El humor en Venezuela: Una tradición que resiste

Cuando mi papá, Juan Correa, se graduó de licenciado en Educación en la Universidad Central de Venezuela, yo tenía seis años. Asistí al acto con mi mamá, quien ya se había graduado un año antes como bibliotecónoma, y con mi hermanito Miguel Ángel, un bebé precioso que acababa de llegar a nuestras vidas.

Uno de los primos de mi papá, “mi tío Virgilio” (primo segundo, para ser exactos: nieto de Francisco González Guinán, hermano de mi bisabuelo Miguel), organizó una fiesta en su casa de Las Mercedes para celebrar la graduación. Aunque los lazos genealógicos eran lejanos, para mí siempre fue un tío entrañable.

Además de la familia, asistieron amigos cercanos, entre ellos los hermanos Cadavieco: Carlos y José Ignacio. Este último, humorista de “Radio Caracas Televisión”, llevaba dos años en “Radio Rochela”, un programa cómico que nunca nos perdíamos en casa. La sorpresa de la noche, sin embargo, fue el regalo que trajo José Ignacio: un joven de apenas un año en el programa, José Manuel Díaz, alias “Joselo”. Aunque aparentaba timidez, Joselo desplegaba un ingenio rápido, salpicando frases “llaneras” que arrancaban carcajadas al grupo. Supimos que tenía un hermano mellizo, Manuel José, “Manolo” para la familia y si dijeron algo más, lo olvidé.

El sueño me venció en el sofá, aunque las risotadas por el mini-show improvisado de Cadavieco y Joselo me despertaban a intervalos, como ráfagas de alegría. Aquella noche, entre las carcajadas que atravesaban el sofá donde dormitaba, vislumbré sin saberlo un rasgo esencial del venezolano: el humor como oxígeno colectivo. No es casual que, décadas después, Aquiles Nazoa definiera esta cualidad como “una manera de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta”. Y es que Venezuela (país donde hasta el desastre se sazona con un chiste) ha convertido la risa en idioma paralelo.

La Real Academia Española define “humor” como “el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas”, pero aquí el humor va más allá. Freud lo llamó “mecanismo de defensa” y en una tierra de crisis recurrentes, ¿qué mejor escudo que una broma? Laureano Márquez lo comparó con el amor: “no se define, se vive”. Y el Prof. Briceño, con su mirada lúcida, lo resumió en “ver sentido en el absurdo”.

En aquella fiesta de Las Mercedes, Cadavieco y Joselo encarnaban a dos cómplices armando “sentido” con frases llaneras y una sincronización impecable. No había teoría allí, solo la certeza de que, como diría mi abuela: “al venezolano se le acaban las lágrimas antes que las risas”.

Y es que el humor es una herramienta perfecta para mantener nuestra vida equilibrada, por ejemplo, nos ayuda a superar frustraciones, porque como distorsiona un poco la realidad, se convierte en válvula de escape produciendo en nosotros algo que nos hace interpretar las cosas de manera diferente.

Mi hermano Miguel Ángel, creador de los célebres «chistes del pobresor», encarnó hasta el final la paradoja del humorista que desafía lo imposible. Aunque el cáncer de tiroides, próstata y huesos lo acechaba, su risa fue un baluarte: alargó su vida un poco más allá de los pronósticos médicos, como si las carcajadas le hubiesen negociado tiempo extra al destino.

Ariel Fedullo, el uruguayo-venezolano que venció tres cánceres, lo resume mejor: “Me sanaron Papá Dios y el humor”. Hoy, desde su fundación Los Veneguayos, Fedullo convierte el exilio en solidaridad, probando que incluso en la diáspora, el humor venezolano no pierde su raíz: curar heridas con chistes.

Hablar del humor en Venezuela es recorrer un álbum de figuras que convirtieron lo cotidiano en arte. Desde Emilio Lovera y su “Carro e Drácula”, hasta la astucia de Malula, el ingenio de Cayito Aponte o el “GPS Carupanero” de César Muñoz, cada uno aportó una nota a esta sinfonía. Grupos como Medio “Medio Evo” o “Alpargata Cantórum”, mezclaron sátira social o política con melodías, mientras el grupo “Alzheimer” (con Emilio Lovera) demostró que hasta en Táchira se puede “presillanear” con gracia. ¿Y los programas? “Radio Rochela”, “Cheverísimo”, el “Show de Joselo”, “A que te ríes”, “Cuéntame ese chiste”, se burlaban de todo el mundo con mucho respeto.

La lista de humoristas es interminable: Rolando Salazar, Toco Gómez, Fina Rojas, Cayito Aponte, Irma Palmieri, Nelly Pujols, Virgilio Galindo (Ruyío), Alejandro Corona, Charles Barry, Chuchín Marcano, Julián Pacheco, Gilberto González, Norah Suárez, Elisa Parejo… E incluyo a mi primo Francisco Miguel Martínez, quien siempre ha estado detrás de cámaras, con el humor en sus guiones. Humoristas que no solo hicieron reír, sino que bordaron el imaginario de generaciones.

Andrés Eloy Blanco, poeta y senador, entendió que la política también podía rimar con humor. Durante un debate en el hemiciclo, tras ver cómo le negaban una y otra moción al diputado Pablo Arnoldo Lozada, le dedicó estos versos: TAL COMO LE VA A LOZADA, SIN QUE NINGUNO SE ASOMBRE, PODRÍA CAMBIARSE EL NOMBRE, POR “PABLO ARNOLDO NEGADA”. Pero cuando la cámara le aprobó el retiro, remató: POR FIN, LOZADA, RESPIRO; YA QUE CAMBIÓ TU FORTUNA; Y AL FIN TE APROBARON UNA: TE APROBARON EL RETIRO.

La anécdota del presidente Carlos Soublette (1837-1847) es un manifiesto involuntario sobre la salud de una nación. Al enterarse de una obra de teatro que se burlaba de él, asistió al ensayo y dejó claro: “La república no se perderá porque el pueblo se ría de su gobernante. La república podrá perderse cuando el gobernante se ría de su pueblo”. Soublette, sin saberlo, definió el alma del humor venezolano: un pacto donde la risa es un derecho, no una concesión.

Hoy, en un país donde hasta la crisis tiene apodo, el humor sigue siendo catarsis y crónica. Como decía Aquiles Nazoa: “Lo que no tiene remedio, tiene chiste”. Y aquí, donde todo parece irremediable, el chiste (como Miguel Ángel, como Soublette, como Cadavieco), se niega a darse por vencido.

Anamaría Correa

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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