“Es mejor esperar que los vientos soplen a favor”, leía en uno de los capítulos del libro que me llevé para el viaje hacia el estado Táchira donde correría 43 kilómetros de Zumbador Trail.
Leyendo esta frase entendí por qué estaba tan nerviosa de correr una distancia que no es nueva para mi. En tiempos de tormentas y huracanes, en miras de enfrentarme a las fuertes ráfagas del páramo del Zumbador, sería el viento quien me enseñaría que, a veces, hay que detenerse en medio de la tempestad y buscar refugio en vez de intentar ser más fuerte.
Una pausa en medio del caos me dio la respuesta. Llegué a un lugar llamado “La casa del padre” donde el internet se paga por hora en una bodeguita y la señal telefónica no existe desde hace años. En medio del silencio digital, se escuchaba el sonido del viento que le da nombre al páramo. Dejar de escuchar el ruido de afuera, me ayudó a escuchar el huracán que retumbaba dentro.
Kilómetros atrás había dejado las ruinas de una tempestad. La tormenta había pasado pero en mi cabeza seguía dando vueltas un huracán de emociones. Busqué refugio en la paz del silencio y la desconexión. Entendí que solo necesitaba esperar que el viento cambiara de rumbo y soplara a mi favor. Así fue.
Salí a correr todavía con miedo. La subida más larga de la ruta nos llevaría a 3.300 m.s.n.m. y allí es donde realmente el viento me entregaría su mensaje. No solo el sonido retumbaba en mis oídos, sino que las ráfagas hacían más complicado avanzar sin tropiezos. Hacía bastante frío pero solo cubrí mis manos con guantes para poder sostener con fuerza mis bastones. No quise usar mi chaqueta para sentir el viento a plenitud.
Para mi sorpresa, el viento sopló a favor. Después de tanta tempestad, de entender que lo que necesitaba era una pausa para refugiarme, la brisa fue más bien un abrazo que me colmó de agradecimiento. Fue como si la naturaleza supiera que ya había pasado mi propia tormenta y más bien me regaló la paz que necesitaba para recoger las ruinas del caos.
Volví a casa con la medalla de finisher y el mensaje de que por más que quieras avanzar, no vale la pena luchar contra el viento. Casi siempre es mejor esperar porque siempre habrá vientos de cambio.