonios, identificarlos, llevarlos de la mano e incluso abrazarlos con agradecimiento en algún momento del camino, no solo porque son parte del proceso, sino porque sin ellos nos quedaríamos siendo una mínima parte lo que podemos llegar a ser.
No importa qué tipo de actividad física hagas, incluso levantarse de una silla puede ser el mayor reto al que se enfrente alguien. Lo importante es encontrar algo que te mueva de tu zona de confort y te ayude a conocer tu peor versión.
Si, sé que es una invitación muy poco atractiva y a eso me refiero con el título de esta publicación, pero es allí donde saldrán tus emociones al rescate para hacerte entender que a la cima de una montaña no se llega solamente teniendo unas excelentes condiciones físicas, menos aún, cuando se trata de la montaña de la vida.