“Muchos de los fracasos en la vida suceden porque la gente no se da cuenta lo cerca que están de tener éxito cuando se rinden”. Tomás Edison.
Como sociedad hemos sido sometidos a criminales privaciones y vejaciones permanentes. Cada día se nos restringe progresivamente la libertad de acción, de expresarnos, de reunirnos y por supuesto, la capacidad de aspiración y la voluntad de poder. Mediante estrategias totalitarias hábiles y cínicamente diseñadas para controlarnos por el terror, pretender el gobierno arrebatarnos la esperanza, pisotearnos la dignidad, que toleremos lo intolerable y que, por cansancio y resignación, nos rindamos ante una ineludible e inmodificable realidad: Niños sin la adecuada alimentación, madres implorando por los pañales y la leche; enfermos desahuciados no por la morbilidad de su mal sino por la indolencia de un gobierno que ha dejado a la deriva el sistema hospitalario... Miles de demócratas apresados por expresar su voluntad; con la electricidad racionada, el agua contaminada, todos los servicios colapsados; y todo por la monumental corrupción que ha sido la inobjetable verdad de esta bonita revolución que hizo loas de la moral, la dignidad y los valores que no fueron más allá que un falso juramento en un mancillado samán.
Más que una radiografía, es una bofetada ante la negación de la condición del hombre como ser social y político, dotado de conciencia. Es la actitud permisiva y hasta despreocupada de cuantos no creen en la posibilidad de cambios, para quienes el significado de valores como justicia, verdad, igualdad o libertad no significa sino frases vacías o retazos de discursos desgastados o en desuso. Es un “selfie” del individuo que acepta sin discusiones la actitud de derrota ante la vida misma, que se plantea estoicamente “así son las cosas, qué le vamos a hacer”.
El proceso al cual se nos va llevando como nación de borregos se centra, primordialmente, en modificar las conductas de los sujetos eliminando o aminorando a su mínima expresión el juicio y la capacidad crítica en los ciudadanos, tanto en lo individual como en lo colectivo. Y todo esto es una fase más de la puesta en marcha de un imaginario acerca de la irreversibilidad e invencibilidad del gobierno lo que nos hace ver que cualquier opción de cambio está totalmente cerrada.
Ante tanto pesimismo, ante tanta angustia y temor válido, lo que necesitamos es una manera diferente de encarar el futuro. Por eso, se hace necesario irnos deslastrando de la mínima intención de sucumbir, de rendirnos, de capitular, o claudicar. Esta crisis interpela a cada uno, precisamente porque arremete contra ese tejido de vínculos profundos de solidaridad y compromiso que nos constituyen como Nación. La solución somos nosotros mismos. Todos y cada uno.
Hoy, como nunca antes, se hace necesario tener presente que los preceptos básicos de la moral cívica democrática son los Derechos Humanos, y por encima de la Constitución, hay que recurrir a ellos. Erich Fromm sostiene que la historia humana comenzó con un acto de desobediencia, y no es improbable que termine por un acto de obediencia. En muchas ocasiones, la acción de los ciudadanos no será posible si no a partir de un acto de desobediencia. Se sabe que, en la política, el desánimo silencioso no suma; y en estos tiempos de terribles restas e inmensas divisiones, se hace indispensable sumar voluntades para multiplicar la alcanzable esperanza. Ante la incertidumbre y el temor que genera la tiranía, es crucial afrontar el futuro con determinación y resiliencia. La clave está en centrada en lo que sí se puede controlar, con mucha prudencia y metas realistas, con el apoyo en la comunidad y con el valido de recursos como la fe. La incertidumbre y el temor son una parte natural de nuestra vida, pero no debemos paralizarnos; en cambio, debemos impulsarnos a construir un futuro mejor a pesar de las dificultades.
Tal como lo decía Krishnamurti, aquel filósofo de la India que de muchachos leeríamos: “Al hacer lo que tememos, el temor morirá”.