En los años cuarenta hubo una guerra civil en Costa Rica. Este conflicto, también conocido en ese país como Revolución del 48, tuvo lugar entre los meses de marzo y mayo de ese año. Duró 40 días y tuvo insondables consecuencias para Costa Rica. Al parecer, la más relevante causa de la guerra fue la anulación, por parte del Congreso, de las elecciones presidenciales llevadas a cabo en febrero de 1948. Se fundamentaban en que quien había ganado las elecciones era Otilio Ulate Blanco, derrotando al partido de gobierno, llamado Partido Republicano, liderado por el presidente Rafael Ángel Calderón Guardia. Al parecer, el gobierno de Calderón había destruido gran parte del material electoral, en un incendio cuyo origen jamás fue esclarecido. Para defenderlo, se alistaron varios jóvenes, por supuesto costarricenses, entre 18 y 20 años, comandados por José Figueres Ferrer, conocido como "Don Pepe". Entre esos muchachos estaba José Rodrigo “Rudy” Ortiz. La guerra culminó con el establecimiento de la Junta Fundadora de la Segunda República, presidida por el mismo “Don Pepe”. Entre las consecuencias destacan la abolición del ejército de Costa Rica, la creación de una nueva Constitución y la instalación de un gobierno provisional.
Rudy Ortiz nació el 8 de diciembre de 1929 en Nueva York, pero su nacionalidad era la de sus padres, costarricense, país que lo vio crecer y que, gracias a lo vivido en la Revolución del 48, lo hizo acreedor de la nominación a ser un “Benemérito de la Patria”, distinción que no pudo ir a recoger por lo que quedó así, en “nominación”, pero con el orgullo intacto.
Cuando llegó por primera vez a Venezuela todavía era muy joven. Rudy Ortiz formó parte del equipo de baloncesto de Carabobo. Esta divisa logró un hito histórico al conseguir el primer título de campeón en el Campeonato de Primera Categoría. La gesta ocurrió durante la final, en la cual la selección carabobeña derrotó al equipo del Táchira. El escenario de esta memorable victoria fue la Plaza de Toros de Maracay. Este logro catapultó a los jugadores a la gloria nacional, y se les conoció como ‘Los Héroes del 52’. El equipo lo dirigía el entrenador Eugenio Torchio y estaba conformado por los jóvenes Gustavo López, Damián Sanz, Arnaldo ‘Nardo’ Herrera, Arcadio Silva, los morochos Arnaldo y Aníbal Jiménez, Jesús María ‘El Negro’ Díaz, Alberto Mutrila, Alfonso Borges, Antonio Bolaños, Pablo Briceño, Mauricio Johnson, a quien el estadio de Maracay debe su nombre y, por supuesto, nuestro personaje, Rudy Ortiz.
Rudy se casó muy joven con una muchacha de San Cristóbal, Isabel Beatriz Grieco Michelangeli que, poco después de darle cuatro hermosos hijos, José Rodrigo, Isabel Beatriz, Cinthia Berenice y Francisco José, muere en un accidente automovilístico. Algunos años más tarde, se casa con María Mercedes Lizarraga Borges y llegaron siete Ortiz más, José Luis, José Rodolfo, José Reinaldo, Jessica Rebeca, José Rodrigo Jeaneth Raysa y Manuel Alberto.
Pero Rudy no solo fue una gloria del básquet. Cuando era director de deportes fue dos años seguidos Campeón Nacional de Pesas. De ahí lo nombran abanderado para llevar la selección de Venezuela al Suramericano de Pesas en Brasil y logró que Venezuela consiguiera once medallas de oro. Por once veces subió al podio a recibir las medallas, izar la bandera y escuchar el himno de Venezuela, un orgullo que no olvidó jamás.
En una oportunidad mi grupo musical, “Las Brujas y Zuzón”, fue a Barquisimeto, y Jessica Ortiz, hija de Rudy y Mercedes, nos recibió en su casa. Recuerdo que tenían un televisor enorme, encendido, con un muchacho presentando cortos chistosos. La verdad es que el joven era muy talentoso. Y mi hermana del alma, Moïra Chalbaud, prima de Jessica e integrante de mi grupo, dijo que ese joven influencer era sobrino de Jessica, nieto de Rudy, hijo de una de sus hermanas del primer matrimonio de Rudy. El joven es Marco Pérez Ortiz, conocido como “Marko Música”. Y de inmediato uno de los hijos de Rudy que pasaba por ahí dijo “ese sacó el humor de su abuelo, porque mi papá es así”.
De hecho, otro de ellos me contó que, cuando tenía quince años, se enamoró de una chica de trece y el futuro suegro lo amenazó con hablar con la PTJ para intervenir los teléfonos y que “si seguía viendo a la hija, iba a cortarle la cabeza y la iba a tirar para el monte”. El muchacho, en lo que llega a la casa, le cuenta a su papá lo sucedido. Rudy pensó un rato, se puso de pie y dijo: “preocúpate porque no te corte la cabeza porque después ¿qué importa para dónde la tire?”.
Hace poco decidimos llevarle una serenata a Mercedes, la esposa de Rudy Ortiz, que cumplía años y nos encontramos con que sus hijos le habían hecho una pequeña recepción. Ahí estaba Rudy, con sus noventa y cuatro años, estuvo siempre ahí. Presenció la actuación de un grupo de golpe tocuyano que trajo Jessica de Barquisimeto y hasta bailó. No me imaginé que sería la última vez que lo vería con vida.
Rudy Ortiz, más allá de ser una leyenda en el baloncesto y en la halterofilia, también brilló en el fútbol. A lo largo de su carrera multifacética no solo fue un destacado deportista, sino también un profesor de educación física, un entrenador apasionado, un escritor perspicaz, un columnista elocuente y un comentarista deportivo incisivo. Su influencia en el deporte venezolano es imborrable, como una huella profunda en la cancha y en la mente de quienes lo admiraron.