Franciscus

Primer papa latinoamericano y, para colmo, habíamos asistido a una misa celebrada por él

El 28 de mayo de 1963 estábamos con los preparativos de mi Primera Comunión, cuando nos llamaron de Caracas: a mi abuelo, Héctor Calixto Feo Cabrera lo había atropellado un carro en la Avda. Francisco de Miranda, mientras iba, como buen Feo, a su farmacia a trabajar. Estaba muy grave.

De inmediato recogimos a mi tío, hermano de mi abuelo, Mons. Miguel Ángel Feo y nos fuimos a Caracas. Tres días después, el treinta y uno, justamente el día en que iba a hacer mi Comunión, falleció. Era la primera vez que se iba uno de mis familiares cercanos. La tristeza era muy grande, me impresionaba que todo el mundo estuviera vestido de negro y entonces, en televisión anuncian que había muerto Su Santidad el papa Juan XXIII, el “Papa Bueno”, aquel hombre que, según mi papá, había abierto las ventanas de la Iglesia con el Concilio Vaticano II, se había ido y entendí, por primera vez que la vida y la muerte conviven en un mismo lugar.

Desde ese momento, (muy propio de aquellos años) toda la música alegre se enmudeció. En las cuñas televisivas se veía el video, pero solo se escuchaba una voz de pésame anunciando el producto, acompañada de música sinfónica. Ante mi gesto interrogante, mi mamá respondió: “murió el papa, el mundo está de luto”. Y con mi tristeza por la muerte de mi abuelito, yo sentía que el mundo también estaba de luto por él.

Y llegó Paulo VI, ahora San Paulo VI. El Concilio Vaticano II, ese al que se refería mi papá, que había ideado y conformado San Juan XXIII, trajo cambios radicales que nos hicieron partícipes de las ceremonias. Las misas se dijeron en los idiomas autóctonos, no en latín y el sacerdote se volteó. Porque antes, los curas decían sus misas de espaldas al público. Y todos teníamos en las manos los misales con el guion que debíamos seguir que, hasta ese momento, había sido en latín. Guion que nos aprendimos de memoria. Además, fue el primer papa en viajar en avión y en ir a la ONU y permitió que en misa se cantara música moderna.

Después de quince años, en 1978, se nos fue San Paulo VI. El mundo lo lamentó mucho, aunque ya no apagaban las cuñas en el televisor. Las personas en las calles manifestaban su tristeza y llegó un veloz Juan Pablo I. Recuerdo que uno de mis hermanos, al mes de estar el nuevo papa en su pontificado, me da la noticia: “!Se murió el papa!” y yo pensé que se burlaba de mí. Pero no. Sí, se había muerto el nuevo papa. Solo estuvo un mes, desde aquel “habemus papam” del 26 de agosto, al 28 de septiembre de 1978. Es decir, ese año tuvimos tres papas.

Así vino Karol Wojtyla, Su Santidad San Juan Pablo II.  Fue el primer papa polaco de la historia, y el primero no italiano desde 1523. Su pontificado de 26 años y medio, fue el tercero más largo en la historia de la Iglesia católica.

Mucho fue lo que hizo San Juan Pablo II. Combatió el marxismo, luchó contra aquel movimiento de la “teología de la liberación” y visitó más de ciento veintinueve países. Además del suyo, el polaco, hablaba doce idiomas. Beatificó a más de mil trescientas personas y santificó a casi quinientas, basado en su deseo de hacer un llamado universal a la santidad. Vino dos veces a Venezuela y en su primera visita, en 1985, tuvimos la honra, de que nuestro grupo musical cristiano, “Somos Iguales”, totalmente valenciano, fuera seleccionado para cantarle en el Encuentro de los Jóvenes que se llevó a cabo en Caracas, en el Estadio Olímpico de la UCV, alternando con el grupo del Padre Miguel Matos, de Caracas y Un Solo Pueblo. Ya yo no pertenecía al grupo, tenía un bebé en mis entrañas que, de alguna manera, también nos estaba acompañando y fue una emoción enorme ver a mi marido, a dos de mis hermanos, Miguel Ángel y Juan Pablo y a todos mis amigos queridos, cantar ahí esa maravillosa tarde.

Cuando San Juan Pablo II se fue al otro mundo, la tristeza fue mundial. No había chistes al respecto, las anécdotas todas tenían que ver con experiencias maravillosas.

La llegada de Su Santidad Benedicto XVI fue menos celebrada. Sonaba extraño eso de un papa alemán, sobre todo porque se veía muy serio. Era un teólogo de alto calibre, sumamente culto. Hablaba seis idiomas y leía griego antiguo y latín. Se retiró cuando sintió que su cuerpo no tenía fuerzas en 2013.

Y llegó el primer papa argentino. Por cierto que, dos años antes, en 2011, mi grupo musical, “Las Brujas y Zuzón”, había sido invitado a cantar en Argentina y el 9 de julio fuimos a la Catedral de Buenos Aires de visita, coincidiendo con una fecha patria, el Día de la Independencia y la misa la estaba celebrando el Cardenal Jorge Bergoglio. Notamos que, a pesar de ser fecha patria, Cristina Kirchner no estaba. Nos agradó mucho su homilía. Cuando en 2013 fue nombrado papa, nuestra emoción era muy grande. Primer papa latinoamericano y, para colmo, habíamos asistido a una misa celebrada por él. Recuerdo que, se comentaba, no sé si será cierto que, cuando la presidente Kirchner lo fue a visitar al Vaticano, el papa le dijo: “lo que ha tenido que hacer Dios para que me vinieras a ver, hacerme papa”.

Su escritura llegó a mis manos y la analicé en varias ocasiones, destacando su cultura, gran capacidad de asimilación intelectual, claridad y sencillez excepcionales. Sin embargo, algo me inquieta: es la primera vez que percibo que el mundo —o al menos Venezuela— no está de luto por la muerte del Papa. Aquella figura papal incuestionable e inspirada por el Espíritu Santo que mi padre describía, no se reconoció en Francisco. Muchos venezolanos lo percibieron tibio, sobre todo cuando atendió al presidente durante el “firmazo”, un gesto que paralizó todo. Algunos incluso afirman que “nunca se volteó a mirarnos”. Aunque no comparto las burlas, entiendo su origen: desde acusaciones de “comunista” hasta el resentimiento en Argentina, donde critican que jamás regresó a su tierra. Con los días, el resentimiento se fue olvidando y se evidenció más dolor.

Sigo pensando que Francisco, como San Juan XXIII, es de esos papas que se cuelan en los corazones. No por rituales distantes, sino porque le gustaba hablar el lenguaje de las ollas vacías, de las calles polvorientas, de los migrantes que cargan su vida en una mochila. Era el pontífice que abrazaba a un niño llorando en una multitud, o que lavaba pies en cárceles, el que decía sin tapujos: “¿Quién soy yo para juzgar?”. En él latía esa misma sencillez que mi abuelo Héctor Calixto practicaba tras el mostrador de su farmacia, escuchando a vecinos contar sus penas mientras preparaba un remedio. El papa Francisco siempre tenía frases para la familia, como esta: “Tener un lugar a dónde ir, se llama HOGAR; tener personas a quienes amar, se llama FAMILIA y tener ambos se llama BENDICIÓN”.

Me siento honrada de haber asistido a la Misa fúnebre en homenaje al Santo Padre Francisco, "Peregrino de la Esperanza", oficiada por nuestro arzobispo Jesús González de Zárate Salas. La ceremonia tuvo lugar el pasado sábado 26 de abril en la Basílica Catedral Nuestra Señora del Socorro de Valencia, la cual se encontraba repleta de valencianos que, junto a toda Venezuela, agradecen al Papa Francisco el mejor regalo que pudo habernos concedido: la canonización de José Gregorio Hernández y de la Madre Carmen Rendiles. ¡Gracias, Santo Padre!

Anamaría Correa

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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