En el artículo anterior traté de poner de relieve que somos un gran país, que somos más que petróleo y valiosos minerales. Más allá aun, somos más que el rutilante Salto Ángel, que nos identifica exuberantemente.
Aún cuando asaltados por la desgracia autoritaria, debemos auto reconocernos, comprendernos como lo que somos, significamos y representamos para América y el mundo, un faro no solo político, sino cultural e histórico, el cual impacta desde diversos quehaceres con resonancia planetaria.
En los últimos años de la era democrática, imperfecta pero democrática, no tuvimos la suficiente conciencia para deshacernos de lo negativo, pero preservar y hacer valer nuestra cultura democrática, necesaria para enfrentar el despojo del cual hemos sido víctimas, del saqueo de logros importantes sobre libertad, democracia, pluralismo, convivencia y tolerancia, enfrentar el arrebatón en distintos ámbitos como la Educación, la Cultura, que incluso con insuficiencias nos daban sustento moral y ético, el abandono de servicios como el eléctrico, agua, infraestructura de salud, educación y actividades públicas que habíamos acumulado durante décadas.
Nuestra importante presencia positiva en el ajedrez mundial, se dislocó para enfilarse por ideas cuestionadas históricamente como la alianza con regímenes autoritarios, causas no democráticas, productoras de pobreza, violación de derechos humanos y violencia.
Nuestra situación actual plena de arbitrariedades y violaciones de nuestros derechos políticos, civiles y humanos, el cuadro de miseria, la pérdida moral y, por otro lado, como alternativa el esfuerzo político formidable, condensado en la victoria del último proceso electoral, precedido de una lucha tenaz, heroica y desigual, nos han colocado nuevamente frente a los ojos del mundo.
La respuesta ha sido reconfortante, liberadora y contundente. La mirada, el apoyo internacional actúa como un coadyuvante, un pegamento, para volver a sentir la percepción, el sentimiento y conciencia de país... de un país que es más que petróleo
