MAR DE LETRAS

Una mirada al mundo de la literatura, con sus obras, autores y anécdotas, desde una perspectiva cercana y fresca

No toda literatura buena pertenece a los clásicos

“Nosotros al menos leemos buenos libros”. Qué soberbios podemos llegar a ser, sin que el contenido de la frase deje de ser real

libros clásicos
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Desde que comencé a tomarme un poco más en serio el hábito de leer, he ido “mutando” poco a poco mis gustos hacia los clásicos y, sobre todo, hacia los grandes libros escritos en Latinoamérica. Ha sido un cambio voluntario, que parte de la convicción de que aquellos textos que han perdurado en el tiempo y en la memoria colectiva sí son “Literatura” —así, en mayúsculas.

Es un tema denso y sujeto a las apreciaciones de cada quien, lo sé. Quizás es ese único orgullo que nos queda a los lectores tradicionales, de gustos cada vez menos populares en contraste con las tramas juveniles prefabricadas, que se venden por millones en las plataformas digitales y en las librerías.

“Nosotros al menos leemos buenos libros”. Qué soberbios podemos llegar a ser, sin que el contenido de la frase deje de ser real.

Pero debo decir que mi intención no es hablar del enfrentamiento entre modas multitudinarias contra clásicos universales, sino de un tercer grupo, cuyo valor es interesante repasar; aquel que ya conocía, pero en el que me interesé todavía más durante las jornadas que pasé en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo.

Recuerdo haber escuchado a Juan Sebastián Rojas y Alejandro Cortés González —gratos amigos que quedaron de la Filuc—hablar sobre aquellos títulos que escapan de esa taxonomía estéril; libros buenos, interesantes y bien escritos. Voces independientes que se publicaban en editoriales pequeñas, de una sustancia pura, representativas de sus regiones de proveniencia.

Estas obras modestas estaban resguardadas de los clichés que las grandes empresas europeas buscan para comerciar con el sentimiento latinoamericano: los estereotipos de violencia y tierra virgen, que parecen maravillar a los lectores del Viejo Mundo.

Por supuesto, al salir de allí me convencí —o me convencieron, a ellos gracias— de adquirir libros en la feria, tan independientes como las voces que me lo recomendaron. En la jornada siguiente compré una pequeña novela del propio Rojas (dueño de la editorial colombiana El Silencio) y de la poeta Ela Cuavas, también oriunda de Colombia.

Con los días he pensado también en todos los autores importantes que pasaron por los pasillos de la Braulio Salazar, sin llegar a ser clásicos. Incluso en aquellos venezolanos contemporáneos que marcan la pauta de lo que se escribe en este país, pero que pasan bajo cuerda en el mismo fenómeno del que hablamos la semana pasada.

Sí, esos escritores también hacen buena “Literatura”. Si no son conocidos es porque en la fórmula del éxito comercial de este rubro juegan factores externos, que los artistas no son capaces de controlar, y que por el bien de sus creaciones no deben tomar en cuenta al sentarse frente a sus teclados; después de todo, su objetivo no es vender mucho, sino engendrar buenos textos.

En fin, me convencí de mi propio error al considerar valederos únicamente a aquellos ejemplares que solemos considerar clásicos. Para mi fortuna, ahora tendré nuevas presas a la hora de cazar entre los estantes de las librerías.

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