En el ámbito de la música académica es habitual referirse a “las tres grandes B” (Die drei großen B): Johann Sebastian Bach (1685-1750), Ludwig van Beethoven (1770-1827) y Johannes Brahms (1833-1897), pilares indiscutibles de la tradición musical occidental. De forma menos extendida, también se habla de las tres grandes “M”: Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), Modest Mendelssohn (1809-1847) y Claudio Monteverdi (1567-1643). Este último será el protagonista del presente artículo, ya que el pasado 15 de mayo se conmemoraron cuatrocientos cincuenta y siete años de su nacimiento.
Claudio Monteverdi fue un compositor, cantante y monje italiano que marcó una transición crucial entre el Renacimiento y el Barroco. Nacido en Cremona, estudió música desde joven y publicó su primer libro de madrigales a los 15 años. Trabajó en la corte de Mantua como músico y luego como maestro de capilla, desarrollando allí muchas de sus obras más innovadoras. En 1613, fue nombrado maestro de capilla en la Basílica de San Marcos de Venecia, cargo que ocupó hasta su muerte, y desde donde influyó profundamente en la vida musical de la ciudad.
Monteverdi fue un verdadero innovador para su tiempo. Introdujo una nueva forma de componer, dando prioridad a la expresión emocional del texto por encima de las reglas contrapuntísticas tradicionales. Esta postura lo llevó a un célebre debate con el musicólogo Giovanni Artusi, quien lo criticaba por romper las normas establecidas. Monteverdi defendió lo que llamó la "seconda pratica", una nueva manera de componer que ponía al servicio de las palabras todos los recursos musicales posibles, anticipando así el estilo barroco.
Su papel fue crucial en el nacimiento de la ópera. Con obras como L'Orfeo (1607), considerada una de las primeras óperas verdaderamente estructuradas y emocionales, Monteverdi sentó las bases del drama musical moderno. También renovó el madrigal y amplió las posibilidades expresivas del acompañamiento instrumental, aportando una sensibilidad dramática que cambió la relación entre texto y música.
La influencia de Monteverdi se extiende hasta nuestros días. Su obra no solo representa el final del Renacimiento musical, sino que inaugura una nueva era en la que la música adquiere un poder narrativo más profundo. Fue un compositor disruptivo que transformó el lenguaje musical y abrió las puertas a formas que dominarían los siglos venideros, como la ópera, el oratorio y la cantata barroca. Su legado permanece como uno de los más significativos en la historia de la música occidental.
Abundan las anécdotas de Monteverdi: Por ejemplo, cuando trabajaba como maestro de capilla en la corte de Mantua, el duque le exigía constantemente nueva música para todo tipo de eventos, a veces con muy poco tiempo de antelación. En una ocasión, según cuentan, Monteverdi recibió una orden urgente para componer una pieza en honor a una visita inesperada de un dignatario. Como no tenía nada nuevo preparado y el tiempo era muy corto, decidió presentar una obra que ya había compuesto antes… ¡pero con una letra diferente! Lo curioso es que nadie se dio cuenta de la reutilización, y todos elogiaron su “nueva” composición como una muestra de su genio renovado. Monteverdi, sonriente, solo comentó: “La música buena tiene muchas vidas”.
Otro relato simpático sobre Claudio Monteverdi nos lleva a su época como maestro de capilla en la Basílica de San Marcos en Venecia. Cuenta la tradición que, en una ocasión, un cantor de la basílica protestó por tener que interpretar una de las nuevas y expresivas composiciones de Monteverdi, diciendo que esas notas "no eran música, sino locura". Monteverdi, con ironía veneciana y sin perder la compostura, le respondió: “Entonces cántela como un loco si quiere. Pero cántelo.”
Claudio Monteverdi estuvo profundamente enamorado de su esposa, Claudia Cattaneo, cantante e hija de un músico de la corte de Mantua. Se casaron en 1599, tuvieron dos hijos y, tras la muerte de ella en 1607, él nunca volvió a casarse. Su pérdida marcó emocionalmente al compositor, y muchos creen que la melancolía y espiritualidad de sus madrigales posteriores (especialmente del sexto libro) reflejan un homenaje íntimo a su memoria.
Ya para finalizar, y en estos tiempos muy relacionados con el Vaticano, La faceta religiosa de Monteverdi fue tan profunda como significativa, sobre todo en la segunda mitad de su vida. Tras muchos años como músico cortesano en Mantua, donde se centró en madrigales profanos y óperas como ya la mencionada L'Orfeo, su vida tomó un giro espiritual más marcado al ser nombrado maestro de capilla en San Marcos. Este cargo lo mantuvo hasta su muerte.
Durante su estancia en Venecia, Monteverdi no solo reorganizó y revitalizó la música sacra de la basílica, sino que también compuso algunas de las obras religiosas más monumentales del Barroco temprano, como la “Selva morale e spirituale” (1641) y la “Messa a quattro voci” (1650, publicada póstumamente). Estas piezas reflejan un equilibrio entre la tradición polifónica del Renacimiento y los nuevos estilos expresivos que vaticinaban lo que a la postre sería conocido como Barroco.
Lo notable es que Monteverdi tomó votos menores en la Iglesia Católica en sus últimos años, lo que indica un compromiso personal y no solo profesional con lo espiritual. Incluso llegó a vestir hábito clerical, aunque nunca fue ordenado sacerdote. Muchos de sus contemporáneos lo consideraban un hombre piadoso y profundo, capaz de transmitir la fe a través de la música, como si cada nota fuera un acto de devoción.
A propósito de Monteverdi, sugiero escuchar, a cargo del ensemble Elyma, la obra “Selva morale e spirituale”: https://www.youtube.com/watch?v=xGr4Ns-83Qs