Desde marzo de 2021, tengo el honor de presidir la Sociedad Amigos de Valencia, una institución que, en unos días, cumplirá setenta y cinco años de haber sido fundada. Sin duda, esta sociedad ha desempeñado un papel fundamental en la historia de la ciudad desde su creación, impulsando diversos proyectos que han beneficiado a la población. Entre los eventos más emblemáticos organizados por la SAV, como solemos llamarla, se incluyen publicaciones, conversatorios, conferencias, reconocimientos a personas e instituciones que han trabajado por la ciudad, exposiciones de arte, conciertos y la promoción de la restauración y conservación del patrimonio histórico y cultural de Valencia.
Todo comenzó en 1950, cuando el entonces gobernador del estado Carabobo, Ramón Ruiz Miranda, con el propósito de celebrar por todo lo alto el cuarto centenario de la ciudad (que tendría lugar en 1955), convocó al Salón Ejecutivo del Estado Carabobo a un grupo de personalidades destacadas de Valencia. Entre ellos se encontraban representantes del Concejo Municipal, el Comando de la Guarnición de Valencia, el Rotary Club, el Club de Leones, la Cámara de Comercio, la Unión de Industriales, la Asociación Regional de Ganaderos, la Cámara Agrícola, el Colegio Médico, el Centro de Ingenieros, el Colegio de Laboratoristas, el Colegio de Odontólogos, el Instituto Científico de Carabobo, el Ateneo de Valencia, la Asociación Venezolana de Periodistas (filial Carabobo) y el diario El Carabobeño.
Tras extensas deliberaciones, este destacado grupo decidió fundar una organización sin fines de lucro que no solo se encargaría de organizar la celebración del cuarto centenario de la ciudad en cinco años, sino que también tendría como misión convertirse en la institución líder en el desarrollo integral y ético de ejecutivos, profesionales, empresarios y emprendedores de Valencia. Además, se comprometería con la preservación y el cuidado del patrimonio cultural e histórico de la ciudad. Su visión incluía fomentar el intercambio de ideas, conocimientos y experiencias entre sus miembros, promoviendo la conservación de los espacios públicos, plazas y casonas antiguas, así como la difusión y valoración de la historia y la cultura local.
El nombre de la institución fue propuesto por el recordado historiador Luis Taborda, representante del Rotary Club en aquel entonces. Su sugerencia, "Sociedad Amigos de Valencia", fue la más votada y la que finalmente se adoptó. Posteriormente, se designó, mediante votación pública y nominal, una junta directiva que tendría la responsabilidad de trabajar en las festividades de aquella Valencia progresista y de velar por el progreso material y moral de la ciudad.
En 1955, siendo Don Teodoro Gubaira, presidente del Concejo Municipal, invitó a su amigo, el reconocido escritor y político José Rafael Pocaterra, a ser el orador de orden en el acto central de la celebración de los cuatrocientos años de Valencia. Don Teodoro costeó todos los gastos para que Pocaterra asistiera. Y lo hizo, a pesar de que este se encontraba gravemente enfermo. Fue así como Pocaterra pronunció su célebre discurso, "Un Canto a Valencia", un emotivo homenaje a la ciudad. Sin embargo, este gesto le costó a Don Teodoro su cargo, ya que el presidente Marcos Pérez Jiménez no se lo perdonó.
Este hecho, que ya relaté en otra ocasión, fue de tal relevancia que opacó incluso el acto solemne de cierre de la celebración, organizado por la comisión de la Sociedad Amigos de Valencia. Dicho evento, celebrado en el Teatro Municipal, dos días después del de Pocaterra, contó con la presencia del General Marcos Pérez Jiménez, presidente de la República y tuvo como orador de orden a Don Rafael Saturno Guerra, Secretario vitalicio de nuestra SAV, palabras que el mismo Pocaterra alabó, según el Dr. Fabián de Jesús Díaz, diciendo que había sido una “pieza oratoria bien nutrida, bien expresada y elegantemente redactada, hasta en los temas áridos de estadísticas y cronología histórica”.
Sin embargo, casi no se habla de ello, pues el gesto de Don Teodoro y el impacto de la muerte de Pocaterra quedaron grabados en la memoria colectiva de Valencia. Recordemos que José Rafael Pocaterra falleció en Canadá, quince días después de estos actos. Y Don Teodoro contrató un vuelo chárter para trasladar el cuerpo del escritor a su tierra natal, fue velado en el Concejo Municipal de Valencia y la ciudad entera lo acompañó en su último viaje hasta el cementerio, en un acto de profundo respeto y admiración.
Revisando parte de la hemeroteca que tenía mi padre, Juan Correa, encontré un artículo en una revista publicada por la gobernación de Carabobo en 1956, cuyo autor no aparece, en el que se narra cómo la Sociedad Amigos de Valencia, en sus seis años de vida, había reforestado los cerros valencianos, logró la prevención de incendios en los mismos, consiguió que el ganado caprino desalojara los cerros (educando a sus dueños) y aforestó (palabra que desconocía y que se refiere a la formación de bosques donde no existen) tales lomas. Todo ello con el apoyo de instituciones, empresas y valencianos de buen corazón. El artículo concluye afirmando que la Sociedad Amigos de Valencia consiguió lo que no pudo hacerse en ninguna otra ciudad: cerros sanos, mayor control de los incendios y hasta bomberos premiados. Sin embargo, el pueblo de Valencia no le dio crédito porque no la conocía.
Esto me lleva a algo que escribió sobre la Sociedad Amigos de Valencia mi estimado Simón García, con quien compartí mucho en la Fundación Cabriales (él como presidente y yo como directora), en su libro "Crónicas de tiempos idos". Allí dedica un capítulo a "las instituciones invisibles", esas que, según él, trabajan sin fanfarria y de las cuales nombra dos: la primera es la Sociedad Amigos de Valencia; la segunda, la Cruz Roja. Aclara que estas instituciones no tienen poder real, forman parte de un tejido social y no se inmiscuyen en la confrontación local entre intereses políticos.
Si nombrara a todas las personas que han pasado por la Sociedad Amigos de Valencia, rompería las reglas del tamaño del artículo, pero todos son valencianos, de nacimiento o por adopción, que la aman y la seguirán amando con idolatría. Sin duda, seguiremos trabajando por amor a Valencia, donde las retribuciones son sonrisas.