El autódromo que no fue

Con esta entrega pretendo iniciar la serie “La Valencia Que No Fue”, con recuerdos de los proyectos que fueron solo el papel de los planos, y de las minutas, memorias descriptivas y cálculos.

Pocos recordarán que el animador y presentador de televisión Renny Ottolina, aficionado también a las carreras de automóviles, propuso una vez un autódromo para Valencia. Con su auspicio, unos ingenieros de Caracas habían presentado el anteproyecto, sin resultado alguno.

Años después, siendo su Alcalde Armando Celli, Valencia tuvo nuevamente la posibilidad de ver carreras de Fórmula 1, y recibir aficionados al automovilismo de todo el país, en el autódromo que se construiría con aporte de terrenos por parte de la Alcaldía e inversión privada: Fernando Sosa Maya, ingeniero y empresario caraqueño, inició negociaciones con la Alcaldía, llegando a un acuerdo preliminar, aprobado por la Cámara Municipal, tras lo cual se destinó un terreno cercano al Sector Las Ferias. Era un ejido de aproximadamente 330 hectáreas.

El ingeniero Sosa nos encargó del proyecto, e iniciamos el estudio preliminar y la elaboración del programa de áreas necesario para dar inicio al anteproyecto, ajustado a las normas de la FIA (Fédération Internationale de l’Automobile).

En principio, el programa contemplaba varias pistas, cada una con características propias para las distintas modalidades de carreras, es decir, automovilismo, motociclismo, y una gran laguna central para competencias náuticas.

El autódromo estaría equipado con los distintos garajes para cada escudería (boxes), oficinas administrativas, departamentos de jueces, talleres de inspección de automóviles, vestuarios y sanitarios, etc.

El área para espectadores contaría con localidades de distintos precios, divididas en palcos, graderías, con una capacidad total de 20 mil personas. Adicionalmente contaría con un bulevar perimetral para la permanencia de espectadores que podrían sentarse en taludes, cubiertos de grama, accesibles desde este bulevar perimetral a muy bajo precio. Repartidos a lo largo del recorrido se instalarían módulos para alimentos y bebidas y servicios sanitarios, además de puestos de atención médica.

Se programó también un hotel de 450 habitaciones para alojamiento de los asistentes a las competencias. Fuera de las fechas de competencias automovilísticas, el hotel ofrecería disponibilidad de alojamiento para ejecutivos y personas relacionadas con la zona industrial de la ciudad, comunicada por una futura avenida (hoy Avenida Sesquicentenario) y con el área de ferias. También sería una opción de alojamiento para los aficionados taurinos que asistirían a las temporadas de corridas de toros en la llamada “Plaza Monumental” cercana.

Pasó el tiempo, y llegaron las elecciones de 1978. A la luz de las encuestas, un partido lucía como perdedor. Una mañana corrió un rumor: los concejales alineados con ese partido habían auspiciado la invasión del terreno, esperando conquistar nuevamente el favor del pueblo.

Con esta entrega pretendo iniciar la serie “La Valencia Que No Fue”, con recuerdos de los proyectos que fueron solo el papel de los planos, y de las minutas, memorias descriptivas y cálculos.

Tal vez fue lo mejor para ellos: así no tendrían que sufrir el abandono de obras que sí se realizaron, como la Plaza de Toros. Pero, de pensar así, podríamos caer en peores pensamientos: que las escuelas y liceos, hospitales y dispensarios, instalaciones deportivas, plazas, parques y avenidas, que hoy están en pésimo estado por la desidia y la corrupción, nunca debieron construirse.

¿Volveremos los carabobeños a pensar en nuevos proyectos de ciudad?

Depende de nosotros mismos, no de los demás, aunque sea Mr. Trump.

 

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Peter Albers

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