Un día de Reyes muy especial

La tradición es que los niños se acuesten la noche del cinco de enero, dejen sus zapatos en la puerta de su habitación y, al despertar el día seis, descubran los regalos colocados junto a ellos.

Juan Pablo Correa

En este primer artículo del año, me permito tomar un respiro de la temática musical para compartir con ustedes un episodio especial de mi infancia.

En varias ocasiones he tenido la oportunidad de vivir en Madrid: cuando era apenas un bebé, alrededor de un año de edad; luego, a los seis o siete años; y más tarde, ya adulto, durante mis estudios de posgrado. Sin embargo, el período que más atesoro es el de mi infancia, cuando tenía cerca de siete años y comencé a ser consciente de todo lo que me rodeaba.

Pasé poco tiempo en Madrid a esa edad, entre 1975 y 1977, pero fue un período lleno de acontecimientos que dejaron una huella profunda en mí. Viví el fallecimiento de Francisco Franco Bahamonde y fui con mi mamá a su velorio; fui testigo del posterior "destape español", una etapa de cambio y apertura en la sociedad. Durante ese tiempo, también emprendí con mi familia, mi tía y mis primos, un viaje en carro por ocho países europeos, un recorrido de casi dos meses por una Europa que aún sentía los ecos de la Segunda Guerra Mundial, apenas treinta años después de su fin.

También viví momentos imborrables, como conocer en persona a los payasos de la tele, Gaby, Fofó y Miliki. La repentina muerte de Fofó quedó grabada como una nota desafinada en mi memoria, pero guardo con especial cariño el recuerdo de Miliki, quien me dio un beso en la frente cuando me acerqué durante uno de sus shows televisivos. Además, fue en ese período cuando experimenté por primera vez lo que significaba presentarme como músico frente a un público, en un coro dirigido por mi hermana, marcando así el inicio de un camino que definiría mi vida.

En España, el seis de enero tiene un significado muy especial, ya que es el día en que los Reyes Magos traen los regalos a los niños. ¿Cómo logran hacerlo? Bueno, son magos, una explicación sencilla, lógica y contundente que satisface las preguntas curiosas de los pequeños. La tradición es que los niños se acuesten la noche del cinco de enero, dejen sus zapatos en la puerta de su habitación y, al despertar el día seis, descubran los regalos colocados junto a ellos.

Nosotros, en cambio, lo vivíamos de una manera distinta, muy al estilo del “Niño Jesús” venezolano. En lugar de esperar hasta la mañana siguiente, aguardábamos con ansias la llegada de la medianoche del 24 de diciembre para correr al árbol de Navidad y encontrar nuestros regalos al instante. La espera no era hasta despertar, sino hasta que el reloj marcara las doce. Abrazos, besos, y ¡zas! Saltar emocionados a abrir los regalos.

El seis de enero de 1976 fue un día lleno de magia y revelaciones. A mis seis años, comenzaba a cuestionar la autenticidad de las historias sobre los Reyes Magos, San Nicolás e incluso el Niño Jesús, tan arraigado en la tradición venezolana. Era una etapa inevitable por la que todos atravesamos, pero había algo que simplemente no encajaba para mí. Decidí investigar por mi cuenta.

Durante los primeros días del año, mi hermano Toby y yo emprendimos una minuciosa búsqueda por todo el apartamento, intentando descubrir algún escondite que delatara a los misteriosos responsables de los regalos. Sin embargo, no hallamos nada, ni siquiera actitudes sospechosas por parte de nuestros padres o sus cómplices. Todo parecía tranquilo, sin señales que nos alertaran sobre la existencia de un plan secreto.

Si bien el 24 de diciembre a medianoche para 25, recibimos nuestro acostumbrado “Niño Jesús”, también valía la española tradición de los Reyes Magos para el seis de enero. Al llegar el cinco de enero, fecha límite para que los Reyes cumplieran con su misión, la intriga aumentaba, y yo no dejaba de cuestionarme: ¿cómo lo harían esta vez? La duda y la emoción se mezclaban, dejando el terreno listo para lo que sería un día inolvidable.

Mi papá sugirió dar un paseo por el encantador centro de Madrid, propuesta que mi mamá apoyó de inmediato. Toby y yo intercambiamos una mirada cómplice y murmuramos: “Esto es un truco, nos van a sacar para colocar los regalos…”. Decididos a evitarlo, me mantuve al lado de mi papá todo el tiempo, con Toby de aliado, asegurándonos de que nadie se quedara en casa con la excusa de preparar la sorpresa.

Cuando estábamos por tomar el ascensor, mi papá, con gesto de sorpresa, exclamó: “¡Esperen! ¡Dejé la cartera!” Aquello nos pareció sospechoso, así que lo seguimos por el pasillo y fuimos testigos de cómo entró al apartamento, tomó su cartera y salió nuevamente. Todo parecía en orden, aunque algo no dejaba de parecernos extraño. Incluso, descartamos como cómplices a mis hermanos Anamaría y Miguel Angel, y a Hilda Fe Medina quien vivía con nosotros.

Finalmente, subimos al carro y nos dirigimos al centro de Madrid. Pasamos la medianoche explorando sus mágicas calles, envueltos en una extraña mezcla de sentimientos: la emoción por los regalos que nos esperaban y la frustración de no haber logrado descubrir el misterioso plan detrás de su llegada.

Cuando regresamos al apartamento, ¡allí estaban los regalos al pie del nacimiento como por arte de magia! A esa mezcla inicial de emociones se sumaron la alegría desbordante por los obsequios y la persistente incógnita del “¿cómo carrizo lo lograron?”.

Unos diez años después, ya nosotros adolescentes, nos acordamos de aquella lejana duda y no resuelto misterio, y le preguntamos a mi mamá. La historia fue que el cómplice era don Eduardo, el conserje del edificio, quien gozaba de la confianza de nuestros padres, tenía guardado los regalos en otro lugar del edificio, entró al apartamento con una copia de las llaves, aprovechando nuestra ausencia y cuidadosamente dejó los regalos al pie del nacimiento, ya que no habíamos puesto nuestros zapaticos en nuestras puertas.

Les reitero mis mejores deseos por un 2025 lleno de buenas nuevas, buenas cosas, buenos regalos y un buen país.

 

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