Cuando los habitantes de Valencia pensábamos con optimismo sobre nuestro futuro, y no imaginábamos que nuestra ciudad sería pronto un cementerio de galpones abandonados, un inventario de edificios públicos ruinosos, un conglomerado de casas y apartamentos vacíos, sus planificadores pensaron en una gran avenida que conectaría, bordeando la fila de cerros al oeste, Naguanagua con La Florida, donde una vez estuvo una estatua ecuestre de José Antonio Páez. Sería un espléndido bulevar, con canales de servicio que interconectarían las urbanizaciones aledañas y las que fueran surgiendo, y canales centrales que canalizarían el flujo de vehículos que entonces se comunicaban de norte a sur por avenidas de menor capacidad, o por las ya congestionadas Bolívar y Andrés Eloy Blanco. Del erario no tendría que salir ni un céntimo, pues la gran vía sería construida por los inversionistas que fueran urbanizando los terrenos baldíos o de baja densidad que todavía quedaban. El proyecto presentaba dos obstáculos importantes: el grupo montañoso del Parque Municipal Casupo y la Fila La Guacamaya, y nunca supe, en aquellos tiempos, que se hubiera previsto la posibilidad de sendos túneles, y mucho menos que se supiera de dónde provendrían los fondos para su construcción.
En todo caso, la oficialmente Avenida Perimetral Oeste (119), que todo el mundo llama “Las 4 Avenidas”, quedó en un mezquino trecho de apenas 2 kilómetros de largo y unos 50 metros de ancho que no lleva a ninguna parte, como no sea la interconexión entre las pocas urbanizaciones a ambos lados de ella.
La “4 Avenidas” ha quedado como un ejemplo de la improvisación, y como testimonio de lo que ocurre cuando los organismos públicos descargan sus responsabilidades en el sector privado.
Igualmente ocurrió con la avenida llamada “Sesquicentenario” que, atravesando la Urbanización La Isabelica y como parte de ella, ambas fueron construidas como Conmemoración de los 150 años de la Batalla de Carabobo, y que se extendería hasta el Distribuidor La Florida, desde donde parte la Autopista a Campo de Carabobo, igualmente construida en esa fecha por la administración de Rafael Caldera en su primer período presidencial. De completarse según lo proyectado, sería una vía que permitiría la conexión entre el occidente y el oriente del país, sin tener que atravesar la ciudad.
Pasadas las efemérides, el tramo continuó a partir de La Isabelica hasta el Velódromo Teo Capriles, en las inmediaciones de la Plaza de Toros llamada “la Monumental”.
En 1978 se celebraron unas elecciones presidenciales donde el hasta entonces partido de gobierno sufrió un revolcón; dos años más tarde se celebrarían elecciones regionales. En el ínterin, un vasto sector por donde pasaría la prolongación de la avenida fue invadido, repentina y violentamente, por personas desposeídas de vivienda. Según un rumor, el partido perdedor auspició la invasión, esperando volver a conquistar el favoritismo del pueblo, y truncando así la posibilidad de la continuación de la importante vía.
Ambas avenidas truncadas son también una muestra de la Valencia que pudo haber sido y no fue. La promesa de una infraestructura moderna y funcional que serviría como arteria vital para la ciudad quedó enterrada bajo la improvisación y los intereses particulares. El legado de estas vías inconclusas es un recordatorio constante de que el destino de una ciudad depende no solo de sus recursos, sino de la voluntad y compromiso de sus líderes para transformar la visión en realidad.