La ola de opiniones, análisis, hasta chistes, desencadenada por el proceso electoral gubernamental, ha devenido en un momento político de crucial significación, aún más que el erizado mar al cual pretendía calmar, normalizar.
Las lecturas del proceso llevan la carga cultural política, del modo de ver y concebir la política de quién observa y pondera, así del contexto y momento en el cual nos encontramos.
Es insensato enroscarse en el balance de un proceso simulado, sin garantías ni control, sin testigos ni QR en las actas, cuyos actores se autoconvocan, se autodesignan, en el cual enrolan a unos aliados, autocalificados de oposición, para que se autoengañen y defiendan unos supuestos espacios que el país les ha negado contundentemente con su silencio.
El silencio de estos aliados del gobierno ante la victoria ciudadana del 28 J ha sido respondido el 25 M, con el silencio contundente de los venezolanos. Desde una cultura política que apuesta por cambio, libertad y prosperidad, por hacer respetar la voluntad soberana, no tiene sentido alguno un proceso electoralista, cuya esencia es precisamente bloquear la decisión soberana que eligió presidente a Edmundo González Urrutia.
Es contrario al interés de los venezolanos una cultura electoralista, urdida bajo el signo de la negociación de insulsas asignaciones burocráticas, cuyo propósito encubierto es perpetuar en el poder un modelo destructivo y empobrecedor.
Lo relevante del momento político es el vencimiento histórico, la exclusión de escena de dirigentes y organizaciones cuya cultura política, de intereses particulares, aplazan los sueños de la Nación venezolana.
Ha llegado el momento de una política de cambio y liderazgo ciudadanos, encarnados en EGU y MCM. Se clarifican y consolidan los nuevos tiempos, aires de democracia, libertad y progreso.
