El 24 de agosto se celebró el Día Internacional de la Música Extraña, creado en 1997 por el compositor neoyorquino Patrick Grant con el lema “listening without prejudice” para invitar a las personas a escuchar y tocar música poco convencional, ampliar horizontes artísticos y dejar atrás prejuicios. La fecha fue elegida en honor al cumpleaños del padre de la novia de Grant, quien fue un mentor artístico y también el motivo para lanzar su álbum Fields Amaze. Con los años, la iniciativa se internacionalizó y en 2012 incluyó performances en Nueva York, consolidándose como una oportunidad para descubrir géneros y sonidos distintos, experimentar con instrumentos inusuales y celebrar la creatividad a través de la música que se sale de lo común.
Anticipadamente, en 1917, Erik Satie sorprendió al estrenar su “Musique d’ameublement”, una propuesta que definía como música “útil”, pensada no para ser escuchada con solemnidad, sino para acompañar almuerzos, charlas o reuniones cotidianas. Decía que debía funcionar como el papel tapiz o el mobiliario: presente, pero sin imponerse, suavizando silencios incómodos y mezclándose con los sonidos del ambiente. Con esta idea, Satie vaticinó lo que décadas más tarde se conocería como música ambiental.
Uno de los grandes pioneros en abrirnos los oídos a lo “extraño” fue el estadounidense Harry Partch (1901-1974). Este compositor no estaba satisfecho con las escalas tradicionales. Para él, doce notas eran muy pocas. Decidió entonces inventar un sistema con 43 “notas” por octava. Sí, 43.
Claro, ninguna orquesta podía tocar aquello, así que construyó su propio zoológico de instrumentos: enormes arpas llamadas Kitharas, campanas de vidrio suspendidas llamadas Cloud-Chamber Bowls, guitarras alteradas, entre otros. Escuchar su música es como entrar a un sueño raro, entre un ritual antiguo y una película de ciencia ficción.
Otro caso fascinante es el del theremín, ese instrumento que parece magia. Lo inventó el físico ruso Leon Theremin (1896 – 1933) en 1920 y se toca sin tocarlo. Dos antenas reaccionan a la cercanía de las manos: una controla la altura y la otra el volumen. El resultado es un sonido ondulante, fantasmal, que parece venir de un fantasma cantando en medio del aire.
El theremín se volvió famoso en las películas de ciencia ficción de los años 50, pero no quedó solo allí. Shostakovich lo usó en algunas de sus sinfonías. El tema principal de Star Trek lo produce este original instrumento y hasta los Beach Boys le dieron un lugar en la historia del rock con “Good Vibrations”. Hoy todavía causa asombro verlo en escena, porque parece un truco de ilusionismo sonoro.
Y hablando de trucos sonoros, me sorprendió descubrir en un programa de televisión un serrucho de carpintero convertido en violín. El llamado musical saw se dobla con las rodillas mientras se frota con un arco de violín. El resultado es un sonido que recuerda al theremín, pero con un toque melancólico.
Pero si hablamos de rarezas, no puedo dejar fuera al siempre provocador John Cage. Este compositor decidió que cualquier sonido podía ser música. Es famoso por tener una obra para piano, con posterior versión orquestal, totalmente en silencio. Cuatro minutos, treinta y tres segundos en rotundo silencio. Y la obra se llama, por supuesto, “4:33”.
Cage es autor de la obra musical más larga del mundo: As Slow As Possible llevó la paciencia musical a otro nivel. Empezó a sonar en 2001 en una iglesia alemana y que no terminará hasta el año 2640… ¡639 años de música ininterrumpida! Lo curioso es que los cambios de notas ocurren cada varios años, y se produce con gran expectativa, mucho público, muchas fotos y algún renombrado artista se encarga de colocar un objeto pesado adicional en una tecla del viejo órgano. Más que un concierto, es casi un recordatorio de que la música puede ser eterna y que, a veces, la espera también es parte de la obra.
No obstante, no todo lo raro viene de la vanguardia occidental. En Asia Central existe una de las tradiciones vocales más desconcertantes: el canto difónico o throat singing de los Tuvanos y Mongoles. Los cantantes producen dos o más sonidos al mismo tiempo: una nota grave y un silbido agudo que parece flotar por encima.
Así, desde conceptos microtonales a lo Partch, retomado ahora por Jacob Collier, pasando por los instrumentos inventados de mis amigos argentinos de Les Luthiers, hasta fantasmas sonoros que surgen de un theremín o un serrucho, el mundo de la música rara nos recuerda que el sonido no conoce límites.
Quizás eso es lo más hermoso: darnos cuenta de que la música no siempre busca ser cómoda o “normal”. A veces quiere sacudirnos, hacernos reír o incluso inquietarnos. Y en esa extrañeza también hay belleza, porque nos abre la mente a nuevas formas de escuchar el mundo.
Finalizo con el musical saw, ese serrucho convertido en instrumento. Disfrútenlo: https://www.youtube.com/watch?v=2sh1EH2GBF8