“Las grandes obras no son llevadas a cabo por la fuerza, sino por la perseverancia” Samuel Johnson
Solemos implorar coraje como llamada al valor de soportar adversidades. Así como a los guerreros se les exigía bravura, a nuestros conflictos cotidianos y a la lucha contra nuestros miedos se nos propone que tengamos perseverancia, palabra que viene del griego proskartere, que literalmente significa ser intensivamente fuerte, soportar, permanecer de pie bajo cualquier circunstancia de sufrimiento.
Al sugerir una actitud con coraje, no estamos haciendo una llamada a la valentía, ni a una fuerza extrema, ni muchos menos a la resignación ante una pasajera realidad. En realidad, estamos soplando al corazón para avivar su fuego natural, en un acto de apoyo hacia uno mismo y hacia la vida.
Muchos desmoralizados, desde temprano, tranquilizan sus conciencias y se evitan las tareas necesarias, diciéndose a sí mismos que la verdad al fin se impondrá por sí sola y que existe una justicia inmanente. La pusilanimidad, la flojera intelectual y la cobardía moral han propiciado los ruines engaños de esa justicia inmanente y de una verdad que por sí misma se desvela.
No debemos confundir perseverancia con necedad o irresponsabilidad. Como tampoco con impaciencia o impulsividad. Perseverar es mantenerse constante para lograr lo que se ha comenzado, persistir cuando las circunstancias indican u obligan a renunciar, mantenerse firme en una posición cuando los factores de la adversidad señalan la retirada, adherirse firmemente a lo que se anhela. Es esa actitud que nos anima cuando la meta parece inalcanzable, cuando pensamos que será imposible que tengamos el empeño y las fuerzas suficientes para reiniciar la lucha.
La perseverancia es un valor que radica en la resolución y el esfuerzo que se emplea para alcanzar un objetivo. Es sinónimo de lucha, esfuerzo y sacrificio, por lo que se le puede equiparar a constancia o tenacidad, es uno de los elementos más importantes a la hora de alcanzar la anhelada meta, que si bien se logró el 28/07, con artimañas totalitarias, fue desplazada. Sin embargo, debemos continuar buscando ese camino, a pesar de que todo parezca indicarnos que las probabilidades de alcanzarlo son escasas.
¿Y a qué viene esta introducción que tiene casi el tinte de esos latosos libros de autoayuda? La respuesta es fácil; el logro, sin duda, muy difícil, pero no imposible… ¡Porque nuestros hijos lo merecen!
Debemos perseverar en dejarles un país donde nadie que viole los derechos humanos goce de impunidad, donde impere el pleno derecho y la igualdad ante la ley y donde la soberanía del ciudadano esté por sobre los poderes fácticos. Esta es una interpelación a todos aquellos que creen en la posibilidad de un país distinto. Es un llamado todos los que creen que puede existir un país mejor y estén dispuestos a entregar lo mejor de sí para que ello sea realidad. Un espacio donde la única condición es compartir y trabajar por cambiar el actual estado de cosas.
Nos une la sublime aspiración de alcanzar un país de verdad. Hoy tenemos que insistir, con mayor perseverancia y compromiso que nunca, en la búsqueda intensa de nuevas rutas, que lleguen más allá de sólo escuchar nuestras revueltas íntimas, nuestro sempiterno desconcierto, para insistir en algo que no se quede en esos quiméricos pensamientos donde colocar nuestros deseos de un porvenir mejor.
Para concluir, nos permitimos tomar de Fernando Savater unas reflexiones que nos invitan a remontar el camino, una y otra vez… "La libertad de los muchos, perezosos o seducidos por la tiranía, se salva casi siempre por la determinación indomable de unos pocos que pelean contra lo que parece irremediable, contra lo verosímil predicado por los acomodaticios, contra lo que la prudencia sobornada por el dominio aconseja como más recomendable
Las sociedades no son el mero resultado de la conjunción de procesos necesarios, sino una permanente autoinvención que establece y deroga sus normas a partir de una realidad cuyo decurso simbólico nunca es irrevocable. No parece arriesgado señalar que esa permanente institucionalización y autoalteración pasa hoy por horas decididamente bajas…”