La semana pasada dediqué mi artículo a nuestra nueva santa, la Madre Carmen Rendiles y hablé de su parentesco con el Dr. Jaime Rodríguez Llamozas, fallecido en noviembre del año pasado.
Sin embargo, cometí un error que deseo rectificar de inmediato: en mi texto lo describí como abogado, cuando en realidad el Dr. Rodríguez era ingeniero. Confieso que, por razones que aún no logro comprender, siempre lo imaginé ejerciendo el derecho: lo visualizaba en tribunales de justicia o al frente de un prestigioso bufete jurídico. Quizás, por mi cercanía profesional con abogados desde el ámbito de la Documentoscopia, asocié su figura a ese campo por pura costumbre. Pero la verdad es incontrovertible: su trayectoria se forjó en la ingeniería, disciplina en la que, sin duda, dejó una huella admirable.
Jaime Rodríguez Llamozas, mirandino de nacimiento, pero valenciano por adopción y convicción, se ganó un lugar irremplazable en el corazón de Carabobo. Su nombre resonó no solo por su visión técnica, sino por la coherencia ética que imprimió en cada proyecto: un profesional respetado y querido incluso por nuestra sociedad más exigente, que supo reconocer en él a un aliado genuino. Bajo el marco de sus valores cristianos, que hacían de la fe una brújula y no una bandera, trabajó incansablemente por el progreso del estado. Lo hizo desde la ingeniería, desde el liderazgo institucional, y, sobre todo, desde el ejemplo de una vida arraigada en el amor familiar. Su esposa e hijos fueron testigos y cómplices de esa entrega, la misma que hoy perdura en calles, aulas y memorias colectivas. Porque Jaime no solo imaginó un Carabobo mejor: lo construyó con las manos de quien sabe que el futuro se edifica, ladrillo a ladrillo, entre planos y esperanza.
Urbanizaciones como las Chimeneas y Valle de Camoruco; la autopista Valencia - Puerto Cabello; la avenida Lara; la Cedeño; el urbanismo en diversos barrios de la ciudad; la vialidad deportiva de la Universidad de Carabobo; el muelle pesquero de Puerto Cabello; la vialidad del sistema de riego en Guacara y sus ramales, son algunos ejemplos de sus realizaciones, tal y como lo recuerda el escritor José Félix Díaz Bermúdez, en un artículo que le dedicó cuando Don Jaime nos dejó, en noviembre del año pasado.
Tengo entendido que comenzó su carrera de ingeniero en la Universidad Central de Venezuela, pero su hermano mayor, el también ingeniero Bernardo Rodríguez Llamozas, opuesto a la dictadura perezjimenista, sufrió de constantes amenazas hacia su persona y hacia la familia, de manera que Don Jaime siguió el camino de su hermano, exiliándose en Perú, donde pudo continuar sus estudios y graduarse de Ingeniero Civil en la Universidad Nacional de Lima. Con los años, hizo un doctorado en Estados Unidos, en Ingeniería Vial en la Universidad de Ohio.
Tras su regreso a Venezuela, una vez caída la dictadura, luego de vivir algunos años en Caracas, nuestro personaje decidió establecerse definitivamente en nuestro estado. Aquí se consolidó como uno de los protagonistas clave de la transformación urbana de Valencia, además de otras localidades estratégicas. Su aporte no se limitó a la ejecución de obras emblemáticas, sino que también asumió liderazgos institucionales: fue presidente fundador de la Cámara de la Construcción de su seccional en Carabobo y presidente del Consejo Empresarial del estado durante una etapa crucial de desarrollo estatal. Su visión técnica, arraigada en su formación como ingeniero, impulsó proyectos que moldearon el perfil moderno de la región.
A Ana María Rodríguez, una de sus hijas, la conozco de cerca por nuestra complicidad en el mundo de la música. Ambas, cada una en un grupo diferente, compartimos esa pasión irrenunciable por la gaita zuliana, un ritmo que ya no solo late en el Zulia, sino que se ha vuelto bandera nacional… ¡y hasta valenciana! Otra de sus hijas, Carolina, fue mi alumna en la Universidad Tecnológica del Centro (UNITEC), me estrenaba yo en el mundo de la matemática y la estadística y ella, como algunos de sus compañeros, colaboraron a que me enamorara más de mi nueva carrera. Por cierto que Don Jaime fue, con César Peña Vigas, fundador de esta excelente universidad. Sin duda, por su parte, también dejó una huella académica imborrable en la Universidad de Carabobo ya que, durante décadas, ejerció la docencia, llegando a la categoría de profesor titular, donde dirigió la Cátedra de Vías de Comunicación de la Facultad de Ingeniería. Y su experiencia no solo se transmitió en las aulas, ya que fue autor de textos especializados que, hasta hoy, se mantienen como obras de referencia académica en áreas como infraestructura y planificación territorial.
Con otro de sus hijos que he compartido es con Santiago, el menor, politólogo y fiel amante de su ciudad. Con él y con un grupo de valencianos apasionados, nos reuníamos todas las semanas en el Centro de Interpretación Histórica, Cultural y Patrimonial de la UC, que yo dirigía en aquel entonces, hace unos diez años. Entre café y proyectos, imaginábamos cómo revitalizar Valencia, cómo honrar su historia sin dejar de construir futuro. Recuerdo nítidamente a esos compañeros de ideas: Carmen Del Valle Peñalver, siempre al frente de la Fundación “Lisandro Alvarado”; Claudia Salazar, directora del Museo de Antropología e Historia “Henriqueta Peñalver”; el inolvidable Poeta José Joaquín Burgos, cronista oficial de la ciudad, (q.e.p.d.); Iván Hurtado, custodio de la memoria de la Universidad de Carabobo; Asdrúbal González, cronista de Puerto Cabello cuyo legado perdura (q.e.p.d.); y la joven Elihedilia Arteaga, esposa del Dr. Fabián de Jesús Díaz Carabaño y fuerza incansable de la cultura local y universitaria. Santiago, con su mirada crítica y su corazón en la calle, siempre aportaba esa nueva luz que tanto necesitábamos. Juntos, éramos un círculo de entusiasmo, tejido entre el ayer y el mañana.
Reitero mis disculpas por este equívoco, especialmente a sus familiares, su esposa Doña Carmen Josefina Castillo, sus hijos Carolina, Juan Jesús, María Teresa, Ana María y Santiago y a todos sus colegas, quienes seguramente conocen mejor que nadie el legado técnico y humano que el Dr. Jaime Rodríguez Llamozas construyó.