El tango, puerta al pasado

En su andar melancólico y apasionado, el tango ha tejido una historia compleja, cargada de nostalgias, encuentros y desencuentros que lo erigen como un símbolo cultural que trasciende geografías y épocas.

Ya tengo ocho años viviendo en Buenos Aires. Y constato, repitiendo decenas de chistes, que la vida del migrante no es la misma que la del turista, aun cuando Buenos Aires -y Argentina en general-, ha sido generosa, amiga, receptora, maravillosa conmigo y con mis compatriotas.

A veces me da la sensación de que, quienes me conocen, creen que por vivir en Buenos Aires, paso todo el día en la avenida Corrientes o en San Telmo bailando tango y viendo el fútbol. O que vivo a tres cuadras de la Casa Rosada y veo a cada rato a Milei y a Ricardo Darín. ¡Claro!, puede ser que tenga la misma idea de, por ejemplo quienes viven en París, tienen una linda ventana en su casa donde se divisa la torre Eiffel, o quienes viven en Roma, pasan a diario por el Coliseo, y así genero un largo etcétera.

Venezuela es uno de los países donde hay más gente viviendo afuera -o pensando en su gente que vive fuera-, que el resto de los países de la región. Mi teléfono está ya cansado de tener nombres de gente que amo, con apellidos de países o ciudades. La migración es una realidad que, por desdicha, crece exponencialmente. Pocos son los que regresan, aunque sea de vacaciones. Pero sí: La migración, fenómeno nuevo para el venezolano, es un juego de espejos, donde lo bueno y lo malo bailan tango juntos, confundiendo sus reflejos en cada paso que damos hacia lo desconocido. Por un lado, con sus costuras invisibles, vivir en un lugar lejano nos remienda el alma mientras sentimos cómo el mundo nos crece bajo los pies. Por el otro, nos desarma y nos arma otra vez, como si al cruzar fronteras, aprendiéramos a inventarnos nuevos mapas para seguir existiendo.

La música, en mi caso, va siempre acompañando mi vida y creo que son más las veces que yo la acompaño a ella. A riesgo de ser cursi, me hago un fondo musical que salpimienta mis experiencias. Por distintas razones, llegué a un punto en que “duermo en Buenos Aires”, pues paso el día frente a una PC, dando clases o componiendo y arreglando música. Si acaso, salgo al mercado de la otra calle, a comprar lo indispensable. ¡Bah! Como todos. Y los mediodías o en la tardecita, me regalo un breve instante, cruzo mi calle y, justo frente a mi edificio, me tomo un café, donde comparto con un grupo de vecinos amigos, que hacemos pausa en nuestras vidas y conversamos tópicos valorados solo por nosotros.

Volviendo al asunto, muchos creen que, viviendo en Buenos Aires, me la paso escuchando tango. Pero, tristemente, la realidad es otra. Esa que todos conocemos, donde el día a día nos consume, en una vorágine de emergencias y asuntos por resolver, que perdemos la noción del “carpe diem”. De vivir el momento, de tomar fotos emocionales, de fabricar recuerdos lindos.

Pero vamos de nuevo con el tango. En su andar melancólico y apasionado, el tango ha tejido una historia compleja, cargada de nostalgias, encuentros y desencuentros que lo erigen como un símbolo cultural que trasciende geografías y épocas. Nacido en los márgenes de Buenos Aires a finales del siglo XIX, el tango es hijo de inmigrantes europeos y de la vida en los arrabales, donde las notas de bandoneón y las letras punzantes dieron voz a una sociedad partida entre las contradicciones de la modernidad y las raíces de la tierra. La nostalgia del migrante (¿te suena?). La sensualidad de sus pasos, su cadencia inconfundible y la profundidad de sus letras lo convirtieron pronto en el reflejo más crudo y honesto de los anhelos y desamores porteños, pero también en un lenguaje universal de la tristeza y la rebeldía que encontró ecos en toda Iberoamérica.

En las primeras décadas del siglo XX, el tango comenzó a extenderse fuera de Argentina, seduciendo a ciudades como Montevideo, Santiago de Chile y hasta Madrid. Fue en ese contexto que figuras como Carlos Gardel le dieron una proyección internacional, cantando sobre las pasiones del pueblo, sobre esa tristeza profunda y compartida que no conocía fronteras. Los versos del tango traspasaron los océanos, se instalaron en el inconsciente colectivo, y en España, por ejemplo, resonaron con los ecos de sus propias historias de amor, pérdida y exilio. El tango, sin embargo, no sólo se limitaba a melodías o letras; era una representación de la vida misma, una narrativa popular que hablaba al corazón iberoamericano con la voz de sus propios conflictos y deseos.

Durante los años treinta y cuarenta, mientras el tango se consolidaba como emblema cultural de Argentina, sus pasos llegaron a los teatros, a los salones de baile, y a las radios de todo el continente. En la actualidad, el tango, disruptivo y pecaminoso, se va olvidando sin percatarse y sin percatarnos. Pertenece más a los turistas que a los que habitamos este puerto.

Pero tal vez ahí radica su poder: en la capacidad de transformarse y de permanecer. A través de cada acorde, el tango recuerda que las pasiones humanas no conocen fronteras, que el dolor y la alegría, la nostalgia y la esperanza son emociones universales. Que si estamos físicamente lejos y extrañamos muchas fragancias que nos hicieron sonreír alguna vez, el sentido de la vida es luchar hasta el final, y que hay que vivir sin miedo al miedo.

A veces, me regalo ese “carpe diem” y camino por esas callecitas de Buenos Aires tan piazzollanas mientras voy en la vía haciendo alguna gestión urgente en el enigmático centro porteño. Me detengo, observo al azar un edificio viejo e imagino las historias y los dramas encantadores y fantasmales atrapados en sus muros. Sonrío por lo afortunado que soy de vivir en esta maravillosa ciudad. Como diría Serrat: “de vez en cuando la vida, nos besa en la boca”, y lo compruebo cuando recorro esas calles porteñas escuchando un buen tango en mis audífonos. Viviendo el día.

¿El tango que más me gusta? Muchos. He aquí uno de ellos: Los Mareados, de Juan Carlos Cobián, interpretado en este caso por Edmundo Rivero. Me gusta porque al migrar nos dijimos sin saberlo: “hoy vas a entrar en mi pasado…”. https://www.youtube.com/watch?v=lzJuedgPx8w

 

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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El tango, puerta al pasado

Juan Pablo Correa

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