No es sencillo hablar de literatura y política en estos tiempos. Diría, incluso, que hablar de cualquier cosa representa una gran dificultad en una época en la que todo está conectado y que, por cierto, es la única que conozco.
A pesar de ello, uno siempre puede hacer un esfuerzo, especialmente cuando se tiene la certeza de que la democracia es el único camino posible. Las ideas equivocadas o contradictorias deberían ser debatidas desde el marco de las ideas y no en el plano personal. Suena irreal e idealista, pero creo que ese es el norte.
El mundo actual ha sido tomado por extremismos ideológicos que tienden a ser bastante simplistas. En todos lados se han alzado líderes que, con mayor o menor popularidad, reducen las realidades de los países hasta que puedan caber dentro de lo que ellos llamarían “su verdad”. Una verdad, por supuesto, en la que también son los salvadores, protagonistas de una gran cruzada en contra de los enemigos, que ya no son personas de carne y hueso, sino una reducción satírica de sus propias ideas.
En particular, preocupa el alzamiento de lo que podríamos considerar una nueva ultraderecha que, a pesar de ser tan conflictiva como la ultraizquierda, pretende anular el concepto de diversidad y reinstaurar las nociones tribales del miedo al resto del mundo.
Sus líderes son hombres de nociones absolutas, totalizantes, que no permiten ser debatidas desde el punto de vista académico. Esto lo justifican al decir que son “outsiders”, nuevas estrellas de rock que han puesto de moda lo políticamente incorrecto, como una rebeldía que ahora no llega en la segunda, sino en la octava década de vida.
Aunque parezca increíble, un buen antídoto ante los reduccionismos de ambos bandos es la literatura. Leer no es solo cumplir con los clichés de crecimiento personal y entretenimiento, sino también abrirse paso en nuevos universos complejos, donde los protagonistas viven vidas profundas, a partir de las cuales nacen algunas reflexiones importantes.
Los libros son, además, la mejor forma que conozco de aprender a tolerar, e incluso a valorar en su justa medida, las ideas externas. Yo, que me considero de centroderecha, no puedo evitar sentir respeto ante un tipo como Cortázar, por ejemplo, que está en una posición totalmente antagónica a la mía.
Se aprende también que las luchas ajenas no solo pueden llegar a ser comprensibles, sino incluso legítimas, siempre y cuando no usen la violencia. Probablemente, detrás de esta cualidad está el hecho de comprender que el mundo existe desde hace mucho más tiempo del que hemos estado acá y que las realidades no son estáticas, sino dinámicas.
Todo esto y mucho más se puede lograr a través del simple hecho de leer historias complejas, las buenas, escritas por autores igual de profundos. Después de todo, echar cuentos está en nuestros genes como una forma efectiva de aprender. De hecho, fue de las primeras cosas que hicimos mientras avanzábamos a convertirnos en civilización.