Tiempos de borrasca

Algunos ponen un pié en cada posición para descubrir que en tiempos de despotismo el desgarramiento no se puede eludir.

Escribo como un observador que carga sobre si errores políticos, personales y colectivos, suficientes para desear no repetirlos. Uno de los más desastrosos: abandonar la vía democrática y decretar la abstención activa en 1963, cuya corrección práctica tardó en producirse en 1968.

No tengo la academia necesaria para pretender títulos. Sin embargo me los suponen. Entre ellos el que menos merezco, porque ya no puedo estar en el campo de juego, es el de analista político.

Percibo el 28 de julio como una inocultable victoria electoral del cambio y a la vez, como un día en el cual la democracia recibió una derrota. Espontáneamente algunos sectores populares iniciaron una protesta, castigada por la represión y aguada por quienes se habían comprometido a cobrar. No supimos como hacerlo, No hubo preparación para lograrlo.

La gente, motor instintivo de esa victoria, también inteligentemente se replegó al olor de la derrota. Ante la inalcanzable y fantasiosa promesa de juramentación de Edmundo, no tuvo más opción que retornar a la normalidad y pasar la página, al menos hasta el 10 de enero. El 9 el país verificó la pérdida de capacidad de movilización que caracterizó a la campaña electoral de Edmundo y María Corina, emblemas y fiadores de la inminencia del cambio de régimen. El 10, se juramenta Maduro y las expectativas se deshilacharon en frustraciones, desencantos y traslado del eje político a actores como Trump.

Los principales dirigentes de la mayoría opositora no admitieron la derrota y prefirieron blindar su reputación a todo costo. Unos mantienen la lógica, la retórica y la conducta de ganadores siendo perdedores. Otros intentan buscar el sendero, tradicionalmente complicado y riesgoso, de acumular fuerzas dentro de las reglas que impone la autocracia realmente existente. Algunos ponen un pié en cada posición para descubrir que en tiempos de despotismo el desgarramiento no se puede eludir.

Las tres posiciones son mecanismos defensivos y todas implican reconocer, directa o indirectamente, al poder que se concentra en Miraflores. Todas expresan alguna voluntad, en distintos y variables grados, de resistencia a ocupar un rol dentro del sistema de dominación que sea una lamentable rendición o una vergonzosa cooptación. Paradójicamente la abstención electoral es también una forma oculta y blanda de acompañar la integración que escenifica la sociedad. En términos deportivos es boxeo de sombra en un ring de confusiones, lo que será aprovechado por el régimen para extender su poder formal en las instituciones electivas y convertir la espuma de su votación minoritaria en más poder estructural.

La historia indica que después de un fracaso los dirigentes débiles arrojan sus responsabilidades sobre otros. Las manoplas para descalificar destrozan a los argumentos. Reparten acusaciones de traición. Las exclusiones forjan en carne viva las divisiones y la unidad se vuelve una noción inútil. ¿Cuál empresa puede triunfar fragmentándose a cada paso?

La solución podría estar en manejar las diferencias como soporte de una acción plural eficaz. No en dividirse, sino en parar la máquina de moler dirigentes para propiciar un liderazgo colectivo donde tengan su lugar quienes encarnen ideas y proyectos que rescaten credibilidad, confianza y esperanza en la política y en los políticos.

El cambio comenzará cuando haya ciudadanos en vez de súbditos del Estado o seguidores a ciegas de fugaces estrellas caudillistas. No estamos apreciando ni evitando el enorme avance, en la sociedad y en la oposición, de una cultura y unas relaciones tan llenas de autoritarismo como las que caracterizan al poder dominante. Esta igualación es su verdadera trampa.

Las borrascas pasan y las crisis generan sus efectos rebote. Pero no bastan sin la pasión por construir una alternativa cuyos promotores, pueden provenir de cualquiera de los polos actuales.

Esa nueva recomposición de las energías de cambio es posible porque aún en la sociedad hay espacios profundos para la democracia. Salir de la burbuja puramente política para ir al encuentro de esos espacios es el camino para dejar de ser una ineficaz oposición convencional. Sumar apoyos, aprender a trabajar desde la minoría, proporcionar ideas e ideales, esbozar una estrategia creíble, saber comunicar un discurso desde la verdad y recrear la esperanza con hechos que comiencen a alterar el curso que el poder le fija a los eventos políticos. A dificultarlos, al menos.

No hay que confundirse. La baja participación puede o no ser una ventaja sobre el autoritarismo, especialmente si ella lo que contiene es el triunfo de la desesperanza.

El sentido común nos pide abandonar la pequeña, cansona y destructora pugna por el control de la oposición. Es más provechoso alejar entre todos la sensación de que no hay nada que hacer. Y eso necesita no solo lucha sino hacerlo mejor, con mucha estrategia inteligente, mucha pasión y poder demostrar, sin demagogia, que la razón es Venezuela.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Tiempos de borrasca

Simón García