La cueva de la Cuaima: Un legado de amor, risas y creatividad familiar

Es más que un apodo o un periódico efímero. Es el símbolo de mi familia ampliada, esos que convirtieron el cariño en chistes, el ingenio en videos, y los doblajes en leyendas eternas

La noticia de la partida del maestro Lalo Schifrin, el genio musical tras tantas bandas sonoras inolvidables, resonó con una tristeza especial en un rincón del corazón de muchos. Pero para quienes formamos parte de la historia de "La Cueva de la Cuaima", ese nombre siempre llevará un eco adicional de risas, cariño y una travesura familiar inmortal: "Lalo Sifrino, el catire Machete".

Hace ya cuarenta y un años, cuando el amor entre Sergio Ramos y yo se encaminaba hacia el altar, un grupo de cómplices extraordinarios urdió un regalo que trascendió lo material. Mi hermano, Miguel Ángel Correa (que en paz descanse), junto a amigos entrañables como Nelson López, Alberto Acuña y Brian Basso, entre otros, crearon una verdadera "obra maestra" para nuestras despedidas de soltero. No fue un simple video. Fue una épica cinematográfica de humor casero, tejida con ingenio a partir de ediciones de escenas de películas famosas. Nos insertaron a Sergio y a mí como los "protagonistas", hilvanando una trama absurda y maravillosa sobre nuestro noviazgo. Las burlas, los chistes, el doblaje de voces espectacular y la elección de escenas lograron una película que, décadas después, sigue desencadenando carcajadas. Y debemos hacer constar que, para esa época (la década de los ochenta), no había celulares, por lo tanto, tampoco existían sus cámaras y aplicaciones maravillosas, ni YouTube, ni editores ni la tan controversial Inteligencia Artificial; lo hicieron con dos VHS y un par de micrófonos.

La genialidad comenzaba desde los créditos iniciales, tomados prestados de "La Competencia" (con Richard Dreyfuss y Amy Irving). Fue allí, en esa primera secuencia, donde mi hermano Miguel Ángel, con su inigualable gracejo criollo, al leer el nombre del compositor argentino Lalo Schifrin, lo fusionó para siempre con el apodo del gaitero Luis Germán Briceño, "El Catire Machete". "Lalo Sifrino, el catire Machete", la frase salió de su boca, se coló en la película y se grabó en nuestra memoria familiar. Claro, usaron también escenas de otras películas como “Julia” (con Jane Fonda y Vanessa Redgrave) y “México de mis recuerdos”, (con Joaquín Pardavé y Fernando Soler).

Años más tarde, inspirados por aquella locura creativa, quisimos replicar la hazaña para otro ser querido: nuestro hermano de la vida, el gran actor y docente de teatro Eduardo Sanoja Segnini, rebautizado cariñosamente por nosotros como "La Cuaima Sanoja". Reconociendo que igualar aquel video original era tarea imposible, optamos por otra vía del humor: creamos un periódico satírico al que bautizamos "La Cueva de la Cuaima". Desde sus "páginas", llenas de burlas afectuosas y chistes internos, celebramos la personalidad única de Eduardo. Y aunque diferente en formato, el espíritu era el mismo: el cariño expresado a través de la risa compartida y la creatividad. Incluso hubo un video posterior, de hace unos treinta años, donde los ahora míticos "Juanpis" (Juan Pablo Montanari y Juan Pablo Correa) asumieron el rol de unos moderadores deliberadamente torpes y llenos de humor, añadiendo otro capítulo hilarante a la leyenda de la Cuaima.

La magia de "La Cueva de la Cuaima" y el espíritu de aquellos videos no son solo recuerdos. El pasado sábado, ese legado de amor y creatividad se manifestó de la manera más hermosa. Los "Juanpis", demostrando que la distancia (Gian Montanari desde Italia, Juan Pablo Correa desde Buenos Aires) no es barrera para el cariño, se coordinaron magistralmente. Como Gian es piloto de ITA, aprovechó su viaje a Buenos Aires. Con la ayuda indispensable de mis hijos: Juan Sebastián desde Madrid (y sus amigos), Isa desde Argentina (con su genial análisis humorístico de mi firma) y César aquí, aportando fotos, información y logística, orquestaron una sorpresa cumpleañera deslumbrante.

El resultado fue un video conmovedor y divertidísimo, un tapiz de voces y rostros queridos desde todos los rincones del mundo, como mis sobrinos desde Estados Unidos, Alemania y Ecuador. Escuchar las felicitaciones de mi amigo mexicano desde hace cincuenta años, Antonio Monroy, y su esposa Luisa; de mi "cuñado" Juan Manuel Casales desde Madrid; de familia extendida y amigos del alma como mi comadre Lucía Montanari y su hermana, mi amada Paola, Carlos Mata, Miguel Delgado Estévez, Mariano Magnífico, Osvaldo Laport, Viviana Sáez, César Orozco, Valeria y Martín Cabello, María y Pucho Orozco, Carlos López Puccio, y tantos otros, fue un regalo indescriptible. Fue "La Cueva de la Cuaima" expandida a lo global, una prueba viviente del amor que nos une.

En medio de la alegría y la emoción aún vibrante de ese cumpleaños inolvidable, llega la noticia que cierra un círculo: la muerte de Lalo Schifrin, el verdadero "Lalo Sifrino, el catire Machete" de nuestra mitología familiar. Su partida nos entristece profundamente, no solo por su inmenso legado musical universal, sino porque su nombre, transformado en una ocurrencia de mi hermano Miguel Ángel, quedó para siempre ligado a uno de los momentos más felices y creativos de nuestras vidas. Aquella broma me llevó a descubrir la asombrosa trayectoria de ese genio argentino, añadiendo otra capa de admiración.

Algo me dice, sin querer “spoilear”, que seguramente mi hermano Juan Pablo, admirador del maestro, le rendirá un merecido tributo este próximo viernes. Nosotros, desde el recuerdo cálido de "La Cueva de la Cuaima", nos quedamos con la sonrisa que su nombre siempre provoca, en su versión criolla y familiar y con la gratitud por la música que alegró tantos momentos, dentro y fuera de nuestras películas caseras.

La Cueva de la Cuaima es más que un apodo o un periódico efímero. Es el símbolo de mi familia ampliada, esos que convirtieron el cariño en chistes, el ingenio en videos, y los doblajes en leyendas eternas. Es la prueba de que el amor, expresado con creatividad y risas, construye recuerdos que ni el tiempo ni la distancia borran. Y en ese legado de alegría, siguen vivos Miguel Ángel, la travesura de los "Juanpis", la complicidad de mis hijos, y ahora, también, el eco criollo de "Lalo Sifrino, el catire Machete".

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

La cueva de la Cuaima: Un legado de amor, risas y creatividad familiar

Anamaría Correa