Cuando tenía alrededor de 12 años, solía asistir a la capilla de la residencia Cristo Rey en Guaparo para escuchar sus homilías de la misa dominical del mediodía. Me parecían profundamente acertadas y pertinentes, aprovechando el hecho de que mi casa quedaba a pocas cuadras. Con el tiempo, perdí contacto con él cuando nos mudamos a Carialinda, una hermosa urbanización llegando a La Entrada. Sin embargo, en esa etapa conocí a los catequistas de Bárbula, un grupo de jóvenes que colaboraba con el padre Luis "Tío" Pedrón, de la Casa Don Bosco y participaba activamente en convivencias y colonias vacacionales en Chichiriviche y en Carrasquero, Zulia. Las reuniones eran, eventualmente, en la residencia “Cristo Rey” y a veces lo veía.
Lo conocí cuando era párroco de La Michelena, donde reunía multitudes de jóvenes con su inquebrantable vocación de servicio. Su nombre marcó varias generaciones, salvó cientos de vidas e influyó en millones, aun cuando su legado se va desvaneciendo en el inconsciente colectivo, víctima de la amnesia natural que impone el paso del tiempo: Me refiero al padre José María Rivolta.
Para muchos, hablar de Rivolta sigue siendo algo vigente y cercano, aunque físicamente nos dejó en noviembre de 2007. Otros, con el devenir de los años, lo han ido perdiendo en su memoria, y las generaciones más jóvenes quizá nunca hayan oído su nombre, a pesar de su legado escrito, sus numerosos cursos de superación personal y de las incontables horas en las que nos iluminó a través de sus programas radiales “Un puntico de luz” y “Sembrando esperanza”.
En algún momento compartiré la estrecha relación que tuve con el padre Rivolta a través de los Hogares Crea de Venezuela, una institución con la que estuve vinculado durante diez años. Adelanto que fue una experiencia de profundo aprendizaje, donde no solo crecí, sino que también me enriquecí con la sabiduría del “viejo” Rivolta. Basta decir que este sabio sacerdote, exsalesiano y profundamente valenciano, pastoreño, fue un gran impulsor de voluntades positivas en la juventud del país. Para conocer más sobre la vida del padre Rivolta, les recomiendo visitar el siguiente enlace, en donde mi hermana Anamaría le dedicó un artículo en su columna Desde mi balcón, con motivo del centenario de su nacimiento, hace un par de años: /desde-mi-balcon-el-padre-rivolta-y-hogares-crea/
Hoy quiero destacar un aspecto poco conocido del padre Rivolta: su vínculo con la música. Aunque su labor impulsó diversos movimientos culturales, como la creación de la Orquesta Nacional Juvenil “Juan José Landaeta”, posteriormente convertida en la Orquesta Sinfónica de Carabobo, y su guiatura con el grupo “Mensaje de Amistad”, no se destacó públicamente como músico, como sí lo fue el valenciano Pbro. Ricardo Alterio, o el mismísimo Antonio Vivaldi.
En cierta ocasión, mientras era pianista del grupo “Romance”, de Zoraya Brandt, nos tocó amenizar una boda en la Iglesia San Antonio, en Prebo. La ceremonia estaría a cargo del padre Rivolta. En el violín me acompañaba mi querido amigo y compadre Jorge “Pucho” Orozco, un músico excepcional con un oído prodigioso.
El hecho es que, en esta boda en la “San Antonio” a la que hago referencia, nos pidieron acompañar a la abuelita de la novia quien iba a ser la solista del “Ave Maria” de Schubert, un clásico en estos eventos. Días antes de la fecha, nos reunimos con la muy amable anciana y con su impecable voz de soprano, con algo de vibrato propio del canto lírico y profundizado por la edad, cantó la tan conocida melodía, en si bemol mayor, su tono original. La repasamos tres o cuatro veces, sin ningún problema. El día de la boda, llegó el momento del canto del Ave Maria. La abuela tiernamente se dispuso a cantar. Iniciamos con la tradicional introducción en si bemol, tal cual la original, y al entrar la señora… ¡Oh, sorpresa! Entró en otro tono: fa sostenido mayor, totalmente ajeno al inicial. En cuestión de segundos, Pucho y yo nos dimos cuenta e inmediatamente nos ubicamos en la imprevista tonalidad, finalizando con elegancia y disimulo. Para quien no sabe de música, fue una interpretación bastante “peculiar”, cuyo desface fue casi imperceptible. Pero para quien más o menos conociera la pieza musical, fue un verdadero desastre que supimos enderezar en segundos. Al terminar la boda, se nos acercó el padre Rivolta y nos felicitó y nos preguntó asombrado “¿Cómo hicieron para pasar de si bemol a fa sostenido?”. Esa apreciación del padre fue la que nos sorprendió, pues conocía los términos adecuados musicalmente hablando. Ahí me di cuenta del extraordinario oído musical que tenía Rivolta.
En otra ocasión, poco después de la inauguración de la capilla en el barrio Mañonguito -una iglesia construida por el propio padre Rivolta-, Lucia Montanari y yo nos encontrábamos organizando los micrófonos y disponiendo las sillas para los músicos participantes, mientras reuníamos al grupo de niños del barrio que cantaría bajo la dirección de Lucia. De pronto, comenzó a sonar una pieza al piano, interpretada con destreza. Al voltear, descubrimos que era el propio Rivolta, sumido en la ejecución de una pequeña obra de J. S. Bach en mi piano. Con su característico humor, me miró y dijo: "¿Viste? Te voy a quitar el trabajo, Juan Pablo", esbozando una sonrisa burlona.
José María Rivolta nació un 7 de febrero de 1923.
Con letra y música de Lucia Montanari, interpretada por ella misma, y escrita especialmente al padre Rivolta, recomiendo escuchar su canción “Alas de un ruiseñor”, en el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=yqpPUaN-3CE