En los años sesenta, había un long play de Olga Teresa Machado en mi casa que mi mamá solía poner con frecuencia. Mi papá era más dado a la música sinfónica, y aunque a ella también le agradaba ese género, sus gustos musicales eran mucho más amplios. Un día, quizá para captar mi interés, me reveló que conocía personalmente a la compositora de tres de las canciones del disco, Conny Méndez, quien era tía de un amigo suyo y con la que había compartido numerosas veces.
Juana María de la Concepción Méndez Guzmán nació en Caracas el 11 de abril de 1898 y la llamaban “Conchita”. Era la menor de cuatro hijos del escritor, poeta, costumbrista y humorista Eugenio Méndez y Mendoza y de Lastenia Guzmán de Méndez y Mendoza. Pertenecía, como se decía antes: “a la rancia aristocracia de Caracas”. Su padre era descendiente del ex presidente Cristóbal Mendoza y murió cuando Conny tenía solo cinco años, en un momento en que Venezuela acababa de sufrir la Revolución Liberal Restauradora y ahora vivían la dictadura de Cipriano Castro. Doña Lastenia, temerosa de lo que le pudiera pasar a su familia, en 1906, cuando Conny tenía 8 años, se la llevó a vivir a Nueva York.
Como es de suponer, allá fue donde Conny sintió que su nombre no podía ser “Conchita”. Todos sus amigos la llamaban “Cunyra”, así terminó de autodenominarse “Conny”.
Tras regresar a Caracas en 1920, Conny Méndez, con apenas veintidós años, primero, contrajo matrimonio con un muchacho de la aristocracia caraqueña, Carlos Alberto Velutini Couturier y, a la vez, se adentró en el mundo del periodismo como columnista y caricaturista en diversos diarios y revistas. Su aguda pluma y trazo satírico quedaron inmortalizados en El bisturí (1931), libro que compila las caricaturas más destacadas de su carrera. Entre estas, cobró notoriedad la que dedicó a Laureano Vallenilla Lanz, influyente historiador y político defensor del régimen de Juan Vicente Gómez. Curiosamente, la mordaz crítica visual no solo circuló ampliamente, sino que incluso fue bien recibida por el propio Vallenilla. Fue en esa época, según relataría la artista años después, cuando su vida dio un giro: “Desde ese día, mis cosas pasaron a ser geniales y yo, sin saber por qué, de loca pasé a ser inteligente…”
Conny Méndez solía afirmar, con su característica ironía, que había nacido «dos años antes del siglo XX y cincuenta años antes de su tiempo». En más de una ocasión confesó que, de no ser por Lastenia (su madre), apegada a los convencionalismos de la época, habría sido hippie. Y no era una exageración: como mujer, desafió normas sociales al fumar en público y divorciarse, actos revolucionarios para su contexto histórico. Sus “locuras” hoy, se leen como gestos pioneros de autonomía femenina en una América Latina que apenas balbuceaba sobre igualdad de género.
Mi madre recordaba un detalle singular, Conny llevaba siempre consigo un cenicero portátil, y cuando alguien le preguntaba sobre él, respondía con picardía: “Aquí guardo las cenizas de mi marido”. La broma, claro está, era pura provocación, su primer esposo, seguía con vida. Tras su divorcio, Velutini, (por cierto, abuelo de mis primos Feo Velutini) formó una familia con una señora de perfil más tradicional: Carmen V. de Velutini, a quien solíamos llamar “Mamá Carmen”, con quien tuvo cuatro hijos, entre ellos mi tía Carmen Luisa, “la tía Catira”.
Este contraste no pasaba desapercibido, mientras Conny desafiaba etiquetas con su humor ácido y sus “locuras” (así tildadas por la sociedad de entonces), “Mamá Carmen”, encarnaba la placidez doméstica, lejos de cualquier atisbo de rebeldía. Y conste que Conny fue de las primeras mujeres caraqueñas que manejó un automóvil y que se bañó en las playas de Macuto, cuando había lugares exclusivos para mujeres. También se le recuerda discutiendo con el maestro Sojo sobre música. Él toda una autoridad y ella, una melómana sin mucho conocimiento.
En París, en 1921, Conny Méndez dio a luz a su hija mayor, Julieta Velutini Méndez, quien años después tendría cinco hijos. Tuve el privilegio de conocer al menor de ellos, Alonso Gil Velutini, en una reunión familiar en casa de mis primos. Cuando le confesé mi admiración por su abuela, Alonso compartió conmigo un recuerdo: “Lo que más extraño de ella, son esas noches de luna llena en las que subíamos al techo. Hablábamos por horas, recostados en un par de sillas plegables y la luz de la luna nos envolvía. Ella lo llamaba ‘tomar baños de luna’”.
Conny Méndez contrajo matrimonio en tres ocasiones. De su segundo esposo nació su segundo hijo, quien años después le daría dos nietos, aunque este matrimonio también terminó en divorcio. Con el tercero, en cambio, llegó a la viudez, cerrando así su vida sentimental.
Se autodenominaba “toera” (término coloquial venezolano para alguien versátil), pues incursionó en múltiples disciplinas de manera casi autodidacta. El “casi” lo añado yo, ya que, en realidad, estudió música y arte en prestigiosas escuelas neoyorquinas, aunque su genialidad trascendió cualquier formación académica. Lo que mi mamá más admiraba de ella era su optimismo contagioso, una cualidad que impregnaba hasta sus proyectos más audaces.
Entre sus obras literarias destacan su autobiografía “Memorias de una loca” (1955), un éxito editorial que retrata su vida sin tapujos, y “Del guayuco al quepis” (1967), una sátira mordaz sobre la sociedad venezolana de la época. Aunque también escribió unos quince libros más sobre metafísica, que revelan su faceta espiritual. Ella fundó en 1947, el movimiento de Metafísica Cristiana en el país.
Sus canciones, por su parte, se convirtieron en himnos populares. Intérpretes como Simón Díaz, Alfredo Sadel, Esperanza Márquez, Aquiles Machado y Rosa Virginia Chacín, las han llevado a escenarios nacionales e internacionales. De aquel disco de Olga Teresa Machado que escuchaba en mi infancia, tres temas quedaron grabados en mi memoria, justo los tres que pertenecían a Conny Méndez y que luego pasaron a mi repertorio, cuando, ya en Valencia, aprendí a acompañarlas con el cuatro: “Chucho y Ceferina”, “La negrita Marisol” y “Venezuela habla cantando”. Esta última, confieso, aún me eriza la piel.
En 2005, durante el VIII Congreso de Cultura Europea en la Universidad de Navarra (Pamplona, España), el Grupo de Música Popular Latinoamericana de la Universidad de Carabobo escribió una página memorable. Entre el público estaban el decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de nuestra universidad, Juan Macías, y un grupo de docentes venezolanos como Ligia Paredes, Emir Giménez, Nilda Ochoa, Yajaira Rodríguez y Elsy Pérez, entre otros. Cada ponente disponía de un minuto en el estrado para cautivar al público y promover su conferencia. Cuando llegó el turno del grupo, “los latinos”, como solíamos llamarlos, optaron por romper el protocolo. Los nueve integrantes irrumpieron en el escenario del Auditorio de la Facultad de Medicina, colmado por 700 personas, y entonaron a capella un verso contundente de Conny Méndez: “¡Ya por el mundo se dice, Venezuela habla cantando!”.
El grupo estaba integrado por Marianela Ramos, Nilda López, Xiomara Matheus, Amayraní Mendoza, Luis Augusto “Guaguancó” González, Armando Latouche, Agustín Velásquez, José Gregorio Vargas y mi hermano Juan Pablo Correa, además del importante apoyo de Simely Mujica como coordinadora logística ad honorem. Su energía vibrante y arraigada, electrizó la sala. Juan Pablo, que era el director del grupo, resumió en segundos el corazón de su ponencia: explorarían las raíces europeas en cuatro géneros latinoamericanos (bolero, tango, joropo y pasaje), intercalando explicaciones con ejemplos musicales en vivo. La propuesta fue tan arrolladora que el organizador, Dr. Enrique Banús, decidió reubicar su conferencia en el auditorio principal: la mayoría de los asistentes al congreso se habían inscrito para escucharlos.
Aquel día, entre análisis musicológicos y melodías, no solo cumplieron una meta académica: convirtieron el escenario en un tributo a Conny Méndez, demostrando que su arte trasciende fronteras y décadas. Comparto con ustedes “Venezuela habla cantando”, de Conny Méndez, interpretada por el Grupo de Música Popular Latinoamericana de la UC: https://www.youtube.com/watch?v=lyrDf1IegGw
Anamaría Correa