Giuseppe Verdi, uno de los más grandes compositores de ópera de todos los tiempos, nació en Italia, el 10 de octubre de 1813, en un pequeño poblado llamado Roncole. Verdi emergió en un período de turbulencias políticas y sociales en Europa, y su música sería un estandarte de identidad y revolución. Aun en sus primeros pasos, su destino parecía marcado por el poder del drama musical, que en cada compás se impregnaba de la esencia italiana. Como diría un poeta, su voz fue el eco de su pueblo. Verdi traspasa el pentagrama y el escenario y se convierte en símbolo de la migración italiana.
Sin embargo, la vida de Verdi también se encuentra teñida de mitos. Cuenta la historia que, durante sus primeros años, el compositor enfrentó penurias económicas y tragedias personales, perdiendo a su esposa y a sus dos hijos en muy corto de tiempo. Fue una pérdida que, según dicen, alimentó la intensidad dramática de sus obras. En sus inicios, Verdi presentó su primera ópera, “Oberto”, con cierto éxito. Animado, escribió “Un giorno di regno”, que fue un desastre absoluto. Devastado, el recién viudo Verdi consideró abandonar la música. Sin embargo, un amigo cercano, el empresario Bartolomeo Merelli, lo convenció de leer el libreto de “Nabucco”. Inspirado, Verdi compuso esta ópera, que se convirtió en un éxito monumental y marcó su renacimiento como compositor.
La famosa aria del coro hebreo en “Nabucco”, "Va, pensiero", se convirtió en un símbolo del movimiento de unificación italiana, conocido como el Risorgimento. Aunque no está confirmado, una leyenda dice que Verdi estaba tan conmovido por el texto que lloró mientras lo componía. Este canto a la libertad aún se interpreta como un himno no oficial en Italia.
Existe además un hecho quizá fortuito: durante el movimiento de unificación, los partidarios del Risorgimento usaron el nombre de Verdi como un acrónimo político. La frase "Viva V.E.R.D.I." se interpretaba como "Viva Vittorio Emanuele Re D’Italia", un mensaje subversivo que apoyaba al rey Víctor Manuel II como líder de la Italia unificada.
La figura de Verdi adquirió con el tiempo proporciones míticas, convirtiéndose además en el símbolo del arte y del patriotismo. Se tejieron leyendas alrededor de sus composiciones, como se ha tejido el tiempo en torno a una eternidad de notas. La fama de “La Traviata” fue tan vasta que, aun después de su estreno en 1853, continuaría resonando por generaciones. Verdi era capaz de capturar la esencia humana en sus personajes, reflejando su propio dolor y su sentido de pérdida.
El influjo de Verdi no se detuvo en las fronteras de su Italia natal. Con el correr de los años, sus obras fueron hallando espacios en los rincones más insospechados del mundo, y Venezuela no fue la excepción. En tiempos de gloria del Teatro Municipal de Caracas, las óperas de Verdi comenzaron a resonar cautivando a quienes sentían la fuerza dramática de sus composiciones como un eco de su propio espíritu de lucha y libertad.
Se dice que una de las representaciones más comentadas en Venezuela fue la de “Il Trovatore” a principios del siglo XX. En el calor de la Caracas nocturna, los personajes de Verdi cobraban vida ante un público ávido de emociones. En aquellos tiempos, las funciones en el Teatro Municipal eran un lujo reservado, y asistir a una función representaba un acontecimiento social de altos vuelos. Sin embargo, la magia de “Il Trovatore” sobre el escenario del Municipal no solo conmovió a la audiencia, sino que hizo que el gobierno municipal pagara las siguientes cinco funciones para que público de escasos recursos económicos pudiese disfrutar del arte verdiano.
Hay anécdotas de otros encuentros de la obra de Verdi con la idiosincrasia venezolana. Durante una función de "La Traviata" en Maracaibo, se cuenta que la soprano, emocionada por el literal cálido recibimiento, improvisó una interpretación alterando totalmente la melodía original de una de las arias. El público emocionado se desbordó en lágrimas. Sin embargo, la razón principal de tal deformación melódica era producto de un stress térmico o “golpe de calor”. Eso, aunado a la deshidratación, vestuario, iluminación y agotamiento, derivó en delirio.
Por otra parte, no olvidemos la gran migración italiana a nuestro país durante la primera mitad del siglo XX. La colectividad italiana en Venezuela no solo es importantísima en cantidad sino que contribuyó a la heterogénea identidad que tanto nos caracteriza. Aquella pasión verdiana encontró en los italo-venezolanos un reflejo profundo de su sensibilidad.
Verdi no solo escribió notas; sembró en la historia una pasión incandescente que sigue ardiendo. En las salas de ensayo y en los conservatorios de Venezuela, generaciones de músicos han aprendido con devoción las partituras del maestro italiano. Su música, como el fuego, se alimenta de sí misma y arde con un vigor perpetuo que atraviesa el tiempo y el espacio.
Así, cuando recordamos a Giuseppe Verdi, evocamos no solo al genio creador, sino al espíritu de un hombre que, con sus notas, habló por el corazón de muchos. En cada rincón del mundo donde una soprano alza su voz y un público se emociona, Verdi renace, porque, como la poesía, su música no conoce fronteras.
De Giuseppe Verdi, una de sus más famosas melodías: “Và pensiero” de Nabucco, a cargo de la Orquesta y Coro del Teatro La Fenice, Venecia. Director: James Conlon.