Juan Pablo Correa Feo
El compositor Sammy Kahn dijo una vez que “lo primero que llega no es la música ni la letra, sino el cheque”. Esta frase refleja una forma realista de ver la creación musical: muchas veces, componer es una tarea práctica, más que mágica. Compositores como Antón García Abril o Aldemaro Romero trabajaban con disciplina, método y esfuerzo, sin esperar la visita de una musa inspiradora. Incluso Anton Webern hablaba de procesos lógicos y matemáticos al componer, más que de momentos de iluminación.
Esta visión práctica de la creatividad contrasta con la imagen del artista romántico: ese personaje apasionado que vive en la pobreza, esperando que una chispa divina lo inspire. Sin embargo, ambas formas de ver el acto creativo coexisten y han sido tema de reflexión para muchos pensadores. Aunque algunos artistas hablan de inspiración, otros insisten en que todo se reduce a trabajo constante.
Blas Emilio Atehortúa, por ejemplo, decía que componer era como cocinar: combinar ingredientes a gusto. Así como un cocinero usa tomates y cebollas, el compositor usa ritmos, notas e instrumentos. Hay compositores como Haydn o Mozart que componían rápido y por encargo, mientras que Beethoven o Bruckner pasaban semanas luchando con una obra. Bach, a pesar de escribir muy rápido, también revisaba y corregía meticulosamente sus composiciones.
Mozart, en sus cartas, contaba cómo a veces tenía que componer deprisa para cumplir con pedidos. La obertura de su ópera “Don Giovanni”, por ejemplo, fue compuesta apenas unas horas antes del estreno: comenzando la noche un 29 de octubre de 1787 en el Teatro Nacional de Praga; músicos en el foso; cantantes preparados… y Mozart aún en el camerino componiendo. A los minutos salió corriendo entre los músicos repartiendo las recién creadas partituras, subió al pódium ¡y estrenó lo que sería una de sus grandes obras! un hecho que revela, por un lado, tanto la magnitud de su genio musical, pero por el otro, su propensión a postergar tareas importantes y a organizar pobremente sus prioridades.
También se ha dicho que compositores como Franz Schubert y Felix Mendelssohn podían escribir música completa directamente desde su mente: Schubert componía instrumento por instrumento, de principio a fin, como copiando algo entero en su cerebro. Se dice que Mendelssohn había terminado su tercera sinfonía, "Escocesa" y que, mientras viajaba en carruaje, olvidó el manuscrito en el asiento, perdiéndolo supuestamente para siempre. Ante la imposibilidad de recuperarlo, se sentó a reescribirla completamente de memoria. Poco tiempo después, el honrado cochero lo devolvió recordando el lugar donde había dejado al compositor, semanas atrás. Comparando ambos documentos, lo diferencian pocos detalles.
Paul Simon comentó que se obliga a trabajar todos los días durante los periodos en que está componiendo. Esto le permite avanzar con orden y terminar una canción en pocas semanas, en lugar de meses. Para él, la rutina y la disciplina son claves para no depender solamente de momentos de inspiración.
El psicólogo G. Wallas propuso un modelo de cuatro etapas en el proceso creativo: preparación, incubación, iluminación y verificación. La preparación es el momento en que se recolecta información e influencias, como hacía Bach escuchando a otros compositores. La incubación es cuando las ideas maduran sin pensar en ellas directamente, como cuando Mozart viajaba u Otilio Galíndez compraba papas en el mercado. La iluminación es ese momento mágico en que aparece la “solución creativa”, ese “ajá” o “eureka” tan esperado, y la verificación es el momento en el cual el compositor ajusta y organiza sus ideas para que tengan sentido práctico. Esto puede depender de reglas musicales tradicionales o de límites reales, como el tiempo disponible o los instrumentos. Muchas veces, al verificar lo creado, surgen nuevos problemas que nos hacen volver a empezar el proceso. Así es la creatividad: un ciclo constante de ensayo, error y ajuste.
Aldemaro Romero me contó una vez, mientras almorzábamos en un conocido restaurante chino en El Viñedo, Valencia, cómo era su rutina diaria: a las 7 de la mañana salía a caminar, a las 8 se duchaba y desayunaba, y desde las 9:30 hasta el mediodía se dedicaba a componer. Luego almorzaba algo, tomaba una siesta corta y a las 2 de la tarde volvía a componer hasta las 6, cuando terminaba su jornada. Todo estaba bien organizado. Sabía exactamente qué debía hacer cada día, sin computadoras ni inteligencia artificial. Todo lo hacía a mano.
En conclusión, la creatividad musical es un proceso complejo que combina imaginación y trabajo disciplinado. Aunque la imagen romántica del compositor como un genio iluminado por la musa persiste, la realidad suele ser mucho más estructurada, con métodos, rutinas y revisiones constantes. Desde Bach hasta Simón Díaz, los músicos han demostrado que la creación artística no es sólo cuestión de talento innato, sino también de constancia, conocimiento técnico y capacidad de adaptación. La creatividad, lejos de ser un acto mágico, se revela como un ciclo continuo de preparación, exploración, descubrimiento y verificación, donde tanto el azar como la lógica tienen cabida.
A manera de ilustración, los invito a visitar estos enlaces del canal Música y Terapia; uno que explica muy bien el proceso creativo musical de Ludwig van Beethoven, a pesar de su sordera: https://www.youtube.com/watch?v=RDeG2HefV4Y y otro sobre la capacidad creativa de Wolfgang Amadeus Mozart: https://www.youtube.com/watch?v=fb5xaRIUwAo