Un simple objeto de comercio

En países con regímenes totalitarios y degradadores de la dignidad humana, como Venezuela, los dictadores utilizan tales efemérides para tirar unas cuantas limosnas a sus empobrecidos habitantes

Otto Albers fue un padre ejemplar de seis hijos, los cuales siempre nos hemos sentido muy orgullosos de él.

Un alemán que estudió Comercio en la Hamburgo de entre dos guerras y se vino a Venezuela para conocer a su esposa a quien amó por sobre todas las cosas: Isabel, una porteña que también amó sin condiciones a sus hijos e hijas, cambiando su vida por la última de ellas.

Y de comercio sabía Otto Albers, y bastante, como para afirmar que los Días del Padre, de la Madre, del Abuelo y la Abuela, del Tío y de la Tía, de los Enamorados, etc., eran inventos de los comerciantes para incrementar sus ventas en los “meses flojos”. Una manera de explotar el amor familiar, en fechas alejadas de las navideñas o de los “Reyes Magos”, cuando las vidrieras de los locales comerciales se llenan de bambalinas, cintas, campanitas y nieve artificial. Cosa esta última, por cierto, bastante absurda en las ciudades alejadas de los polos, y que delata el origen de la fiebre regalona que, además, desvirtúa el verdadero espíritu de los tiempos navideños: el Nacimiento, para los cristianos, de Jesús de Nazareth. Al punto de que en países donde no somos mayoría los cristianos cunde también la fiebre de los “jingle bells” y los “merry christmas”.

La imagen del “San Nicolás” (o “Santa Claus”, como dicen los pitiyanquis) que nos venden es la de un hombre entrado en años, a juzgar por sus pobladas cabellera, cejas y barba blancas, con un ridículo traje rojo vivo orlado de blanco armiño y pesadas botas negras, transportado por los aires en un trineo tirado por renos (abundantes en nuestros llanos, por cierto) sin alas. Su gordura, según la absurdez navideña, no le impide penetrar en los hogares bajando por las chimeneas donde los hogareños calientan sus cuerpos en los fríos inviernos, para dejar los regalos a los niños en sus inocentes calcetines, no importa el tamaño del regalo. Además, sin quemarse al llegar a donde arden los troncos de madera. En realidad, como muchos saben, la figura es producto de la imaginación de un publicista para la promoción de una conocida bebida gaseosa creada por un farmaceuta de Atlanta, Georgia, Estados Unidos.

Pero lo de San Nicolás, es sólo un ejemplo de habilidad publicitaria legítima e ingeniosa, muchos otros podríamos insertar en este comentario; pero la idea es otra: Muchas veces la publicidad se convierte en una estrategia utilizada con fines no tan legítimos, sobre todo cuando de manipular la opinión se trata.

En países con regímenes totalitarios y degradadores de la dignidad humana, como Venezuela, los dictadores utilizan tales efemérides para tirar unas cuantas limosnas a sus empobrecidos habitantes, y hasta se ha visto a algún “San Nicolás” corpulento más que gordo y mofletudo y que, en vez de blanca barba, luce un poblado bigote color azabache, regalando cajas de alimentos cundidos de gorgojos a una sumisa masa de seguidores comprados.

El pasado domingo se celebró uno de esos días cargados de interés comercial: el “Día de la Madre”, pretexto para que muchos salieran a comprar algún regalo para su progenitora, y muchos venezolanos, con mucho sacrificio, habrán hecho el esfuerzo para aliviar en algo las penurias de sus madres en los difíciles momentos que viven, sin poder alimentar a sus hijos como quisieran. Para muchas otras no hubo hijo que les regalara, imposibilitado de salir del confinamiento arbitrario que sufre en escondidos recintos de reclusión. Para ellas y sus hijos habrá sido un día cualquiera, sin regalos ni alegrías.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Un simple objeto de comercio

Peter Albers