¿Quién es tu hermano? El vecino más cercano

Ivet Gómez Graterol se vino a vivir al Trigal con su hija, Wini Espitia. Desde el comienzo hicimos amistad. Qué sabrosa conversación tenía.

Mi madre, Magaly Feo de Correa, además del Diccionario de Venezolanismos que inspiró a mi papá a hacer su “Venezuela en el Corazón”, hizo un trabajo titulado “Mil y más dichos y proverbios venezolanos” que poco a poco se fue publicando en la revista valenciana “Infórmate”. Incluso siguió publicándose ahí después de su muerte, gracias a mi padre, Juan Correa. Uno de los refranes que más le gustaba era, “¿quién es tu hermano?, ¡el vecino más cercano!”, muy popular en Venezuela. Y la verdad es que este dicho es una joya de la sabiduría popular que encierra valores profundos sobre comunidad, solidaridad y redefinición de la familia. Su inspiración trasciende lo lingüístico para tocar el corazón de la identidad colectiva.

En julio de 1969, cuando todavía la mayoría de nosotros no tenía televisión a color, los vecinos fuimos invitados a casa de los Lilue a ver el alunizaje del Apollo 11. Ahí, en su moderno televisor vimos, con colores extraños, porque el cielo se veía rosado y los astronautas verdes, cómo Neil Armstrong bajó de la nave espacial, seguido de Buzz Aldrin, mientras Michael Collins se quedó en órbita, tripulando la nave. Mi mamá estaba embarazada de mi hermano Juan Pablo y mi abuela afirmaba con cierta tranquilidad, que esa cosa extraña que se veía en la pantalla, no era la luna, porque su luna no podía estar siendo pisada por el hombre.

Mis amigos de la cuadra, además de mi inseparable Yaline Betancourt, eran Bruno Inocenti y Arturo Figallo. Miguel Ángel, mi hermano, creció con Sergio Bacalao, Carlos Cruz, Ramis Mahmoud y el gordo Miguel Medina y, años más tarde, mi hermano Juan Pablo, fundó el Club Cacique con sus hermanos de la cuadra, Luis Ernesto Villanueva y Gamal Salam. Cuando mi hermano menor, Toby, se les unió, llegaron con él Ernesto Silvestrini, Carmen Liliana “Nana” Medina, María Izaguirre, Irving Palermo, Ramón y Esteban Romero y los hermanos Horacio y Nico Eterovick. Sin duda, cada uno en su época, llenó su infancia demostrando que los vecinos son la primera línea de apoyo. Esa cercanía física, ese calor humano, teje vínculos que indican que no solo la sangre es importante.

Esa hermandad de vecindario no fue solo cosa de mi niñez. Años después, al formar mi propia familia, vivimos en Carialinda. Mis vecinos de al lado, los Saturno, a quienes nombre por cierto en el artículo pasado, Andrea y Maridel, se convirtieron en nuestros hermanos, al punto que somos compadres. Mis hijos vivían metidos en su casa cuando no estaban los suyos (Alexis, Andresito y David), en la nuestra. Enfrente estaban los Rodríguez, “los portu”, muy amigos de mis hijos, en especial Luis. Y ni hablar de Elizabeth Pérez, Maryeri Velasquez, Gerald García y María Emilia Zambrano, amigas de mi hija Isa. Pero también lo eran de Isa y de César y de Juanse, Jualfel Santamaría, Daniel Asprino, José Ricardo Ramos y Alejandro y Asdrúbal Romero. Sé que me faltan muchos, pero no tengo espacio.

Sergio y yo, los Ramos Correa, fuimos muy nómadas. Después de vivir varios años en Carialinda, Nos mudamos varias veces hasta llegar hace casi veinte años al Trigal. Mi calle es maravillosa. Hasta nuestra costumbre del Judas, la han aceptado. Somos una gran familia, casi todos padres de hijos que han dejado el país. Muy cerca de nosotros vivían los Gibens, una familia espectacular. María Grazia, odontóloga, nos atendió a nosotros justo cuando las dentistas de mi familia se fueron de Venezuela y Jesús, su marido, entró a mi corazón cuando recogió un perro golden que había sido abandonado por sus dueños, en no sé qué urbanización, cuando también se fueron. Pero no se llevaron a sus tres animalitos, dos perritos de razas pequeñas y el golden llamado Bruno. Los perritos fueron adoptados por otro vecino de inmediato, pero Bruno, que era grandote, quedó fuera de su casa, triste y solo. Y llegó Jesús, abrió la puerta de su carro y dijo “vente Bruno” y listo, eso bastó para que Bruno supiera que lo iban a querer para siempre.

Con los años, los venezolanos siguieron yéndose del país y les tocó a los Gibens. Su hija se había ido a Chile y ellos la siguieron. Ya Bruno no estaba y dejaron su casa al cuidado de la tía de María Grazia, Ivet Gómez Graterol, quien se vino a vivir aquí con su hija, Wini Espitia. Desde el comienzo hicimos amistad. Qué sabrosa conversación tenía. Podíamos pasar horas hablando sin darnos cuenta. Había trabajado durante muchísimos años en El Carabobeño y conocía a mucha gente. Y así se formaban las agradables tertulias en el frente de su casa.

El sábado pasado, 31 de mayo, dijo sentirse mal, le estaba fallando la voz y respiraba con dificultad. El hecho es que de repente dijo: “ay me fui” y así nos dejó, con la misma sencillez de todos sus días, decidió irse con Papá Dios. Los vecinos no lo podíamos creer. Cada uno estaba involucrado, mientras Ada lloraba con desespero, Augusto servía café a los de la funeraria y no faltaba el que estaba ocupándose de abrir y cerrar el portón de la calle. Quien se fue, era de la familia.

“¿Quién es tu hermano?” No es solo un refrán que mi madre recopiló entre tantos otros y con amor. Es Bruno subiendo al carro de Jesús sin dudar; es la taza de café en medio del dolor; es la reja que se abre para compartir desde un alunizaje hasta un Judas. En este país donde tantos se van, los que quedamos tejemos parentescos con geografía del corazón.

Mi padre tenía razón al publicar los dichos de mamá tras su partida: esta sabiduría es semilla que sobrevive a los inviernos. Porque cuando la sangre se dispersa en mapas lejanos, el vecino que queda se convierte en raíz y rama: el hermano que elige quedarse.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

¿Quién es tu hermano? El vecino más cercano

Anamaría Correa