Imágenes lacrimógenas

Que el troglodita del mazo haya ido a Maiquetía a recibir a los migrantes devueltos por el taimado Trump es más un insulto que una cortesía

En la cabina de una pickup viaja una pareja: el hombre al volante, del lado derecho una mujer, y entre los dos una niña en etapa de hacerse señorita que, de no ser por el “Socialismo del Siglo 21”, podría estar pensando en la lista de amigos del colegio a invitar para la fiesta de quince años que sus padres le organizarían, convidando además a los familiares y amigos de la familia, incluidos también los vecinos de la cuadra. En la caja de la pickup, un armatoste de tubos y láminas de acero da a entender que el hombre trabajaba en su ciudad de origen como verdulero o frutero ambulante, pudiendo ganar lo suficiente como para dar la fiesta de quince años de la hija, además de mantener a su familia y su hogar satisfactoriamente. Delante del parabrisas se asoman los muñones de los motores eléctricos que mueven los cepillos de goma, dibujando éstos translúcidos abanicos sobre los vidrios sucios. Pero los cepillos no están. Tal vez los remueve el hombre cuando no llueve o cuando deja la pickup estacionada, para que no se los roben. Esa costumbre la vi una vez en Bogotá. La imagen forma parte de un reportaje gráfico de un fotógrafo italiano de nombre Niccoló Filippo Rosso en la edición correspondiente a noviembre 2024 de la revista alemana GEO. El trío ocupante de la pick-up se encontraba en Maicao, luego de haber traspasado la frontera colombo-venezolana, con destino a los Estados Unidos de Norteamérica. No explica el reportaje si la pick-up deberán abandonarla o venderla, luego de atravesar el territorio colombiano y llegar al borde de la selva de Darién, a falta de una carretera que franquee este inhóspito y salvaje territorio.

Otra imagen del mismo reportaje nos deja ver a un hombre que atraviesa el río Bravo. Con el agua hasta las rodillas, avanza con aire decidido cargando en sus brazos el cuerpo inerte de una anciana desmayada. No muestra la foto lo que le espera en la orilla norte del río, pero él lo sabe: rechazo y posiblemente algún confinamiento hasta que sea devuelto por donde vino, o la más remota de todas las posibilidades: lograr atravesar las alambradas y muros que el gobierno norteamericano ha instalado para evitar su ingreso. Y a propósito de muros, recuerdo que, una vez, un ingenuo seguidor del chavismo comparaba el muro fronterizo entre México y Estados Unidos con el tristemente célebre Muro de Berlín. Le respondí que éste lo había construido el comunismo para evitar que sus oprimidos pueblos salieran, mientras que el primero buscaba impedir que los oprimidos por las tiranías latinoamericanas entraran.

Abundando un poco más en el tema de la emigración venezolana, la revista muestra otra imagen de venezolanos y venezolanas que caminan hacia un lejano horizonte donde se oculta el sol al atardecer, atravesando el inhóspito y desértico altiplano boliviano a 3.000 metros de altitud sobre el nivel del mar. Un terreno difícil de transitar, lleno de piedras del tamaño de un balón de fútbol y de mogotes de hierba que hacen trastabillar a los agotados caminantes en sus largas jornadas hacia Chile, otro destino de los compatriotas que huyen de la miseria, el hambre y la inseguridad.

Que el troglodita del mazo haya ido a Maiquetía a recibir a los migrantes devueltos por el taimado Trump es más un insulto que una cortesía.

Llenos de frustración y desesperanza, los reingresados persistirán posiblemente en su empeño por buscar una mejor vida en otra parte, como el preso fugado y recapturado persiste tercamente en su afán por construir túneles.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Peter Albers

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